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Preservar el camposanto de València

Una ciudad para el recuerdo

Una visita guiada por el Cementerio General de la mano de Rafael Solaz es un sentido paseo por la historia de València

Una ciudad para el recuerdo

Era un sábado de julio que presagiaba mucho calor en València, de esos días que nos escapamos a la playa o al campo buscando el fresco. A las 9.15 horas de la mañana volví al cementerio, a mis recuerdos de infancia, de tesis e inventario para conocer un poco mejor esta singular ciudad burguesa de ultratumba.

Estos recorridos guiados al cementerio municipal vienen dándose con cierta regularidad desde hace unos años, se anuncian en la web del Ayuntamiento de València como el Museo del Silencio con cuatro rutas. La de ese sábado formaba parte de las actividades de la Feria de Julio, programadas por el Ayuntamiento, y duraba sólo una hora. Un goteo intermitente de gente iba llegando al lugar de encuentro, el hall del cementerio; todos ellos expectantes, y con la ilusión reflejada en el rostro, desafiaban el sofocante calor y humedad de la mañana.

Un grupo heterogéneo de casi 70 personas comenzamos el recorrido que descubrió la parte menos conocida para mí del cementerio: las tramadas de la izquierda (ampliación de 1890), el suntuoso patio de los pórticos con columnas dórico-helenísticas, la cruz monumental homenaje a las víctimas de las siete epidemias de cólera que sufrió nuestra ciudad, y el cementerio civil donde, entre otros personajes célebres de nuestra historia, se encuentran enterrados Vicente Blasco Ibáñez, el periodista republicano Alfredo Calderón y Arana y un largo etcétera. Antes de iniciar el recorrido lo inmortalizamos con una foto de grupo.

No voy a detallar lo acontecido porque como en una buena película no hay que desvelar nunca el final: ¡vengan a verlo! No obstante, sí les diré que a medida que Rafael Solaz nos iba explicando símbolos, tipologías de enterramientos, señalando personajes ilustres o contextualizando la época y sus circunstancias reinaba el silencio, conscientes de que allí yacían enterrados muchos de los protagonistas de la historia de València, responsables de los importantes cambios que sufrió la ciudad durante el siglo XIX y XX, y sentaron los cimientos de la ciudad «viva» actual.

Fue emotivo. El periplo se nos hizo corto. Como en los espectáculos pedimos un «bis», pero no pudo ser. A continuación quedaban dos itinerarios más programados. Así pues, le interpelamos: La nocturna per a quan, Rafa?

Los asistentes quedaron encantados por la sencillez y claridad de las explicaciones didácticas y sentidas del guía. Un amante de la historia de València, quien, a modo de voluntariado cultural, ofrece a los interesados en ello, cuatro itinerarios por el cementerio municipal. Mientras unos proyectaban apuntarse a recorridos más largos de otoño, otros, en el bar/cafetería del cementerio, almorzábamos y comentábamos nuestras impresiones de la mañana, del estado de conservación de esta parte del cementerio. Sin olvidarnos de la anécdota del día: un precioso gato blanco y negro nos seguía con curiosidad desde una de las lápidas.

He de decir que la visita no sólo ha avivado recuerdos, sino que me ha estimulado para escribir este artículo. El cementerio de València para muchas personas de mi generación está de algún modo vinculado a nuestra vida. De niña y adolescente iba regularmente con mi tía a poner flores a la abuela, recorríamos un camino estrecho que conducía desde la «Cruz Cubierta» al cementerio, pasando por el marmolista, una era cercana y campos.

Más tarde, en mi tesis sobre la vida cotidiana de la burguesía valenciana, dediqué parte del último capítulo (espacios y ritos de la sociabilidad burguesa valenciana) a la muerte, sus manifestaciones sociales y artísticas y al cementerio como una ciudad burguesa de ultratumba. Allí explicaba que en un intento de rehuir el anonimato de la fosa común o del nicho, los panteones del marqués de Caro, del marqués de Campo, el de la familia de Llano-White los tres junto a la iglesia, y otros como el de Colomina, Juan Bautista Romero Conchés, Virginia Dotres o el de la familia Fourrat fueron claros precedentes, no sólo de una arquitectura funeraria posterior, sino también de un modo de perpetuar el recuerdo del individuo, la propiedad privada y última representación artística de la cohesión de la familia burguesa. Años después volvería a la capilla del cementerio para inventariar los bienes, muebles y las lápidas de los nichos de su interior para Conselleria de Cultura.

Aunque parezca lo contrario, queda mucho por estudiar sobre las obras funerarias de nuestro cementerio. De unos años a esta parte ha crecido el interés por conocer esta ciudad paralela a la València «en vida». Se han realizado exposiciones de arquitectos monográficas, un congreso europeo sobre cementerios (València, 2007), una tesis (Jorge Girbes, 2009), y algunos artículos. Los iniciadores de este interés que algunos considerarán un poco «macabro» fueron M. A. Catalá (1988, 2007) y los profesores Justo Serna y Anaclet Pons (1992), les siguieron Fernando Pingarrón-Esaín (2008), Mª Jesús Blasco (2005 y 2007), Jorge Girbes (catálogos exposición 2011, 2013 y 2014) y yo misma en (2002 y 2006).

Desearía que este artículo suscite el interés de nuevos investigadores y público en general. El objetivo es claro, poner en valor el cementerio de València, un espacio único tan desconocido como interesante que merece que la maravillosa iniciativa de Rafael Solaz y del Ayuntamiento vaya acompañada por la realización del inventario patrimonial de los panteones y lápidas, de su investigación histórico-artística, y de la conservación-restauración tanto de lápidas como de los monumentos funerarios de una manera racional y programada, en la cual nuestras universidades o mecenas culturales deberían aportar su granito de arena.

El cementerio general forma parte de nuestra historia cultural y, como valencianos hemos de tomar conciencia de ello. Preservarlo es un deber cívico que puede generar muchos parabienes, entre ellos el interés turístico. Por eso, es fundamental dotarlo de una infraestructura mínima: máquinas expendedoras de bebidas en el hall, mayor seguridad para evitar el expolio en el recinto (tan común en todos los cementerios), establecer convenios de colaboración o crear alguna fórmula de voluntariado para el mantenimiento, estudio y conservación no sólo de los panteones sino también de las lápidas históricas. Todo ello racionalmente coordinado por un equipo de especialistas en patrimonio.

No corren buenos tiempos para la inversión que aquí propongo, lo sé y lo asumo;.No obstante, considero que recuperar el antiguo esplendor del cementerio es una cuestión de perspectiva y de creatividad. De compromiso, no sólo de dinero. En mi opinión es importante recuperar el espíritu cosmopolita y de modernidad que fraguó la transformación de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX y principios del s. XX, promoviendo ésta segunda ciudad «paralela» de ultratumba: el Cementerio General de València. Ejemplo de ese espíritu de entonces, testimonio directo de la época, son edificios como el Mercado Central o la Estación del Norte, que el día 8 de agosto cumplía cien años, y que forman parte de nuestro acervo cultural.

En definitiva, es responsabilidad institucional transmitir el legado cultural del Cementerio General de València a las generaciones futuras. Y es nuestro deber como ciudadanos exigirlo. Antes de que sea tarde.

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