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Escultor autodidacta

El gladiador de utopías

El artista Antonio Fernández «Gorton» no se ha formado como escultor hasta estar casado y con hijos, pero empezó a trabajar la piedra a la edad de 14 años

El gladiador de utopías

Gorton es un nombre contundente que me recordó el apellido de Flash Gordon, el legendario héroe futurista, cuando lo oí. Aunque también es el nombre de un barrio de Manchester, se trata realmente de un escultor valenciano al que acaban de galardonar en Madrid con el prestigioso premio «Santiago de Santiago». Tirando de este hilo conocí a un titán artístico que va obteniendo primeros premios y distinciones en cuantos certámenes se presenta. En Valencia, lugar alérgico a alabar sus propias glorias, no se le ha reconocido mucho y en Internet, nuestro gran patio global, todavía nadie ha trazado unas líneas sobre su singular historia.

Antonio Fernández García nació en Valencia el 6 de julio de 1972, aunque pronto su familia se trasladó a Mislata. Era hijo de un esforzado malagueño de idéntico nombre que falleció el año pasado y de Felisa, dama nacida en Saceruela, Ciudad Real. Fue el segundo hijo de una familia numerosa de cinco miembros: Esperanza, Paco, Rubén y Verónica.

Su padre trabajaba en una empresa mislateña de piedra, Gregorio Saiz, donde el muchacho entró a los catorce años como aprendiz. Desde lo más bajo, haciendo las tareas más duras, escaló en las estructuras de la compañía cual alpinista en la montaña. Su gran capacidad para moldear la roca le granjeó una fama en la industria y fue requerido por diversas firmas. Pasó por Burjassot, Alboraia, Paterna y en todos estos lugares dejó una estela de profesionalidad impecable.

Pero era un muchacho distinto, diferente a los otros obreros que poblaban los polígonos industriales. En cada encargo que recibía, Antonio introducía una impronta personal que quizás le exigía más tiempo para el acabado, pero que le proporcionaba una satisfacción personal inexplicable. Sus compañeros le criticaban e incluso se reían. Un día que tenía que tallar unas planchas de mármol como estanterías para su cuarto de baño se le escapó entre los dedos un pez. El verde guatemala se había transformado en un pescado de brillos sinuosos que todavía le sonríe en la ducha.

Era Arte, pero él no lo sabía todavía. Era un hombre corpulento, acostumbrado a trajinar con grandes masas pétreas. Sus espaldas se habían ensanchado sin necesidad de frecuentar el gimnasio. Muchos amigos le llamaban Antón, pero otros muchos el «Gori» De estas dos palabras nacería su nombre artístico, Gorton, cuando definitivamente se percató de que había nacido para ser escultor.

El momento decisivo fue su encuentro con el escultor canario afincado en Santo Espíritu Fran Celis. Gorton quería aprender a parir formas de la piedra, y Celis le indicó que previamente debía diseñar un boceto. Ingenuamente Celis le pasó un papel, pero Gorton replicó que precisaba una piedra. Utilizando la radial como si fuera un lápiz nació su primer creación, «El Guardián», un gallo que todavía ondea en lo más alto de su casa en Vilamarxant.

Vilamarxant está unido a su relación filial con sus suegros. Encontrar a Rosario Rubio Soliva a los 16 años, cuando ella llevaba al colegio a un hermano pequeño y él salía a la puerta de la fábrica para verla pasar, le comportó algo más que hallar a la gran compañera de su vida. Además de casarse y tener dos hijos por los que se desvive, Antonio y Nerea, le supuso hallar dos suegros cómplices que le permiten todos sus devaneos creativos, incluyendo ocupar amplios espacios con las piedras que recoge y otros objetos que recoge en lugares variopintos. El culmen de esta situación le sobrevino cuando José Luis, un comerciante pétreo de la Pobla de Vallbona, al cerrar su empresa, le regaló todos los bloques sobrantes que tenía en el almacén. En agradecimiento le talló una impresionante esfinge que conmocionó inesperadamente al generoso donante, gran aficionado a la cultura egipcia.

Hasta aquí la vida de Gorton era una carrera imparable de trabajo y creatividad. Tenía que ser la gran crisis económica la que frenó bruscamente su camino autodidacta. Al caer varias empresas del sector, Gorton decidió reinventarse y matricularse en la Escuela de Artes y Oficios, en un ciclo técnico superior de artes aplicadas a la escultura. El muchacho que no había podido tener estudios tomó la valiente decisión, casado y con hijos, de formarse en lo que amaba. Esto garantizó su triunfo, pues las clases le abrieron los ojos a nuevas técnicas y a materiales como la madera y los metales que hasta entonces no había tratado.

Cualquier edad es buena para ser uno mismo. La vorágine anterior había hecho mella en su salud, pero al renacer como estudiante todo cambió. Entró en «Mármoles Cervera», empresa puntera del Polígono Fuente del Jarro, donde la generosidad de los miembros de la cooperativa la proporcionó además un espacio aledaño para esculpir sus sueños aprovechando la maquinaria y los medios del trabajo cotidiano. En esta etapa su amigo José Navarro Blanco le ha alentado como nunca antes nadie. Esto, y su entrada en el grupo «Agregarte» de Valencia, así como la fundación del MAM (Movimiento Artístico de Mislata) lo han arropado singularmente.

Gorton no es un universitario exquisito, ni un artista afuncionariado. Es un creador libre y humilde, sin más pretensiones que volcar al mundo todo lo que lleva dentro. Su sencillez se asomaba en las «stoneflyer» o piedras volátiles que jalonan sus ensoñaciones. Héroe mítico a caballo entre «Flash Gordon» y «Purk el Hombre de Piedra», Gorton es ante todo un ejemplo icónico ante esta juventud desencantada que sufrimos, que ni quiere estudiar ni confía en planificar su propio futuro. Sus circunstancias vitales le conminaron a ser un obrero cualificado, sujeto a los vaivenes de la industria, pero él ha roto sus cadenas con la fuerza de un titán.

Gorton es un gladiador de utopías que ultima un proyecto de fin de curso de arte aplicado a la agricultura cinética y ha sido llamado al proyecto de la «No-falla» de la que otro día hablaremos más cumplidamente. No forja formas para imágenes simples, sino como intervenciones donde los ciudadanos y ciudadanas, especialmente los menos desfavorecidos, puedan ser actores y gozosos beneficiarios. Cada día se enfrenta a la piedra como obligación y como devoción, la mejor manera de asentar su triunfo y de garantizar una proyección internacional. Enhorabuena por ese nuevo premio y por la exposición que ha inaugurado esta semana en el Castell d'Alaquàs.

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