Martes 28 de marzo pasado en el Colegio de Arquitectos, su presidente Mariano Bolant retoma una tradición histórica de nuestro colectivo que consiste dar pábulo al debate sobre aquellas cuestiones de mayor trascendencia urbana del cap i casal a través de cruzar las opiniones de sus agentes más protagonistas. El anfitrión, esta vez cedió protagonismo dándole la venia al periodista Juan Lagardera para que presentara la Mesa que contaba con la participación institucional de Joan Ribó y Josep Vicent Boira ambos con viva responsabilidad política junto con los arquitectos Eduard Navarro, hijo pródigo de esta tierra y Javier Domínguez habitual en plaza. Lagardera realizó un documentado preámbulo en el que, recordando a la extinta «Gran Valencia», desgranó los sucesivos planes generales de la ciudad de València desde 1947 hasta el último en vigor que se aprobó en el celebrado día de los inocentes de 1988. Y si nadie lo remedia, y Ribó afirmó no estar ocupado en ello, el vigente planeamiento de nuestra ciudad pronto cumplirá 30 años como el más longevo y fatídico de todos ellos. Unas normas, que usadas o abusadas, han permitido que València, a costa de su huerta periurbana, ocupe hoy un 37 % más de superficie urbanizada que entonces (Plan de acción Territorial Huerta de 2011 dixit) mientras curiosamente solo haya aumentado el 3,1 % su población (INE 2016). Obra y magia de los agentes urbanizadores locales y sus afilados PAI que siguen a la espera de la nueva abundancia mientras cubren el tupido velo de la desidia sobre las zonas históricas. Si no, paseen tranquilos por Carmen, Velluters o Seu-Xerea que por Mercat les costará algo más.

Vicent Boira abrió argumentando la necesidad de acometer el problema de la ciudad del futuro desde la responsabilidad; primero solucionar sus infraestructuras: aguas limpias y sucias, suministros urbanos, y sobre todo el transporte. Problema endémico de cualquier ciudad capitalina, hoy filtrado por la accesibilidad y sostenibilidad del peatón o el ciclista. Urbanidad, en definitiva. Problema que Vicent solo pronosticó poder solucionarlo desde la escala metropolitana para lo que nos mostró imágenes nocturnas de satélite (siempre Google) en las que se apreciaba, gracias a la iluminación artificial, la envergadura de nuestra zona de influencia. Y desde estas fotos a la definición del ámbito del Plan Metropolitano, todo fue una. Cierto es que siempre es mejor trabajar donde hay luz que oscuridad y Vicent siempre se ha caracterizado por distinguirlas.

Javier Domínguez tomó la vez para presentarnos uno de los cuidadosos grabados de la València amurallada que comercializaba el arquitecto y litógrafo francés Alfred Guesdon en 1858. Dibujo posiblemente (por no demostrado) que fue apoyado en las fotografías que tomaba su amigo Charles Clifford desde su globo aerostático, aunque ninguna de todas se conserve. Domínguez nos propuso admirar la belleza de esta imagen para desde aquí dar el salto, talonado o consensuado por los procesos participativos ciudadanos, hacia la futura metrópolis como ensanche y crecimiento armonizado de su ciudad histórica. Bonita metáfora vista desde el visillo de una perspectiva académica. En cualquier caso, nos bajó del satélite al globo.

Siguió la anunciada promesa de Lagardera, el arquitecto Eduard Navarro, albaidí formado en EE UU y que ha vuelto a su tierra pronunciando un inglés tan sonoramente USA que lo legitima a opinar con fundamento sobre ese modelo urbano de unifamiliares, más de Atlanta y no tanto de San Francisco, que conocemos por la Ciudad Americana Dispersa. Frente a eso todos los ponentes, incluido Navarro, renegaron de ella por incómoda impersonal y sobretodo insostenible. Nos quedamos con ganas de una opinión del autor más eruditamente economicista, podríamos decir inversionista hacia la situación metropolitana de esta ciudad. Dicho sea que Navarro y su equipo «Net de Gerrers» (Nieto de Jarreros) se dedica a ojear estas geografías desde sus colaboraciones con fondos internacionales de inversión de capitales con destino en la inmobiliaria. Algo así como ese águila de cabeza blanca, mascarón de proa que inspira todo negocio de origen yanqui.

Y cuando estábamos entre el Golden Gate, el satélite y el globo, nos hizo aterrizar nuestro alcalde. Ribó habló de la ciudad desde el ciudadano. Habló de personas y sus problemas antes que de estructuras y sus mecánicas. Pero no en el sentido del ciudadano ilustrado de un Robespierre revolucionario y vengativo, sino desde la vecindad de una persona que cada día roza nuestra ciudad, a veces recorriéndola en bicicleta. Y que se para a atender y así entender. Una mentalidad mestiza de cuna y de ideas pero que se alimenta de la realidad observada entre el origen y el destino de su trayecto diario. Alimento de cada pedalada (creo que su bicicleta no es eléctrica, como la de otros destacados ciclistas locales). Aunque podamos objetarle que así se resuelven asuntos menores, hay que reconocer que quizás también le sea más fácil acertar.

A la vista de los discursos y aunque no se sea un reputado urbanista se podía concluir que todos los ponentes acertaron en su diagnóstico, al tiempo que los acompañaron de erudición y propuestas. Solo que cada uno lo hizo desde un lugar diferente: escotilla, visillo, window o pedal. Lugares acreditados para la observación. Perspectivas diferentes para ver una misma ciudad que posiblemente originen modelos de ciudad diferentes. Y o nos sentamos todos juntos, sobre todo aquellos que tienen mando en plaza, o dibujaremos perfiles incomprensibles en su contraste. Las experiencias del pasado que se ocuparon de definir un modelo de ciudad para el 1988 excusaron sus desatinos argumentando discusiones entre las partes competentes, cuando no ventajas particulares de advenedizos. Capitanes de taifas disputando intereses o ventilando ocurrencias. Por lo menos así nos llegaron sus relatos que todavía hoy resuenan.Ahora, dada la afinidad entre las partes y lo complementario de sus discursos, los errores no serían resultado de la confrontación, si no de un injustificable desencuentro. Si quieren, empecemos por el satélite o el globo, pero que no aterricen si no es demostrando que así se soluciona el problema concreto nacido de una necesidad que tenga nombre y apellidos, físico o jurídico. O si lo prefieren, empecemos por el pedal, pero que el golpe de su arrancada se inscriba en un marco metropolitano que lo recoja y le dé sentido. Y si no, vuelta atrás, que ese impulso no valía.

Para guardar el equilibrio, cualquier avezado ciclista, y Ribó lo es, sabe que tiene que mirar más allá de su rueda delantera. Proyectar es lanzar una idea; materializar una visión personal que realizas desde un lugar; el tuyo, el nuestro. Necesitamos un proyecto de ciudad, hoy metropolitana, que canalice oportunidades urbanas que mimen al valenciano y a quien así se sienta, más allá de la desalmada especulación. No concibo un alcalde que no lo desee. Hacerlo posible, debe ser resultado de la unión de las exiguas fuerzas ahora disponibles partiendo desde y hacia un mismo objetivo. Las nuevas bicicletas serán tándems o volveremos a darnos de bruces.