Con dos procesiones, la Cívica y la General, con representaciones de «miracles» y con bajada del santo a última hora, San Vicente Ferrer concluyó el grueso de su ciclo 2017. El grueso porque todavía queda: hoy, el Mercat, el próximo fin de semana el Mocadoret y el Mercado de Colón y, más adelante, los Niños de la calle San Vicente. La fiesta vicentina se enfrenta, más allá de su rutina, a muchos retos por solucionar y mejorar. Le vienen por delante un par de efemérides que podrían ayudar a reactivarla: el 75 aniversario de la Junta Central Vicentina el próximo ejercicio y el 600 de la muerte del patrón en 2019. Porque la fiesta está, seguramente, necesitada de una puesta en valor, pero también de una puesta al día. No cabe esperar ser un atractivo turístico con las posibilidades de la Semana Santa Marinera. Pero también da la sensación de estar atascada, con poca progresión para salir de unos estereotipos que perviven en el tiempo, sin llegar a ponerse en valor su enorme riqueza: unos «miracles» que son tradición centenaria, que los niños sean los protagonistas (algo que volvería loco de alegría a cualquier analista de la Unesco) o la propia trascendencia del patrón, tan solo acogido y exaltado por una parte del espectro ideológico de la ciudad. Y las posibilidades están ahí, como el eco que ha tenido el esfuerzo del Altar del Carmen por construir un altar nuevo, o la enorme, si no exagerada, vitamina que supone incorporar masivamente a las falleras en la Procesión Cívica.

Los altares reclaman más promoción tal como se ha hecho con la Semana Santa o el Corpus, fiestas ambas con componente religioso, que han gozado de cartelería, y también lamentan haber perdido alguna subvención. Pero también precisan evolucionar y salir de la atonía. Esta primavera hay elecciones en las que se elige la mitad de la directiva de la JCV, lo que será un buen momento para saber hasta donde y en qué dirección quiere marchar la fiesta del «pare Vicent».