La transformación de la plaza del Ayuntamiento de nuestra ciudad es un largo capítulo que hasta ahora nadie ha sabido, ha podido o se ha atrevido a resolver y que empieza a ser aburrido.

Cuando hablamos de intervenir en la plaza del Ayuntamiento podemos intuir fácilmente que el problema se extiende físicamente a todas sus conexiones, a un radio de influencia que se ha de tener en muy cuenta, como si del epicentro de un terremoto se tratara. Incluso por su relevancia se podría decir que para hablar de la plaza del Ayuntamiento habría que definir globalmente qué tipo de ciudad queremos para saber, en un reparto de papeles, cuál va a ser ese personaje que sin duda adoptará uno de los protagonistas.

Por lo tanto, el tema es complejo ya que intervienen numerosos factores que conviene tener en cuenta. Esto hace que las polémicas sobre aspectos tan puntuales como la circulación de los vehículos motorizados o las posibles afectaciones a los comercios son factores importantes, pero desde luego no han de ser determinantes por sí solos. La ciudad es de todos no obstante ese «todos» implica heterogeneidad; es un sistema muy variado que encierra sensibilidades diferentes por lo que el diálogo y el alcance de un consenso que seguramente no dejará del todo satisfecha a la mayoría, pero se hace necesario junto con una visión en perspectiva a largo plazo. Cabe hablar de la ciudad como un ecosistema que está en constante y lenta evolución. Hay muchos ecosistemas urbanos que están contaminados, enfermos, porque enferman a sus habitantes. Ya es demasiado habitual que salten las alarmas por los altos niveles humos nocivos que contiene el aire de las ciudades tanto en España como en el extranjero. Los ciudadanos somos responsables de la salud de nuestras ciudades y es nuestra obligación tener una actitud ecologista que podríamos definir como «ecourbana» que haga de ese entorno un lugar amable y habitable.

Hay que asumir que uno de los principales responsables de esos problemas ambientales son los vehículos con motor de combustión. Durante demasiado tiempo se ha venido priorizando el uso del automóvil en nuestras calles incentivado por parte de la industria como símbolo de modernidad, estatus social, de libertad individual. Es necesario atajar el problema sanitario que provocan los coches con diferentes medidas. Por ejemplo, en un plazo relativamente corto debería implantarse la utilización de vehículos híbridos o eléctricos para todo tipo de transporte público y todo particular que quiera circular por dentro la ciudad dejando los motores de combustión para vehículos de reparto o suministro que vengan de fuera en un horario limitado.

Otro factor de éxito experimentado en numerosas ciudades desde los años cincuenta del siglo pasado es la peatonalización en grandes zonas céntricas. Aquí mismo pensemos en la polémica que se desató durante el proceso de peatonalización de la calle Ruzafa en donde llegaron a convivir una línea de tranvía, los automóviles junto con las terrazas tan populares como la de los bares Balanzá y Lauria. Hoy resulta inimaginable revertir esa situación y el éxito como zona comercial y de ocio es indudable.

La restricción de coches y la peatonalización de la plaza del Ayuntamiento son dos puntos de partida necesarios para que la plaza se convierta en un lugar doméstico y de intercambio social donde suceda el mestizaje cultural que definirá el carácter del centro de la ciudad y zonas colindantes. La calle de la Paz, una calle monumental, con carácter e historia actualmente parece más una carretera nacional con arcenes para peatones que un lugar de disfrute. También ayudará a cerrar otro capítulo como el tratamiento de la plaza de la Reina totalmente subyugada por coches y autobuses en un entorno cuyo telón de fondo es la Catedral.

Pero en ese relato que ha de contener la plaza han de tener su papel ciertos elementos físicos existentes y claramente protagonistas como el propio Ayuntamiento, el edificio de Correos y los conjuntos de frentes de fachada tan diferenciados que existen y que son resultado de distintas épocas. Y por qué no, que conserve la tradición de las flores y la de la Mascletà.

Se me ocurren algunas preguntas como si se va a convertir el centro de València en un motor puramente económico basado en la actividad turística y la realización continuada de actos y celebraciones que ahora mismo está marginando la vida vecinal. Tenemos una gran rotonda casi pensada sólo para organizar la circulación de vehículos en cuyos espacios residuales perimetrales se instalan las aceras y cuyo centro se ha convertido en un «fiestódromo» popular que atormenta a los vecinos- que resisten en viviendas acechados por la incontrolada eclosión de apartamentos turísticos- y los que trabajan allí desde el mismo momento en que empiezan las pruebas de sonido de los aparatos que van a resonar un día o dos más tarde.

Todos estos factores para la transformación positiva de nuestra ciudad van a traer cambios que seguramente provocarán las quejas de muchos ciudadanos instalados la rutina cómoda viciada por muchos años de inmovilismo pero que es necesario romperla para la mejora de las condiciones de salud y habitabilidad de nuestro hábitat colectivo y privado.