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Análisis

Huertos y burdeles

En el Barrio del Carmen aún hay una calle con el nombre de los Huertos y más allá una entrada a lo que era la mancebía de València

Huertos y burdeles

n Si callejeamos por el Barrio del Carmen, encontraremos una calle con el nombre de los Huertos y si seguimos por ella, nada más cruzar la de Llíria, observaremos que cambia el nombre de Huertos por el de Gutenberg. Hasta ahí todo normal, porque en València, que una misma calle tenga diferentes denominaciones según qué tramo, es algo bastante habitual y que no debiera sorprendernos. Lo que sí quizás nos sorprenda es ver, al comienzo de esta calle, una especie de portal o portada, franqueándonos el paso a modo de bienvenida.

Lo que muchos ignorarán es que, en ese lugar, 400 años atrás, otra puerta daba entrada a la mancebía de València, la llamada Pobla de les Fembres Pecadrius, Publich, Partit, Bordell, Pobla de les Auls Fembres, Lupanar o la Casa Santa, pues cuenta Gaspar Escolano en sus Décadas, «nuestros antepasados así la llamaban por ironía y burla»€ Todos estos nombres y algunos más eran con los que se conocía el burdel, posiblemente el más famoso, grande y cuidado de toda la Europa de los siglos XV y XVI, a decir de los testimonios que nos han dejado viajeros foráneos, como el cronista de los viajes de Felipe el Hermoso, Antoine de Lalaing, el embajador veneciano Sigismundo di Cavalli, o Henry Cock, humanista, corógrafo y archero de la Guardia de Felipe II, entre otros.

La calle de los Huertos -dels Horts-, también ha tenido varias denominaciones, pero todas ellas hacían referencia al lugar donde conducía. Así, durante el siglo XVIII recibió el nombre de Carrer del Publich y en el XIX, los nombres de calle del Partit, del Huerto del Partit y finalmente de los Huertos.

A principios del siglo XIV, la ciudad de València continuaba encerrada dentro del perímetro marcado por la muralla musulmana, pero debido al aumento de la población crecieron arrabales -algunos ya existentes en la época musulmana- como el de la Xarea, Roters, la Boatella o la Pobla de Bernat de Villa, situada esta última al noroeste de la ciudad.

Fue este pequeño caserío, de tres o cuatro calles, formadas por casitas con un solo piso y con pequeño jardín o huerto trasero -lo de los chalets adosados no es ningún invento reciente- el elegido por Jaume II, cuando en 1325 ordenó el traslado de las mujeres públicas a un barrio alejado de la ciudad, quizá presionado por la nobleza, a fin de preservar la virtud y honestidad de sus familias y de sus mujeres en especial. Un lugar fuera del recinto urbano, entre el río, la muralla y la Morería. Un lugar que, aún hoy en día, conserva cicatrices en forma de una caótica urbanización, terrenos que en su tiempo fueron huertos, luego fábricas y talleres y hoy solares y viviendas, carne de especulación de la que sólo su parte meridional ocupada por edificios públicos se salva del desbarajuste actual.

El Públich estaba sometido a las autoridades municipales valencianas en cuestión de orden público; un enigmático personaje al que llamaban Rey Arlot, del que, como bien indica el historiador Rafael Narbona, el documento oficial más extenso que de él se conoce «es aquél que lo abolió», sellado y firmado el 6 de marzo de 1338 por el rey Pere IV «El Cerimoniós» por los excesos y desmanes cometidos por este curioso sujeto en su corta existencia. Pocos personajes en tan poco tiempo -apenas trece años- han suscitado tantos estudios, hipótesis y elucubraciones. Su oficio, según el jurista del siglo XVII, Bertomeu Guinart, era «presidir a les dones pecadrius, e portarles y concertarles ab los hómens, y exigir tribut, y penes de aquelles».

Un Regent del Públich, que dependía directamente del Justícia Criminal, fue el encargado del orden público y en la puerta de entrada se colocó una horca, con la doble función de avisar a los que entraban en la mancebía del riesgo que suponía la comisión de algún desmán, y el de cumplir la sentencia en el acto si el delito cometido fuera grave. Entre sus obligaciones, aparte del cuidado del orden público y la apertura y cierre del recinto, estaba la custodia de armas, bastones o cualquier objeto de valor, incluido el dinero de los que accedían al Bordell, y también la custodia y protección de las prostitutas cuando en Semana Santa y en las grandes festividades, eran recluidas en la Casa de les Repenedides.

Exámenes médicos

Pero no solamente el orden público fue preocupación del Consell de la Ciutat; también la higiene y la sanidad lo fueron. Todas las semanas se realizaban exámenes médicos con cargo a las arcas de la Ciutat a las prostitutas de la mancebía; es más, los hostalers estaban obligados a comunicar si alguna mujer había contraído el «mal de siment» (sífilis), so pena de multa en caso de no hacerlo.

