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Mariví Ferrandis Olmos

Héroes anónimos

Frank Martín Freige, que se consideraba de izquierdas, era acérrimo defensor del valenciano desde tiempos de los «domingos del Parterre» que organizaba el Grup d'Acció

Héroes anónimos

María Vicenta Ferrandis Olmos nació en Massanassa el 21 de julio de 1959. Niña inquieta, mostró voluntad de estudiar y superarse, cursó Magisterio y completó su formación licenciándose en Geografía e Historia en la Universitat de Valencia. Su etapa universitaria coincidió con la Transición y la Batalla de Valencia. Massanassa era una población muy valencianista, y ella apostó decididamente por la reivindicación cultural. Entró en Lo Rat Penat con el equipo de Toni Fontelles, Chimo Lanuza y Laura García Bru que renovaron los viejos cursos de la entidad con técnicas pedagógicas modernas, cambiando completamente su estructura.

El compromiso de Mariví fue insobornable. Escribió monografías históricas interesantísimas, sola y en compañía de su gran amigo Juli Moreno Moreno, el adalid valencianista de Montroy. Se casó y tuvo un hijo. Dirigió los cursos de valenciano de Lo Rat Penat y de la Asociación Cardona i Vives de Castelló. Entre sus muchos premios y reconocimientos ser «Regina dels Jocs Florals» fue el que le proporcionó mayor satisfacción y orgullo. Fue sin duda la «Regina» más concienciada y consciente de todas las que han ocupado dicho trono floral.

Mariví trabajó como asesora cultural en las Corts Valencianes y finalmente, en aquellos tiempos de coalición entre el Partido Popular y Unión Valenciana, consiguió una plaza como funcionaria de carrera en la sección de Normalización Lingüística del Ayuntamiento de Valencia. Era la única «disidente» en un mundo dominado por el paradigma de la «unitat de la llengua».

Cuando Unión Valenciana salió del ayuntamiento y el Partido Popular dominó en exclusiva el consistorio en un período que se alargó 24 años, empezaron los problemas para Mariví. Pese a que otros «patriotas» se rindieron solícitos a los nuevos tiempos populares, ella nunca se arrodilló. Tenía unas ideas claras y diáfanas. Tanto fue así que las presiones y las coacciones para que aceptara el fabrismo ortográfico se redoblaron e hicieron mella en su bondad innata. Parecía una mujer fuerte, y lo fue, pero toda fuerza tiene su punto de inflexión. Acosada y amargada por la actitud hipócrita del gobierno municipal sobre el valenciano, Mariví se sacrificó a sí misma el 6 de abril de 2010, causando un hondo pesar y un vacío insustituible.

No fue la única víctima mortal valencianista en el ayuntamiento popular. Frank Martín Freige, adepto del profesor Ferrando Badía, entró en el consistorio con aquella oleada. De madre alemana y padre español, tenía un corazón enorme. Vivía en Russafa. Era acérrimo defensor del valenciano desde tiempos de los «domingos del Parterre» que organizaba el Grup d'Acció, y al mismo tiempo se consideraba un hombre de izquierdas y progresista, uno de sus muchos rasgados interiores. Allí le conocí, en el Parterre. Recuerdo que una vez me expuso una acertada teoría: «Hay catalanistas y catalonios. Los primeros son buenas personas, y los segundos son demonios».

Para Fran los «catalanistas» eran valencianos que de buena fe que creían ingenuamente que el futuro de Valencia sería más próspero aliándose con Cataluña. En cambio los «catalonios» eran los valencianistas falsos que, presumiendo de valencianía, promovían un catalanismo solapado por puro interés personal. En este grupo ubicaba Frank a los políticos populares que hacían una cosa y decían otra: «Con los catalanistas, los valencianistas podemos entendernos porque ambos buscamos lo mejor para Valencia; con los catalonios nunca podremos, porque ellos buscan sólo su propio interés».

Frank sufría en su propia piel el acoso «catalonio». Siempre se me quejó del «bulling» que padeció. Lo ubicaron en Publicaciones, enviándolo al almacén de la plaza de Maguncia, un sotano sin ventanas en Patraix lleno de libros y materiales impresos, un auténtico zulo. Era otro hombre fuerte que acabó rompiéndose. Un aciago día, el 16 de noviembre de 2006, marchó obnubilado en coche hasta el recientemente inaugurado viaducto de Buñol y se arrojó al vacío. Le hicieron imposible vivir.

He rescatado hoy estas dos tragedias silenciadas porque hace dos semanas la senadora Marta Torrado publicó en este periódico un artículo indignante: «No nos haréis catalanes». En este texto jugaba a erigirse como defensora del valencianismo más legítimo frente al «catalanista» tripartito por haber propiciado una «Feria del Libro Catalán» en la plaza del ayuntamiento.

Marta olvida que mientras ella era concejal pepista en el Ayuntamiento de Valencia, los funcionarios valencianistas que había dejado UV se suicidaban porque les resultaba insoportable el catalanismo que el PP propiciaba. La opción lingüística valenciana fue arrasada. Sus libros nunca se subvencionaron. Sus autores, coaccionados y proscritos. Sus editoriales, cerradas. Excepto dos entidades culturales más dúctiles y las fallas, todas las demás fueron ahogadas económicamente.

El PP sometió el idioma valenciano a los dictados de Jordi Pujol en el pacto de Reus, a cambio de los votos que necesitaba Aznar en Madrid. Zaplana, Olivas y Camps secundaron esta política de exterminio, traicionando todas sus promesas electorales y la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Rita sólo aportó al valenciano la tristemente famosa palabra «caloret», el episodio más ridículo de la historia de la lengua valenciana. Nadie en el PP protestó contra estos desmanes antivalencianos, y tú tampoco, Marta. Que te quejes ahora del catalanismo del consistorio es más que un sarcasmo, una verdadera burla.

El tripartito nunca ha ocultado su apoyo a la «unitat de la llengua». Siguen simplemente el camino que vosotros marcastéis cuando teníais la mayoría absoluta. Es el único tema en el que no han rectificado nada, pues se lo distéis todo hecho. Tú eres tan responsable política de esa «Feria» como ellos. La has apoyado con acción y con omisión. Además sin que hubiera une recompensa directa. Que más quisiera yo que Rajoy te nombrara ministra, para tener una voz valenciana en el Gobierno, pero ni completamente genuflexos nos hacen caso, sino todo lo contrario.

El Rey Juan Carlos pidió perdón cuando erró. Hasta el Papa pidió perdón por la Inquisición y los errores de la Iglesia. El PP de Valencia jamás ha pedido perdón por sus desvíos y corruptelas. Al contrario, azuza el enfrentamiento entre valencianos para sacar rédito electoral. Vendisteis la lengua y la dignidad como lo saldasteis todo, desde la Caja de Valencia regalada a la de Madrid hasta el Banco de Valencia vendido por un euro a la Caixa de Catalunya. No os importó que en vuestro mercadeo cayeran víctimas, nunca os preocupó el infinito dolor de los héroes anónimos que murieron de amor por Valencia.

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