Si la razón prevaleciera sobre la fe, la fiesta de la Cruz de Mayo tendría poca solidez científica. Aurelio Martínez fue el último en recordarlo durante su discurso como pregonero del Cristo del Grao: que Santa Elena, madre de Constantino, desenterrara los maderos en los que fue ajusticiado Jesús, tres siglos después de que esto sucediera, resulta harto complicado. Tanto por el hecho de encontrarla como por el estado en que puede pervivir la madera tanto tiempo y bajo tierra. También mostró sus dudas con la cantidad de reliquias que de ésta existen, tantas que, «si se juntaran, podrían construirse un barco». Curiosamente, la fiesta se llama «Invención de la Santa Cruz».

El caso es que la Cruz, signo de la cristiandad, aunque no a principio de la misma, su hallazgo y la celebración de la misma, ha generado la costumbre de plantar en calles y plazas engalanadas con flores. València, merced a su entramado asociativo, también lo hace. No con la sofisticación de otros lugares, especialmente en Granada. Pero sí lo suficiente como para que el vecino o el visitante se sorprenda con su llegada. Nada sería posible sin las fallas, que corren con gran parte de las mismas, además de colectivos de Semana Santa, parroquias, asociaciones vecinales y otras celebraciones festivas.

Todas ellas deben estar plantadas hoy por la mañana, como si de fallas se tratara, para que el jurado confeccionado por la entidad convocante del concurso, Lo Rat Penat, pueda visitarlas. La crisis hizo especial mella en este concurso, que no deja de ser una actividad subsidiaria en las comisiones de falla, puesto que el certamen llegó a alcanzar el centenar y medio de participantes y ahora, pese a la aparente recuperación, no consigue recuperarse. Será medio centenar el número de participantes de unas obras dan color y olor a la ciudad y que no destruye el fuego, pero sí el calor: cuanto más apriete el sol, más pronto se echarán a perder.