También los cirujanos estaban controlados, y si alguno pretendía cobrar sus servicios a las meretrices, podían ser sancionados con la pérdida de su salario anual. La que hubiera padecido la enfermedad tenía prohibido el regreso al Bordell y era recluida en la Casa de les Repenedides, en el Convent de Sant Gregori, convento derribado en el año 1911 y sobre cuyo solar se levantó el Teatro Olympia.

Poco tiempo duró el Bordell fuera del recinto amurallado. El aumento de la población en la ciudad y en los arrabales y la guerra con el rey Pedro I de Castilla, decidió a Pere IV «El Cerimoniós» a instar a los Jurats de la Ciutat en 1356, a levantar una nueva muralla que abarcara todos los barrios hasta entonces extramuros. Así que de nuevo la prostitución tenía lugar dentro de la ciudad de València, provocando los viejos problemas de años atrás.

Hubo propuestas para evitarlos, como cercar el Bordell dejando una sola entrada, evitando que los que tenían que entrar o salir por el camino de Campanar tuvieran que atravesarlo, tal y como queda reflejado en el «Llibre d´Actes del Consell de 13 de julio de 1377: «€que la dita Pobla, e los caps dels carrers d´aquella se deguessen cloure per manera que solament hi hagués una entrada e eixida per portal ab portes€/€ car lo camí o passatge qui va a Campanar, es o passa davant la dita Pobla, la qual cosa es desconvinent segons affermaven molts, per lo gran passatge qui es aquí per esguart de la orta de Campanar que es de les mellors e pus poblades partides de la orta».

A pesar de haber encomendado als «honrats Jurats i a deu Prohomens» el estudio y la viabilidad de este proyecto, no llegó a hacerse nada, pues como se puede leer en el citado Llibre d´Actes del Consell, del día 28 de septiembre de 1392, se volvía a pedir el cierre del Bordell: «€per esquivar e llunyar alcuns danys e inconvenients de la cosa pública, proveí e volgué que aquell carreró per lo qual, del carrer dels Tints de la dita Ciutat entra hom al Bordell de les auls fembres, sia tancat a cascun cap, en continent de bones e altes parets».

Pero los días y los años pasaron y los avisos y recomendaciones del Consell cayeron en saco roto. Habrá que esperar hasta el año 1444 en el que a instancias de la reina Doña María, esposa y regente de Alfons V El Magnánim, se llevara a cabo dicha obra, dirigida por el honorable Matheu Pujades y para la cual el Consell aportó la cantidad de 400 florines.

La ciudad más populosa

València, a mediados de los siglos XV y XVI, era la ciudad más populosa de la península y una de las mayores de Europa a pesar de las epidemias y los conflictos bélicos. Ya el viajero alemán Jerónimo Münzer a finales del «cuatrocientos» en su «Viaje por España y Portugal» describiendo su visita a València, escribe: «En esta llanura, a poca distancia del mar, álzase València, ciudad mucho mayor que Barcelona, muy poblada y en donde viven condes, barones, algunos duques, más de quinientos caballeros ricos y otras personas de condición». Y refiriéndose a nuestros paisanos, así nos los describe: «Visten los hombres ropa larga y las mujeres con singular, pero excesiva bizarría, pues van descotadas de tal modo que se les pueden ver los pezones; además se pintan la cara y usan aceites y perfumes, cosa en verdad censurable».

Muchos viajeros y gente notable, atraídos por una ciudad efervescente y en pleno auge, nos ofrecieron su visión particular de la Ciutat, y por supuesto de sus lugares de holganza y disipación, gracias a los cuales tenemos una visión, aunque sesgada, del Bordell de València.

Así nos lo describe Antoine de Lalaing, señor de Montigny, cronista de viajes y empresas de Felipe el Hermoso cuando visitó València en el año 1502: «Después de cenar, fueron los dos caballeros conducidos por algunos caballeros de la ciudad a ver el lugar de las mujeres públicas, el cual es grande como un pueblo pequeño, y cerrado todo alrededor con muros y una sola puerta. Y delante de la puerta hay levantada una horca para los malhechores que pudieran entrar dentro. En la puerta un hombre encargado de ello quita los bastones de los que vayan a entrar dentro, y les dice si les quieren entregar su dinero, si lo tienen, que se les devolverá a su salida, sin pérdida alguna. Y si, por casualidad, si teniéndolo no lo entregan, y se lo roban durante la noche, el portero no es responsable de ello».

«En este sitio hay tres o cuatro calles llenas de pequeñas casas en cada una de las cuales hay muchachas muy ricamente vestidas de terciopelo y de seda, y habrá de doscientas a trescientas mujeres. Tienen sus casitas adornadas y provistas de buena ropa €/€ Allí hay tabernas y casas de comidas. Por el calor no se puede allí ver bien de día, y hacen de la noche día: porque están sentadas en sus entradas, con una hermosa lámpara colgada encima de ellas, para verlas con más facilidad. Hay dos médicos encargados y pagados por la ciudad para visitar todas las semanas a las mujeres, para saber si hay algunas enfermas, con pústulas u otras enfermedades secretas, para retirarlas de aquel lugar. Si hay allí alguna enferma de la ciudad, los regidores tienen un sitio para atenderlas a su costa y las forasteras son enviadas adonde quieran ir. He apuntado esto porque no he oído hablar de poner tal policía en tan vil lugar».

