Siendo festivo y por la tarde, se esperaba gente. Incluso mucha gente. Pero, posiblemente, tanta no. La Navidad trajo un día a la plaza del ayuntamiento un árbol; después, una pista de patinaje y ahora, un carrusel, el tiovivo de toda la vida. Es la atracción del año. Ya estuvo a punto de venir hace doce meses y ayer, todo junto, convirtió la tarde-noche en una locura. Patinar, hacerse un selfi, contemplar las bombillas, consumir en una terraza, comprar en una tienda... y dar vueltas subido a un caballo de los de toda la vida. «Tuvimos conversaciones ya el año pasado, pero parece ser que ya estaba puesto el árbol y no cabía. Este año sí. Es igual que si estuvieras en el año 1900».

La presidenta de la entidad promotora de estas iniciativas, la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico, Julia Martínez, no puede estar más satisfecha. «Al final, sale ganando la ciudad, que ahora sí que puede decir que tiene una Plaza de la Navidad en su centro. La asociación, aunque seamos trescientos de los dos mil comercios que hay, hemos creído en la idea». El tiovivo no aparece de la nada. «En nuestras carpas hacíamos encuestas de qué le gustaría a la gente. Y complementa para un segmento infantil que, por ejemplo, no se atreve a patinar». Se suma al belén de la Plaza de la Reina y a árboles de Navidad que hay en la misma plaza y en la de Doctor Collado.

No es estridente, no tiene música a todo volumen, no da las vueltas a toda velocidad ni avisa a golpes de sirena. Su responsable, Juan Carlos Clemente, considera que «un carrusel de feria habría sido inviable en la plaza mayor y, precisamente, el que hemos puesto tampoco habría sido adecuado para una feria. Cada espacio tiene su atracción».

De generación en generación

El tiovivo, el carrusel, es parsimonioso, no apto para espíritus inquietos, sino para pequeños, nostálgicos o quieres buscan otro tipo de sensaciones. «Los tiempos cambian y los niños también. Si a este carrusel le pusieras al lado unos hinchables, aunque no le pegan a una plaza navideña, tenemos asumido que querrían rápidamente ir al hinchable. Pero esto, al final, tiene su clientela. Que tiene mucho que ver con la transmisión entre generaciones. Los padres traen al niño porque recuerdan que han subido a uno. De hecho, hay lugares en que está tan arraigado, que la foto se hace de padres a hijos no ya en el mismo carrusel, sino en el mismo caballo».

Juan Carlos Clemente desvela que la atracción está hecha en Francia y que su mecanismo «es muy sencillo. Un tubo de siete metros de alto, con unos puntales, una corona dentada, un motor reductor... y no falla». Para el año que viene anuncia que «vendrá un modelo Julio Verne, con cohetes, submarinos... inspirada en sus libros».

Adictos al patinaje

Unos dan vueltas y otros se deslizan. Caballos y hielo. «No nos molestamos. Cada uno tiene su clientela. Al final, creo que se ha quedado una plaza muy elegante». La pista de hielo ya forma parte del paisaje. Va para cuatro años. «No lo podemos negar» asegura Alex Ferrero, el responsable de la pista. «Es adictivo. Como entres y te guste, el padre ya sabe que va a venir muchas veces». ¿Qué lo hace tan atractivo? «La sensación de libertad, de desplazarte mucho con una zancada, la sensación de agilidad». Una pista que, a partir de las cinco de la tarde suele necesitar turnos cerrados. Pero si se prefiere a solas «es mejor a primera o a última hora: once de la mañana, nueve de la noche...».

Un patinaje que no entiende de edades, aunque prima el público infantil y juvenil. «El niño pequeño es digno de estudio. Le sale por instinto y salen como cohetes». La excitación y la felicidad se combina con las caídas. «Por lo general, más las "culaes" que caer hacia adelante». Una pista a la que acuden «muchos turistas. En cuanto ven que hay una... franceses, portugueses, norteamericanos, italianos...» y otro personaje de la ciudad: el patinador. «Es casi mecánico: llegan con los de ruedas y se cambian a las cuchillas». Hasta el día 8 de enero hay para hacer Navidad.