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Barrio

El eterno lamento que no cesa en el barrio del Cabanyal

La protesta que realizarán mañana las asociaciones civiles de los Poblats Marítims reclamará mejoras para la degradada «zona cero»

El eterno lamento que no cesa en el barrio del Cabanyal

Seguramente, si no existiera el agujero negro del Cabanyal, la «zona cero», ésa en la que el paisaje se convierte en tenebroso durante poco más de doscientos metros, buena parte de la problemática de éste barrio y, por extensión, del Canyamelar, no sería mucho mayor que la de cualquier otra parte de la ciudad. Con sus cosas de aparcamiento, alcantarillado, seguridad o limpieza. Pero todo cambia cuando un barrio en forma de rectángulo tiene en su zona central una serie de calles que hay que sortear con prudencia.

«Por la cohesión social», «Basta de actividades ilegales», «Para pacificar la convivencia vecinal» o «Respeten los derechos fundamentales de la ciudadanía» son formas de decir, con otras palabras, «suciedad», «delincuencia», «desarraigo», «ocupación», «violencia», «droga» o «alcohol», que convergen hacia un mismo problema y que son la base de la protesta que sacará mañana a la calle a los habitantes que lo deseen de ambos barrios.

Hay veinte mil candidatos e incluso han puesto de acuerdo a fuerzas vivas que articulan el barrio, desde las fallas a los mercados, la Semana Santa, banda de música, asociación de vecinos... una concentración de la que ya dejaron una muestra en «València», en el centro de la ciudad, días atrás y que ahora retomarán en el mismo lugar (el cruce de las calles de la Reina y Mediterráneo) a donde llegaron las autoridades autonómica y ciudadana, Ximo Puig y Joan Ribó, para cursar una visita y en el que les apremiaron para acabar con el proceso de degradación.

Poderoso es el contraste, por ejemplo, de calles del Canyamelar, con nuevas y cuidadas aceras y bolardos y establecimientos gastronómicos con otras a las que no han llegado las mejoras. Y mucho más con esa zona que, años atrás, se decidió que sería arrasada por la prolongación de Blasco Ibáñez, que se degradó hasta límites insostenibles y que ahora debería recuperar el vigor con la derogación del proyecto. Precisamente, una bandería de los actuales gobernantes.

Que se lo digan a la Sociedad Musical Poblats Marítims, cuya sede está en el centro casi geométrico de la zona de conflicto. «Nos motiva la cultura, pero al final flaqueas por agotamiento. Por estar ensayando y tener en la puerta gente consumiendo alcohol y drogas. Esto es una banda y es una escuela. ¿Cómo se van a atrever los padres a traer a los niños? Si encima tienes oferta musical varias calles más allá, la consecuencia es que hemos bajado muchísimo los matriculados. Te reúnes mil veces, pides policía, dicen que pasan, pero no se quedan... al final, todo se hace muy difícil» asegura su presidente, Domingo Carles, que vive el problema cada día.

El día a día es complicado. «Para tener un barrio, primero necesitas un barrio» dice Francisco Dolz, presidente de la asociación de vendedores del Mercat, un recinto que está en el linde entre el barrio bueno, el mejorable y el inexistente. «Y eso lo sufrimos. Ahora mismo, los puestos se malvenden. La última subasta, que fue de una caseta, apenas subió a 300 euros. No te arriesgas porque falta gente y falta clientela».

«Te cuentan hasta cómo han lanzado animales muertos a las casas, forzando para que te vayas, para poder ocuparlas. Y hay mucha gente mayor que no puede ir a otro sitio». «Es un problema de autoestima, de evitar el choque emocional» aseguran los convocantes. Saben que la solución no llegará en seguida, que será un proceso largo. Pero no quieren que los actuales gobernantes, que abanderaron precisamente la fobia al derribo, se olviden que el camino de reconstrucción es largo. Todos coinciden en una misma idea: poniendo en marcha la rehabilitación y forzando la salida de aquellos que ocuparon sin permiso. «Ni más ni menos que lo que se ha hecho en otros barrios. Simplemente, con voluntad».

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