Para el señor de Montigny, el lugar sería muy vil, pero hablaba de él con verdadero entusiasmo. En parecidos términos y confirmando su descripción, se pronunció en la misma época el veneciano Sigismondo di Cavalli: «Hay en esta ciudad un lugar hecho por la autoridad, grande como la isla de San Jorge Mayor de Venecia, cerrados con muros de una sola puerta, en el que hay muchas casas, donde habitan todas las cortesanas de València».

Pero el Bordell, no era un edén. A pesar de todos los elogios y medidas, tanto de seguridad como sanitarias, no dejaba de ser un recinto controlado por hostaleros sin escrúpulos, proxenetas, celestinas y rufianes que explotaban a más de un centenar de mujeres, algunas de ellas venidas de otras tierras atraídas por la fama del recinto, y que buscaban allí un medio para sobrevivir, cuando no, obligadas por otras oscuras razones.

Tampoco a la vista de las sanciones reflejadas en el libro del Justicia Criminal, parece que el cierre del Bordell fuera la solución definitiva para atajar la prostitución dentro de la Ciutat; los tugurios y garitos del Bordellet dels Negres, junto al Estudi General o las Torres de Macià Martí, en el barrio de Velluters entre otros, fueron escenario de riñas, trifulcas y comercio carnal.

El siglo XVII marcó el fin del Bordell, la ciudad renacentista mudó a barroca, la intransigencia, el fanatismo y la intolerancia latentes en otras épocas, mostró su peor cara con la expulsión de los moriscos. La desaparición del Bordell, «seminarios del vicio», como los cita el jesuita Juan de Mariana en su obra Tratado contra los juegos públicos o «aduar y sentina de salaces» en palabras de Josef Rodríguez, del Convento del Remedio de València, fue objetivo prioritario del clero y de una parte moralista y pacata de la sociedad; la tímida inicial oposición municipal y la defensa interesada de personajes de peso en la ciudad que veían perder una fuente nada despreciable de ingresos, no evitó el cierre definitivo de la Mancebía allá por el año 1677. Todo el variopinto mundillo de la mancebía se dispersó por la ciudad, parte al barrio de Peixcadors y parte a la Vilanova del Grau. Todas sus casas fueron derribadas. Por una deliberación del Consell de agosto de 1681, se ordenó la construcción de una caseta para almacén de pólvora, en la «casa publica, que al present està derruida, per estar en puesto molt apartat y distant de les cases dels vehints de la present ciutat».

Los terrenos fueron comprados casi en su totalidad por el Convento del Carmen, salvo el edificio para guardar pólvora; hubo otro, propiedad del convento que era la casa de los guardianes donde se almacenaban los útiles y aparejos para el cuidado de los huertos, porque hasta mediados del siglo XIX, todos estos terrenos fueron huertos productivos regados por ramales de la acequia de Rovella.

La desamortización de Mendizábal y el auge de la industrialización iniciaron el cambio de terrenos rústicos a solares industriales. Así, en la prolongación de la calle de los Huertos -dels Horts-, a la altura aproximada de la entrada al antiguo Bordell, se crea un pequeño núcleo fabril. En una de las industrias se instaló una de las primeras calderas de vapor de València; en la magnífica litografía de Alfred Guesdon Valencia desde el Puente de San José (1858), se puede observar la humeante chimenea de la fábrica y los primeros edificios residenciales anejos a éstas.

A medida que el núcleo fabril va creciendo y favorecido por el derribo de las murallas en el año 1865, se abre paso una nueva calle paralela a la de los Huertos, es la calle Na Jordana, en su flanco derecho a espaldas de la calle Huertos se construyen los primeros edificios residenciales de vivienda obrera de Valencia.

A pesar de su evidente degradación, este casi triángulo formado por las calles Guillem de Castro, Salvador Giner y Na Jordana, conserva visible los estratos de su historia. La Medina al Turab, presente en el molino de la época califal que en deplorable estado se encuentra en un solar de la calle Salvador Giner, o en ese falso atzucac que es la calle Gutenberg; el propio topónimo «carrer dels Horts€ del Partit», con ese arco o puerta que evoca la entrada a la Pobla de les auls fembres y esa casita de un piso, pintada de color azul que cierra la calle Gutenberg y que algunos vecinos del barrio la consideran el último vestigio de las del Bordell. La misma parcelación que conserva la trama de las acequias que regaban esos huertos y sobre todo los despojos de un pasado fabril, chimenea incluida que esperan urgentemente una solución que respete a sus vecinos y que no pase por la destrucción y el olvido de su historia, de nuestra historia.

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