hoy no extraña a nadie, en las playas y piscinas, ver las prendas que se utilizan como vestimenta -escasa- para tomar el baño. Pero setenta años atrás hubiera sido impensable lo que ahora vemos. Hay que recordar que entonces había en las playas la «separación de sexos»; incluso en Las Arenas recordamos una valla de cañas o de maderas, que señalaban a un lado las mujeres y al otro los hombres. Por cierto, que saltándose esta discriminación, más de un bañista procuraba evitar a los vigilantes y se acercaba para, entre rendijas, poder observa a quienes estaban al otro lado. Claro que lo que podía contemplarse así, clandestinamente, no tendría nada que ver ahora; pues era preceptivo el bañador que cubría todo el cuerpo, desde los hombros y el cuello hasta más debajo de las ingles; los hombres, naturalmente, no podían llevar el pecho al aire: una camiseta, y pantalón corto como bañador. Pero llegó la década de los años cincuenta del pasado siglo.

Una moda que se asegura que lanzó Brigitte Bardot en la Costa Azul, se difundió por Europa, aunque tardó en llegar a España. Quien esta crónica firma veraneaba con su familia -un mozuelo entonces- en San Antonio Abad, en la isla de Ibiza; y allí, con la presencia de turistas de otros países, el bikini empezó a verse. Era noticia, cuando en septiembre regresábamos a València, contar que en la isla se veían bañadores femeninos solamente «de braga y sostén». Pero el turismo empezó a crecer en la Península Ibérica; y contrastaba la presencia de damas europea con el nuevo atuendo bañista.

Benidorm fue el lugar que más creció en visitantes extranjeros en los años de mitad del siglo XX; y las foráneas lucían como normal lo que aquí aún extrañaba. Nos contaba el entonces alcalde de aquella localidad -y que fue un inolvidable promotor del turismo en España-, Pedro Zaragoza Orts, que la autoridad religiosa alicantina le llamó la atención y le apretó para que lo prohibiera.

Pero el primer edil tomó su moto y se plantó en el Palacio del Pardo, donde tenía buena audiencia, y contó el problema, explicando que la prohibición limitaría la presencia de turistas en la Costa Blanca. Se le dijo que no hiciera caso, y que mantuviera el permiso para los bikinis. Y así fue, generalizándose el nuevo atuendo playero, que hoy vemos con las mayor normalidad y naturalidad. Incluso hay atrevimientos -escasos, pero algunos- de quitarse la prenda superior del bikini para tomar el sol. ¡Y todo lo empezó Brigitte!