Según informa el Ayuntamiento de València, la Junta de Gobierno Local ha acordado valorar el impacto del Plan Especial de Protección de Ciutat Vella que, desde las alineaciones, recuperará su trama urbana histórica en diferentes puntos del distrito. En uno de sus sectores, el que quizás haya experimentado los mayores cambios en su trama, se ubicaba la judería valenciana hasta que fueron borrados, casi simultáneamente, dos de los signos más importantes de una ciudad: su población o, al menos su modo de vida, y el plano de la ciudad. Signos que llegan a confluir pues, como ya escribiera Walter Benjamin, «las calles son la vivienda del colectivo. El colectivo es un ente eternamente despierto, eternamente en movimiento, que vive, experimenta, conoce y medita entre los muros de las casas tanto como los individuos bajo la protección de sus cuatro paredes». Recordemos que si el decreto de expulsión de los judíos fue firmado en marzo de 1492, en enero de 1491 el rey Católico concedió los terrenos donde se ubicaba el cementerio judío de Valencia al vicario general de la Orden Dominicana en el Reino de Valencia para que fundara el convento de dominicas de Santa Catalina de Siena, autorizado por el papa Inocencio VIII en junio de 1492 y, respecto de la Universitat, el Consell General de la Ciudad encargó al arquitecto Pere Compte la adecuación al uso académico de una casa, patios y huertos ubicados en el que fuera el barrio judío, que había acordado comprar el 10 de octubre de 1492 a Isabel Saranyó y su hija.

La nota publicada por el Ayuntamiento está acompañada de una vista parcial del plano de Tomás Vicente Tosca, cuya primera edición debió ser realizada en 1738. En ella se representa el convento también dominico de Santo Domingo, en la plaza de Tetuán, en el lugar que llamaban la Rambla. Por otra parte, diversas noticias en la prensa informan de la incorporación de espacios libres y trazados reconocidos a través del estudio de la cartografía histórica con referentes como el plano del padre Tosca.

Pero ni Tosca, quien en 1704 realizó un grabado anterior al citado, ni Antonio Mancelli, quien dibujó la ciudad en 1608, conocieron la judería de Valencia. Sin embargo, recogieron parte de su toponimia y las huellas de su trama; como lo hicieron relevantes estudiosos como Francisco Danvila en 1886, Josep Rodrigo en 1913 o Fernando Llorca en 1930. Me estoy refiriendo fundamentalmente a las calles de les Penes, o del Cristo de las Penas, que salía desde el cementerio de San Juan del Hospital hacia la calle del Mar, y a la de Cristòfol Soler que, paralela a las calles Milagro y Mar, establecía el límite sur del conjunto de San Juan del Hospital y su separación con la judería, y «atravesaba lo que ahora son casas de la calle del Torno de San Cristóbal, é imprenta de Doménech», escribió Rodrigo, debiendo recordar que dicha imprenta se ubicó en el palacio de los Valeriola en la calle del Mar. Calle también recogida en «La Valencia Insólita», publicado en 2005, cuyo autor Roberto Tortosa, escribe: «En el interior de un patio de manzana, oculto a la vista de los viandantes y atrapado entre las medianeras de edificios monumentales [...] se conserva un tramo de la calle Cristòfol Soler, una de las que delimitaba el antiguo barrio judío». Perpendicular a ella había una calle que corría desde la del Milagro hasta la del Mar y paralela a la calle de San Cristóbal, en la que estaría el Portal de la Çabateria.

Llorca realizó el trazado en base a la existencia de calles y atzucacs entre el conjunto de San Juan del Hospital y el palacio de los Valeriola, donde se debió ubicar la carnicería de la judería, situada frente a la Sinagoga Mayor, también en la calle del Mar, hasta que en diciembre de 1392, Juan I vendió a Joan de Valeriola y los suyos, «la carnicería de lo que fue la judería con las ocho tablas construidas en ella». Venta que incluyó, como recoge José Hinojosa, en 2007, «el corral y el retrovili para degollar y matar los animales, tener las carnes y vender los despojos».

El anuncio de la recuperación de la trama urbana histórica, junto con el del nuevo uso del palacio de los Valeriola como centro cultural, supone una ocasión de conocimiento de la judería de Valencia. El conocimiento -o el conocimiento del conocimiento, como desarrolla Edgar Morin- es necesario para manifestar el error, la ilusión y, añado, la omisión. «Cuando el pensamiento descubre el gigantesco problema de los errores e ilusiones que no han dejado (ni dejan) de imponerse como verdades en el curso de la historia humana», escribe Morin, «cuando descubre correlativamente que lleva en si mismo el riesgo permanente del error y de la ilusión, entonces debe procurar conocerse»; como debe procurar conocerse frente al riesgo de la omisión.