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Antecedentes del ferrocarril en València

Los caminos de hierro

La segunda parte del siglo XIX supuso la extensión del ferrocarril a València y otras poblaciones

Los caminos de hierro

En 1846 el periódico valenciano El Fénix publicaba una serie de artículos con interesantes imágenes que daban a conocer uno de los grandes adelantos del siglo XIX: el ferro-carril.

Las noticias sobre este medio de transporte se sucedían en toda Europa y el anónimo articulista ponderaba los beneficios de aquellos carruajes que se deslizaban a través de caminos de hierro.

En un principio la locomotora o locomotiva —así se tituló en un principio— estaba montada sobre cuatro ruedas, como los carruajes ordinarios, lo que provocaba que, a cierta marcha, una rueda se saliese de la vía y ocurrieran diversos accidentes. Por entonces se hablaba de velocidades de unos 20 ó 25 kilómetros por hora.

«Los coches son cómodos, y espaciosos» decía, de forma que en cada vagón, en su interior, había espacio para cinco personas colocadas de frente, sentadas en mullidos cojines, incluso el vagón estaba alumbrado por las noches por la débil luz de una lámpara que permitía distinguir a las personas que allí viajaban.

Esto era para los coches considerados de primera clase, pero para los vagones de segunda el viaje se hacía un poco más incómodo, aumentando hasta doce el número de viajeros sentados unos frente a otros. Las estaciones al principio y final del trayecto se llamaban embarcaderos, y paradas aquellas que se hallaban durante la marcha.

En el convoy también existían los coches destinados a las mercancías, con vastos cajones cubiertos con toldos de vaqueta y una especie de jaulas donde se encerraban a los animales, especialmente caballos. Incluso se había experimentado un sistema de alzado para ser colocadas sobre unas ruedas las diligencias, berlinas y coches particulares, convirtiéndose este conjunto en auténticos vagones.

Una oportunidad empresarial

El articulista escribía sobre su experiencia, había viajado en uno de estos ferrocarriles que ya hacía unos años se hallaban establecidos en diversos puntos de Europa, especialmente en París.

Por entonces grandes potentados y emprendedores valencianos ya se habían percatado de que este adelanto era una oportunidad empresarial, un auténtico filón que podía ofrecer beneficios económicos e intuyendo que sería fundamental para el desarrollo comercial e industrial de las comarcas valencianas.

Los hechos se sucedieron y, en 1846, una sociedad formada por empresarios ingleses y españoles ofrecía a estos emprendedores valencianos la posibilidad de formar parte de la Sociedad del Ferrocarril de Valencia a Madrid y la consiguiente compra de acciones, cuyos interesados debían de dirigirse a un despacho de la desaparecida calle del Fumeral, atendido por Antonio Lacuadra.

Una línea a Madrid

Se calculó reunir un capital de doscientos cuarenta millones de reales repartidos en ciento veinte mil acciones. Los administradores en España de esta propuesta eran Eduardo Mamby y José Subercase. En el prospecto publicitario se argumentaba que la pronta comunicación entre Valencia y la capital del reino supondría enormes ventajas para la vida comercial y agrícola valenciana.

Este primitivo proyecto de unir Valencia y Madrid no prosperó y meses más tarde se disolvió la compañía.

Todo esto sucedía antes de otros intentos y de la posterior participación del marqués de Campo, patricio que lograría invertir parte de su capital y establecer la línea Grao-València-Xàtiva, inaugurada en principio por el tramo Grao-València, un trayecto de un poco más de cuatro kilómetros que tuvo lugar el 22 de marzo de 1852, jornada que representó todo un acontecimiento para los sorprendidos valencianos que vieron por primera vez el paso y traqueteo del humeante ferrocarril.

Posteriormente el carril alcanzaría a otras poblaciones valencianas hasta que, en 1854, llegó a Xàtiva, motivo por el cual dio lugar a diversas celebraciones, incluyendo la edición del álbum poético en agradecimiento a José Campo, su impulsor.

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