Algunos conocéis las conversaciones que publico en mi Facebook con mi hijo Óscar. Suelen ser divertidas, ácidas, sorprendentes, pero siempre reales. Como esta. En ellas podemos descubrir a un niño despierto, espabilado, que observa el mundo y aplica su lógica. La de un niño de 6 años. Y es que a Oscar, cada día menos, se le escapan pocas cosas. El miércoles por la mañana, cuando le desperté, notó algo raro en mí. Mi cara no era la misma. Él, al principio, no dijo nada. Pero mi habitual parloteo matutino («xics que se fa tard; ficat les sabates; agarra els llibres...») se había convertido en un silencio serio. Yo acababa de saber la noticia de la muerte de Rita Barberá. Y no estaba para mucha cháchara. Cuando nos dirigíamos al colegio, Óscar me dice:

„Papá, per qué estás tan serio?

„Perque s'ha mort una companyera.

„Era amiga teua?

„La coneixia, varem treballar un temps junts, va ser molt de temps alcaldesa de Valencia i va fer moltes coses per millorar la seua ciutat.

„Com tú papá?

„Bueno, jo de Massamagrell. Pero ella més temps que el papá.

„Pues papá, segur que está en el cel. I els seus fills la ploraran...

No pude evitar dejar escapar una sonrisa entre resignada e inocente; quizás para tapar un lágrima que evité que él viese girando mi cara. No hacía falta decirle a Óscar que Rita no tuvo hijos; al menos biológicos. Porque sí los tuvo. Y hoy muchos nos hemos quedado algo huérfanos. Muchos la consideramos nuestra madre política. Los que somos del partido, y muchos valencianos que durante casi un cuarto de siglo la escogieron como su alcaldesa. Y como a una madre la queríamos, con sus defectos y con sus virtudes. Y aunque, como con las madres, conforme nos hacemos mayores (y ellas también van ganando años) las vamos apartando de nosotros porque la vida, las circunstancias, el tiempo o como cada uno quiera llamarlo, nos lleva a ello; eso mismo pasó con ella en los últimos tiempos. Pero aunque algunos ya hayamos hecho nuestra vida sin depender de ellas, siempre les tendremos ese cariño especial, y en la hora de la despedida, no podemos quedarnos sólo con la imagen final.

Por eso a mí me gusta recordarlos en vida; y la vida de Rita fue su Valencia y su partido. Y como en la vida, no siempre ambos fueron amores fáciles. Tenía carácter (¡vaya si lo tenía!). Gustaba del lujo (¿y quién no?). Tendría secretos (incluso inconfesables como todos) pero dejó un legado en Valencia que nadie puede negar. Hizo que nos sintiésemos orgullosos de Valencia. Transformó y mejoró la ciudad de aquel gris de finales de los ochenta al color que le dio en sus 24 años de primera dama de la capital del Turia, poniendo en valor sus monumentos, sus calles, su historia y a su gente. Amaba a la gente de su ciudad. Y a ella dedicó su vida. Pudo ser lo que hubiese querido ser en política. Pero quiso ser, solo quiso ser, aquel cargo del que cualquier político se siente más orgulloso: el ser alcalde/sa de su ciudad. Y es posible que con el tiempo se le subiese el cargo a la cabeza; esto embriaga y ni todo el tiempo se puede estar sobrio ni todos somos abstemios.

Su trayectoria, su legado, no puede ni debe quedarse en una vuelta en Ferrari, en un acalorado discurso desde las Torres de Serranos, o en unos paseos solitarios en los últimos tiempos. Porque la vida no es una carrera en la que mole llegar al final, de hecho no es lo importante, nadie lo desea. Lo verdaderamente importante es lo que haces mientras corres, cómo se corre, con quién corres y qué hemos dejado atrás. Y ella deja mucho atrás. Y como dije en mi discurso de despedida como alcalde de Massamagrell, quiero recordar la frase de mi querido Baden Powel, fundador del movimiento scout mundial: «Dejemos el mundo en mejores condiciones en el que lo encontramos». Y ella lo dejó. Con sus muchas luces y algunas sombras; pero como en estos días, hasta unas nubes insignificantes tapan al todopoderoso sol del mediodía. No la convertiré en santa (hoy no sé si lo sería la propia santa Teresa) ni mucho menos en demonio, solamente y no es poco, la recordaré como la alcaldesa de Valencia. Para mí eso es mucho; para un alcalde, lo es todo.