Ni esteladas, ni cuatribarradas, ni siquiera republicanas (una, en forma de bufanda, en el cuello de un músico). La Cabalgata de las Magas de Enero tuvo la virtud de no convertirse en un festival de banderías y se preocupó más por lanzar mensajes universales, -especialmente el de «Pau i Cultura»-, denunciar la violencia machista y autoconcederse la satisfacción de celebrarla, toda vez que el actual gobierno municipal la secunda gustosamente.

Sí que sonaron acordes del himno de Riego entremezclado con composiciones populares, puños en alto y algún grito de «Vixca la Terra». Pero reclamar justicia para los más pequeños, regalarles globos y poner en la calle música y baile es tan legítimo como cuando lo hace cualquier otra entidad bajo otras claves ideológicas.

«Les Magues de Gener» pretenden rememorar una cabalgata infantil, la Festa de la Infantesa, que se celebró en 1937, cuando llegaron numerosos niños huyendo de los estragos del sitio de Madrid durante la Guerra Civil. «Es que han pasado ochenta años y los hay que no han aprendido nada, que aún no se han informado. Aquí venimos a hablar de solidaridad, de amor, de defensa de la infancia...», decía una de las organizadoras. Y así lo hicieron. Las Magas, Chelo Sánchez, Laura Belenguer y María Escalona lanzaron confeti, se hicieron selfis y fotos con quien quiso, las aplaudieron y lo pasaron en grande.

Al llegar a la plaza, Igualdad, Chelo, pidió «una ciudad tan segura que los niños puedan salir a la calle. Y un mundo sin juegos sexistas, donde los niños puedan desarrollar la imaginación y la ilusión sin barreras».

Fraternidad, Laura, recordó a «las mujeres que nos ha robado el patriarcado» y conminó a las niñas a que «si algo no os gusta lo podéis decir. Si no queréis un beso o un abrazo, podéis decir que no. Si os pasa algo, tenéis que saber que nunca será vuestra culpa».

Y Libertad, María, se pidió a sí misma «para querer a quien queramos y para ser felices y pensar lo que deseamos y vivir en un mundo de sonrisas y abrazos que sean más fuertes que los tanques y las fronteras. Si hubieras nacido en otra tierra, la tristeza de él podría ser la tuya» parafraseando con esta última frase a Joana Raspall.

Unas cincuenta personas, encabezadas por el presidente de España 2000, José Luis Roberto, acudieron a boicotear el acto y se dedicaron a hacer sonar silbatos y exhibir banderas españolas, senyeras tricolores y una estampa del Niño Jesús, a la vez que les llamaban «brujas» y pedían a Joan Ribó que se tirara por el balcón. El alcalde no habló y tan sólo les dirigió alguna mirada. Imágenes que recordaban la «Intifalla» que durante un par de años acompañaron las «mascletades». Los extremos, una vez más, se tocaban en la intolerancia.

Desfile exasperantemente lento

En clave cabalgatera, el desfile es muy flojo. Se dejan caer con poco ton y menos son las batucadas, grupos folclóricos, asociaciones, «muixerangues» (sus torres fueron lo más aplaudido durante el recorrido), «gegants», ciclistas y figurantes.

Pero siendo más que discutible la coherencia interna, lo peor es la exasperante lentitud. No es de recibo que un cortejo tan corto tarde más de dos horas en ir desde el Parterre a la Plaza del Ayuntamiento. La consecuencia fue que, habiendo disfrutado de un público bastante numeroso durante los primeros tramos, para el momento de llegada de las Magas quedaba muy poca gente, lo que amplificó el sonido de los gritones.

Ni el ayuntamiento, ni la Junta Central Fallera, ni la vicentina, ni la semanasantera ni la más modesta fiesta de barrio se permite algo semejante. Para tener prestigio como evento, hay que ganárselo.