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L'ullal

Cabanyal

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Me sorprende. Al bajar en el ascensor una vecina. «Com pot ser, encara fa calor!». Hace el tiempo que tiene que hacer, calor en Noviembre a las doce del medio día, eso parece que confunde a las personas, que andan enseñando tobillos pero a su vez con bufandas de lana. Antes lo llamaban «parece que vas a regar». Ahora lo llaman «moda». Por poco. Un poco más y lo pierdo. Pensaba que llegaría a tiempo. Quizás será que la aplicación no es tan fiable. Hoy hay más gente de lo normal, parecen Fallas. Es difícil llegar al final, pero llego. Miro un momento a mi alrededor y solo encuentro zombies absortos por el azul de la pantalla de su teléfono móvil. Desde aquí se escucha la radio del conductor «Se han encontrado 19 ánforas con 600 kilos de monedas romanas en perfecto estado». Uno de mis pensamientos favoritos y mas recurrente sale a la palestra. Cabanyal.

Desde que he sido pequeño siempre he sentido curiosidad de donde soy. Y mi imaginación, igual que los pensamientos, me llevaban a otras épocas de donde era. Me imaginaba que era un maleante, un pirata desdentado, no elección mía, sino por la guerra, o más bien la vida. Un barco de mercenarios me dejo en esta orilla, en la misma que encontré esta acequia. Dejadme que disfrute llevando al presente lo que de niño no pude.

Ánforas repletas de vino era mi deseo. Esperaba a que los barcos desembarcaran sus mercancías en estrechas barquillas, eran estrechas porque las acequias que llevaban a la ciudad no eran más anchas de cinco zancadas. Cuando conseguía otras que no tuvieran lo que quería, las dejaba que se hundieran en el fondo de la acequia, exceptuando un par, para el negocio.

Éramos bastantes. Vivíamos entre ratas y cañas. Construíamos nuestras propias cabañas. Siempre estábamos atentos a la guardia, sobretodo cuando nos acercábamos a la orilla del mar para hacer negocio con los pescadores, vino por pescado, por mucho que les ofrecía alguna de las ánforas que guardaba con arroz, insistían, o vino, o nada. Era un negocio difícil. El pescado escaseaba, algo me dijo un anciano que solo se les permitía pescar para la realeza, lo demás, sería confiscado. A lo lejos, si la vista no me falla, parece que están construyendo algo parecido a una ermita, preguntare cuando vea de nuevo al anciano.

Nunca me parecieron de fiar esos toros, tenían mejor olfato que los perros, deduzco que su oficio intimidarnos, pero ya, con el tiempo, éramos de su manada, pero con los toros, no. Supongo que son felices donde están. Ese es el sentido de todo, o eso, o no es una especie habitual. El viento de Levante viene frió. El tiempo cambia. Debería de recoger algas secas para la hoguera, prenden mucho mejor que las cañas y bastante mas rápido.

«2-0. El Llevant ha tornat a guanyar» Algo vibra en mi bolsillo. Vuelvo. La próxima parada es la mía. Vaya. Me deje la comida en el microndas. Donde tendré la cabeza€

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