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Urbanismo

Calle de la Paz. Un paseo por la historia y por el tiempo

El urbanismo higienista dominante en Europa a mediados del siglo XIX, propugnaba una ciudad con calles amplias y rectas, plazas de las que radialmente partían avenidas arboladas

Calle de la Paz. Un paseo por la historia y por el tiempo

En la València en el siglo XIX las plantas bajas eran ocupadas por comerciantes o talleres artesanales, el entresuelo concebido como almacén, espacio auxiliar o como vivienda del servicio; el piso principal era la vivienda del propietario, el primer piso solía estar habitado por profesionales, médicos, abogados, sastres, etc., y el último piso por los sirvientes o alquilado a trabajadores. Hoy en día, en ciertos edificios antiguos aún se conserva la siguiente numeración: Planta Baja, Entresuelo, Principal, Primero, Segundo€

A finales del siglo XVIII y principio del XIX entraron nuevos conceptos en materia urbanística, por una parte la supresión de los cementerios parroquiales facilitó la apertura de nuevas calles como la de San Fernando, ganada a costa de los cementerios parroquiales de Sant Martí y Santa Caterina, aunque por otra, las primeras desamortizaciones y desvinculaciones militares y nobiliarias, tuvieron escasa o nula incidencia en la apertura de nuevos espacios en la ciudad; fue la de 1836, la llamada amortización de Mendizábal, la que más impacto tendría sobre la geografía urbana de la ciudad aunque con resultados más bien decepcionantes para el urbanismo capitalino.

El derribo de la muralla en 1865 creó unas expectativas recogidas en la 1ª Ley de Ensanche de 1864, pero los acontecimientos políticos del momento dejaron aparcados los proyectos de ensanche extramuros de la ciudad hasta la llegada de la Restauración, centrándose únicamente en el acondicionamiento y reforma interior de la ciudad. El derribo de dos conventos, el de Sant Cristòfol y el de Santa Tecla, fueron decisivos para el nacimiento de una nueva calle y de un nuevo urbanismo. Pero el proceso también fue largo y nada sencillo, más de treinta años tardaría en culminarse la calle de la Paz.

En 1875, el Ayuntamiento decidió vender el solar del convento de Sant Cristòfol junto con el de Santa Tecla para su parcelación y posterior construcción de viviendas. La calle de la Paz dejaba de ser un proyecto más y tenía ya vía libre para su construcción. Nacería en la nueva plaza de la Reina, dedicada a la primera esposa de Alfonso XII, doña María de las Mercedes de Orleans, para desembocar en la del Príncipe Alfonso, el Parterre.

En ella trabajaron muchos arquitectos, Federico Aymamí entre ellos, pero fueron Manuel Sorní y Juan Mercader los que finalmente diseñaron la nueva calle. En ella dejaron su huella Luis Ferreres, Joaquín María Arnau, Francisco Mora, José Camaña, Antonio Martorell y Peregrín Mustieles entre otros. En principio, la calle se proyectó con una anchura de 20 a 25 metros, pero los concejales del ayuntamiento la consideraron excesiva y la redujeron a tan solo 14 metros.

El urbanismo higienista dominante en Europa a mediados del siglo XIX, propugnaba una ciudad con calles amplias y rectas, plazas de las que radialmente partían avenidas arboladas. En París, Haussmann fue su principal exponente, Cerdá en Barcelona y este modelo se quiso aplicar también al nuevo proyecto urbano.

Calle de la Revolución fue el primer nombre que se pensó para la nueva vía, corrían claro está, los años de la "Gloriosa", pero en 1878 con la monarquía restaurada y el carlismo derrotado, se optó por el nombre de calle de la Paz, en conmemoración del final de la Tercera Guerra Carlista. Pero ya se sabe que los valencianos somos proclives a manejar el nomenclátor callejero según el viento que sopla, así que en 1899 se decidió cambiar el nombre por el de Peris y Valero, alcalde que fue de València además de presidente de la Junta Revolucionaria en el año 1868, firme impulsor de múltiples mejoras (adoquinado de las calles, alumbrado€) y del proyecto de urbanización de dicha calle.

Pero esto fue hasta el año 1913 en que la comisión de estadística recomendó al Ayuntamiento volver a la anterior denominación de calle de la Paz. El rótulo sólo duró en su sitio tres años; en 1916 nuevamente recobró el nombre de Peris y Valero, hasta el año 1923 en que definitivamente -o por lo menos hasta ahora- volvió a su primera denominación de calle de la Paz.

Entre los planes de Reforma Interior que se barajaron, figuraba la prolongación de la calle de la Paz, proyecto de Federico Aymamí (1908); desestimado en principio, fue retomado por Javier Goerlich en 1939. Consistía, partiendo de la plaza de la Reina, en continuar la nueva avenida hasta las Torres de Quart. De la iglesia de Santa Caterina sólo quedaba la torre en medio de la calle, la Llotja estaría en una gran plaza junto al Mercat Central, y las calles de la Carda y Murillo, desaparecían engullidas por la nueva avenida. El proyecto fue archivado.

