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Toda la verdad sobre los hombres del SAS, héroes y canallas que hicieron la vida imposible a los nazis

Ben Macintyre accede por primera vez a los archivos de la misteriosa fuerza secreta británica formada por soldados tan valientes como despiadados

A Quentin Tarantino le hubiera gustado tenerlos de asesores para su película Malditos bastardos. Porque eran soldados muy poco convencionales. Granujas es una forma suave de definirlos. Eran los hombres del SAS (Special Air Service), la Unidad de Fuerzas Especiales Secretas de Gran Bretaña que puso las cosas muy difíciles a los nazis y ayudó a que los aliados ganaran la II Guerra Mundial con sus operaciones especiales. Había combatientes "normales" pero la mayor pate estaba compuesta por reclutas de distintas nacionalidades y personalidades, gente inadaptada que podía poner en juego su vida con un valor extraordinario pero también realizar acciones de brutalidad desenfrenada o meter la pata hasta atrás. Sí, como los Doce del patíbulo pero a lo grande.

El periodista y escritor Ben Macintyre, de quien ya conocíamos libros tan extraordinarios como Un espía entre enemigos o El hombre que nunca existió, rescata en Los hombres del SAS (Crítica) a la más célebre y a la vez misteriosa organización militar del mundo tras lograr el inaudito permiso de acceder a su documentación.

Todo empezó en las arenas del norte de África. Los soldados eran lanzados en paracaídas tras las líneas enemigas para llevar a cabo sabotajes y lograr información de los prisioneros. Pero su historia no terminó ahí: después hicieron de las suyas en Italia, Francia antes del Día D y Alemania cuando cuando el SAS llevó sus patrullas de todoterrenos hasta las costas del Báltico.

El SAS, recuerda el autor, "fue pionero en una variedad de combate que desde entonces es un elemento esencial de la guerra moderna. Nació como un pequeño contingente de asalto, pero acabaría convirtiéndose en el comando más formidable de la segunda guerra mundial y en un prototipo para las fuerzas especiales de todo el mundo, sobre todo la Fuerza Delta y los SEAL de la Armada".

En definitiva, un contingente de élite destinado a misiones clandestinas y muy peligrosas que superaban las capacidades de las fuerzas convencionales. El SAS estuvo detrás de las operaciones más duras de la Segunda Guerra mundial y provocó daños enormes materiales y psicológicos a las fuerzas desalmadas de Hitler.

¿Y quién estaba al frente de semejante grupo salvaje bélico? _Carismático y con muy buenos contactos, David Stirling, como subraya el autor, era una de esas personas que "prosperan en la guerra tras haber fracasado en la paz. El SAS en parte nació porque su fundador no aceptaba un no por respuesta, ya fuera de sus superiores o de sus subalternos. Fue en el bar del White´s, uno de los clubes de caballeros más exclusivos de Londres, donde Stirling oyó hablar por primera vez de una vertiente militar que parecía mucho más afín a las aventuras y emociones que él tenía en mente: un nuevo comando de élite concebido para atacar objetivos enemigos de relevancia causando el máximo impacto posible. Stirling ya había urdido un plan: ´Creo que sería posible, o no muy difícil, infiltrar a un número reducido de hombres en posiciones alemanas selectas desde el desierto. En mi opinión, sabotear aviones, pistas de aterrizaje y depósitos de combustible podría tener un efecto bastante espectacular en su eficiencia y estado de ánimo´. Stirling insistió en que aquella unidad no estuviera compuesta de hombres sumisos

"Siempre invitaba a subir a bordo a los que discutían". También debían estar dispuestos "a matar cuerpo a cuerpo, pero no por el hecho de matar. ´No quería psicópatas´, reiteraba. Por tanto, Stirling buscaba una serie de cualidades que no suelen encontrarse todas juntas: combatientes excepcionalmente valerosos pero que rozaran la irresponsabilidad; disciplinados pero de mentalidad independiente; resignados, poco convencionales y, cuando fuera necesario, despiadados».

África fue una dura prueba de fuego. Leamos: «Pronto se les acabó el agua. Al tercer día encontraron una nauseabunda charca de agua salada. Había que destilarla, un proceso laborioso que producía poco líquido para combatir la deshidratación causada por el calor, la marcha forzada y la diarrea, así que decidieron beberse su propia orina y comer bayas, caracoles y pequeños lagartos que encontraban debajo de las piedras".

En dos semanas, uno de los combatientes "había estado a punto de morir de sed, había bebido su propia orina, se había arrastrado por un campo de minas, había esquivado balas, había secuestrado un coche alemán, había comido una lata de ternera medio quemada, había cruzado la línea del frente y había recorrido doscientos cincuenta kilómetros de desierto en nueve días». Casi nada. No había piedad: «Los cautivos no entraban en las competencias del SAS. Normalmente los desarmaban, los retenían un tiempo y luego los ponían en libertad; pero entre abandonar a los prisioneros en medio del desierto y eliminarlos no había ninguna diferencia». Impresionante el personaje del ex jugador de rugby Paddy Mayne, que no tenía reparo alguno en convertirse en un implacable asesino llegado el caso.

A medida que avanza el libro (muy rápido porque la lectura es fascinante), la brutalidad de la guerra aumenta de calibre: «El SAS había librado una guerra en el desierto, una guerra de guerrillas y una guerra convencional, una guerra en bosques, montañas y campos, bajo la nivele gélida, en el barro y en la abrasadora arena. Se había enfrentado a alemanes, italianos, franceses y rusos, a soldados uniformados, colaboradores, espías e irregulares. Pero, cuando la guerra entraba en su último y sangriento capítulo, el SAS tuvo que combatir con gente que defendía su tierra, acérrima pero desesperadamente».

Los alemanes ponían uniformes a los colegiales y los obligaban a luchar. El SAS los mataba si era necesario: «Si le disparabas a uno, los demás se ponían a llorar». Al principio luchaba contra "un enemigo caballeresco, pero acabó luchando contra la pura maldad de las SS" . La historia del SAS está llena de éxitos pero también hay dolorosos fracasos, como la "Operación Bigamy".

No tuvieron un final acorde con sus logros, algunos de ellos favorecidos por la fortuna. Llegó con frío mensaje de la Oficina de Guerra: "Se ha decidido disolver el regimiento del Servicio Aéreo Especial". Como era habitual, "algunos detectaron una conspiración, cierta animosidad contra un regimiento que siempre se había rebelado contra las normas y nunca había sido aceptado del todo por los altos mandos más convencionales». El SAS dejó de existir oficialmente en octubre de 1945, "y sus hombres volvieron con sus regimientos o se incorporaron a la vida civil. El gran experimento de David Stirling había terminado. O eso parecía. Una pequeña fracción del regimiento persistió en secreto, de manera no oficial y posiblemente fuera de la legalidad. Tras cinco años de guerra, el regimiento sobrevivió a la llegada de la paz».

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