Los últimos meses han sido tremendos para ella por tanta presión mediática y quizá esta tortura haya provocado el fallo de su corazón. Es el momento de plantearse un importante tema: ¿Hasta dónde debe llegar el derecho a la información del ciudadano y el derecho a la libertad de expresión del periodista? ¿Era necesario tanto linchamiento? Debemos reflexionar con veracidad y pedir perdón por las ocasiones en las que nos ha faltado responsabilidad social unida a la profesionalidad y nos ha sobrado oportunismo, ausencia de criterio y ánimo de lucro. Pero esto no bastará, debemos, además, rehabilitar su figura y reconocer todos los logros conseguidos para Valencia y para los valencianos.

Los profesionales de la información estamos en deuda con la excaldesa de Valencia y quizá su muerte suponga un antes y un después para los periodistas. Lo importante ahora es acompañar a su familia y desear que descanse en paz. Como Dios es muy sabio, quizá haya permitido este calvario como perdón de sus pecados (como todo ser humano es susceptible de cometerlos), y como purgatorio para que pronto pueda alcanzar su meta: el cielo.