La torre de Santa Caterina desde su privilegiada situación, contemplaba pacientemente el curso de las obras y así vio en 1862 demoler las casas que conformaban el callejoncito de Caputxers y las del Forn de Ceca. Seis años después sería el convento de Santa Tecla, aquel que en 1562 acogió a las religiosas agustinas del convento de San José en la Corona, por la razón que Escolano tan crudamente describió: «Como la casa de las mujeres perdidas cayese a las espaldas de la huerta de estas religiosas, y pudiesen los relinchos de aquellas yeguas lascivas alcanzar a los honestos oídos de estas religiosas, acordaron desamparar el puesto y pasarse a la iglesia de Santa Tecla en la calle del Mar».

En 1885 vio como el adoquinado de la calle llegaba hasta la de Lluis Vives y como las primeras construcciones, ganaban altura dos años después. Poco a poco la calle iba tomando forma, si bien las primeras edificaciones tenían un estilo ecléctico, a medida que avanzaba iban adquiriendo riqueza artística y ornamental. En 1899, la calle llegó hasta la altura de la de Bonaire. Y allí se detuvo unos años, por el tapón que formaban las casas de la calle del Paraíso. En ese tiempo vio acabar el adoquinado de la calle e instalar el alumbrado. Pero a pesar de la longitud alcanzada, en 1899 la calle solo contaba con diez números de policía y 175 habitantes censados, de los que una mayoría eran comerciantes.

Hubo que esperar al año 1903, para que la calle de la Paz pudiera llegar por fin a la Plaza del Príncipe Alfonso. En enero de dicho año se expropiaron las casas que conformaban la calle del Paraíso y en junio del mismo año se aperturó la calle. También vio como los balcones se cubrían de blanco, mientras desde blancas carrozas, muchachas ataviadas de blanco lanzaban cintas blancas de papel, o como la gente mostraba su descontento por ésta o aquella cuestión o su alborozo por la llegada de tal o cual personaje. Desde allí contempló desfiles y procesiones, cabalgatas y ofrendas. Incluso vio como un municipal accionaba manualmente el primer semáforo de València. O como el río, desmadrado y desorientado, buscaba una salida que lo devolviera a su cauce.

Entre 1903 y 1905 edificios con elementos modernistas, casticistas y racionalistas jalonaron una espléndida calle, que ahora sí, se convirtió en residencia ideal para la clase burguesa. Aseguran que el primer ascensor se instaló en el número 17. En sus bajos, lujosas cafeterías, como El Siglo, el Café de la Paz, el Ideal Room€ tiendas de tejidos y sastrerías, como The Smart, El Águila o la Isla de Cuba, hoteles como el Palace Hotel o el Hotel Munich, hicieron de esta calle junto con la de Sant Vicent y la Baixada de Sant Francesc, un eje comercial de alto nivel.

En 1903, una vez terminada la calle de la Paz, nuevamente el empedrado tuvo que ser levantado en parte, para instalar las vías del tranvía. La línea del Cabanyal, que por allí discurría, se electrificó en 1907, por lo que también se tendió la correspondiente catenaria. Pero la de Russafa hasta el año 1917 continuó siendo de tracción animal. Ese mismo año a la torre de Santa Caterina le pusieron un reloj.

Bajo el empedrado de la calle, quedaban enterrados muchos años de historia. El pequeño Atzucac de Caputxers, embrión sin saberlo de la futura calle de la Paz, conducía hasta la Ceca, la fábrica de moneda creada por Pere IV en 1369 y que estuvo allí hasta principio del siglo XVIII. Y si hurgáramos un poco más encontraríamos los restos de alguna necrópolis de la época romana o de la muralla de la época imperial. Apenas avanzamos unos pasos por la calle, entramos en el recinto que fue el Call valenciano, el barrio de la Jueria. A mano derecha y a unos pocos metros de nosotros, la casa que fue de la familia Vives. El mismo Lluis Vives en uno de sus «Diálogos», nos describe donde estaba su casa. Escribe Vives en boca de Centelles: «iremos por la calle de la Taverna del Gall, que quiero ver la casa donde nació mi amigo Vives, la que, según tengo oído, está bajando la calle a lo último y mano izquierda; así visitaré a sus hermanas». Desde finales del siglo XIX y a petición del cronista de la ciudad, Vicente Boix, la calle de la Taverna del Gall, se llama de Lluis Vives.

Seguimos avanzando, cerca de allí, a nuestra izquierda, encontramos la Sinagoga Mayor; en su lugar se levantó la iglesia de Sant Cristòfol que también fue objeto de la piqueta, su derribo facilitó la apertura de esta calle, aunque a punto estuvo de convertirse el solar en mercado, diseñado por el arquitecto Joaquín Zacarías Camaña. Y un poco más hacia adelante, los vestigios de la muralla islámica junto a los del Circo de Valentia que le servían de apoyo. Construido en la época imperial en el siglo II, tenía una longitud de 350 por 70 metros de ancho. La cabecera estaba situada a la altura de la calle Almirall, y el final a espaldas del Colegio del Patriarca.

