Aseguran que Kylu es un milagro. En l'Oceanogràfic lo saben porque ya tuvieron una cría que sólo sobrevivió 25 días. Ahora han esperado con expectación y nervios y, dos meses después de su nacimiento, ya lo pueden presentar en sociedad con orgullo: Kylu es el primer ejemplar de beluga —la conocida como «ballena blanca»— que consigue prosperar en cautividad. Desde ayer, ya se le puede ver en el acuario de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Ahora mismo, de blanco tiene poco porque está mudando la piel, pero ya se mueve con confianza, fuerte, grueso y con la perenne sonrisa que caracteriza a estos mamíferos acuáticos.

«Nació un día de súper luna llena, el 15 de octubre, después de quinientos días de embarazo» relató Celia Calabuig, presidenta de Avanqua — empresa gestora de l’Oceanogràfic—. Y la consecuencia es tener, en la puerta de casa, «una oportunidad histórica para estudiar las amenazas producidas por el hombre y lograr la forma de mitigarlas».

Pero traer al mundo un pequeño ballenato en cautividad no es fácil. «Teníamos mucho miedo de no conseguirlo, pero llegó a haber hasta 30 personas simultánemente cuidándola». De hecho, lo conseguido roza lo imposible. Nada más nacer surgió el primer problema: madre e hijo no se entendían. Normalmente, la beluga vive en comunidad y son las madres viejas las que llevan el peso de amamantar. Las jóvenes necesitan un aprendizaje. Algo difícil cuando eres la única hembra en miles de kilómetros a la redonda. Por ello, los responsables de l'Oceanogràfic desarrollaron un sistema de lactancia artificial. Tras unos primeros días en los que se ordeñó a la madre para administrarle el calostro, el menú pasó a ser una papilla lechosa a base de preparado especial de mamíferos marítimos, pescado triturado, aceite de pescado, nata y vitaminas. El biberón era unos guantes adaptados a los que se conectaban las jeringas con alimento. Cuidadores y veterinarios se conjuraron para salvar a toda costa la vida de Kylu, recordando lo sucedido en la experiencia anterior. Y así, ha habido que alimentarlo cada dos horas, día y noche, durante dos meses. Y jugar, y masajear, y controlar. «Ha sido un éxito a nivel biológico. Prácticamente hemos escrito una historia en un libro en blanco» aseguran en el acuario.

Nico Issenjou, responsable de la zona del Ártico del parque, reconocía que es «un hito en Europa» y que han estado en contacto permanente con acuarios de Canadá y Estados Unidos para intercambiar datos y experiencias.

Cuidados constantes

Kylu se llama Kylu por asociación del nombre de sus padres, Kairo y Yulka, las dos únicas belugas, hasta ahora, de l’Oceanogràfic. El suyo fue un embarazo deseado, aunque no buscado. La Naturaleza así lo deseó y era cuestión de aprovechar nuevamente la oportunidad y procurar que, en esta ocasión, no se escapara. Yulka fue sometida a un control diario los casi dos años de embarazo y tras un parto de más de once horas nació sin complicaciones. A partir de ahí empezó el reto, del que ya se pueden sentir orgullosos.

De momento, el padre permanece aislado de la pareja de padre «porque necesita un entorno tranquilo, aunque los animales se ven constantemente a través de las piscinas y mantienen su comunicación a través del lenguaje de los sonidos». Precisamente, ahondar ese particular código de comunicación ha sido y es uno de los grandes logros de tan particular aventura. Que no ha terminado: a partir de ya, Kylu se despide de las papillas y empieza a tomar comida sólida. Como todo un preescolar.