A la derecha, la calle de la Creu Nova desemboca en una plazoleta, allí tuvo la Juería una puerta de entrada: el Portal dels Cabrerots; La denuncia de la existencia de una sinagoga clandestina de los tíos de Lluis Vives, provocó su derribo, en su solar el nacimiento de una nueva plaza -de la Creu Nova- y la muerte en la hoguera de los familiares de Joan Lluis Vives. La calle de las Comedias nos marca el límite de la Jueria. Hasta el siglo XVIII, esta calle que no era calle sino plaza - el concepto de «plaza» era diferente al de hoy en día, cualquier ensanchamiento en aquellas estrechas calles, era considerado como plaza - se llamaba l´Olivera.

Dicen que, por este barrio, allá por el siglo XVI, no era muy recomendable andar al caer el sol, abundaban las tabernas y con ellas el vino, el juego y una variopinta fauna de personajes que de camino al puerto o del puerto a la ciudad, allí recalaban. Los comediantes que por aquella época y por aquellos lugares pululaban, aprovechaban la circunstancia para sacarse unas cuantas monedas a costa del improvisado público. El Hospital General, cuidadoso de las buenas costumbres y en prevención de sucesos desagradables, consiguió del virrey de València, el Marqués de Aytona, un local para que los cómicos dieran sus espectáculos y así apartarlos de la calle. Este edificio estaba situado junto al Trinquet de Cavallers, hasta que en 1646 dado su estado, el local fue derribado. En su solar se construyó la iglesia de la Congregación de Sant Felip Neri.

Pero Dios aprieta, pero no ahoga, y el Hospital no dejó desamparados ni a los comediantes, ni a la gente que cada vez acudían en mayor número a las representaciones. Así que decidió comprar unas casas cerca de allí, en la plaza de L´Olivera donde se estableció el nuevo corral de comedias. En sus representaciones no faltaban obras de autores, como Cervantes, Guillem de Castro o Lope de Vega.

Según cuenta Orellana, unos años después, un nuevo edifico fue diseñado por el padre Vicente Tosca, pero sin que él supiera que era para València, ni su destino. Un buen día, paseando por la plaza de l´Olivera en compañía del doctor Aliaga, catedrático de la Universidad, entró a ver los trabajos que se estaban realizando, y viendo que se seguía exactamente su proyecto, exclamó: «¡Ai bribons, que bé heu tret el meu disseny!».

Pero dicen también, que un mal día, por el año 1748, la tierra tembló y el teatro tuvo que ser demolido. Mientras se construía uno nuevo, se tuvo que habilitar en el año 1761 otro en un antiguo almacén de trigo junto a la Porta de la Trinitat, en la calle del Salvador, el conocido como de la Balda, antecesor del Teatro Principal. El nombre de las calles adyacentes a la de las Comedias, Vestuari y de la Tertúlia, nos deja bien clara la actividad del barrio. La calle de los Nocturnos, nos recuerda a la Academia de los Nocturnos, una tertulia literaria que entre los años 1591 al 1594, se celebraban en el palacio de los Català de Valeriola. Tenían sus reuniones la noche de los miércoles, y allí referían todo tipo de cuestiones. Poesías, prosas, ensayos y algunas disertaciones, generalmente en castellano, estaban al orden de la noche. No utilizaban su nombre, sino seudónimos, todos ellos con claras referencias a la noche: Bernardo Catalá de Valeriola su fundador, era Silencio, Guillem de Castro, Secreto, Cerdán de Tallada, Trueno; también estaban Miedo, Descuido, Sosiego, Tristeza, Sueño€ Atrás dejamos también el Ideal Room, con su suelo embaldosado en blanco y negro; alrededor de una mesa de mármol blanco, Josep Renau, Ángel Gaos y Juan Gil Albert charlan animadamente entre volutas de humo que unos ventiladores colgados del techo se esfuerzan por disipar.

Llegando casi al final del recorrido, a nuestra derecha un grupo de periodistas sale del Palace Hotel con paso apresurado justo en el momento en que Carles Salvador, Adolf Pizcueta y Ricard Blasco se disponen a entrar. Una brisa hace ondear una pancarta en los balcones, anunciando el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. El Parterre y la Glorieta, se abren ante nosotros en un estallido de luz y verdor. El chirrido de unas ruedas y el tintineo de una campana nos hacen detener, pensé en el 6 o en el 2 que iba a la Malva-rosa. Pero no, falsa alarma. Al fondo la torre de Santa Caterina nos observa, esta vez sin el reloj, que todo hay que decirlo, nunca le había hecho gracia.

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