Cada día los mercados extraordinarios suponen un «chute» de actividad, comercio y vida en los barrios de la ciudad. Sumergirse en ellos es toda una experiencia para quien no suele frecuentarlos, no solo por la cantidad de puestos diferentes, sino por el ambiente que se vive en estas pequeñas ciudades ambulantes.
De allá para acá, sus vendedores recorren las diferentes centralidades del «cap i casal», por lo que además suponen un elemento vertebrador y dinamizador de la economía local.
En total, València cuenta con 18 mercados extraordinarios repartidos por todos los barrios, aunque en la zona centro se concentran buena parte de ellos, siempre de 9:00 a 14:00 horas, excepto las vísperas de festivos que alargan una hora más.
El lunes los vendedores se ubican en Algirós, Russafa y en el entorno del Mercat Central. El martes la cita es en los aledaños del Mercado de Jerussalem, Natzaret y San Pedro Nolasco. Los miércoles los puestos se instalan en el Grau, junto a la avenida del Cid y el Mercado de Castilla y en Benimàmet; el jueves es el turno para Torrefiel y Cabanyal; el viernes, en Castellar-l´Oliveral, Mont-Olivet, Benimaclet y Malva-rosa; y el sábado cierran el periplo Benicalap, Mossén Sorell y Jesús-Patraix.
Los domingos están reservados para el rastro y la Plaça Redona. Los mercadillos ambulantes ofrecen precios casi imbatibles y además se puede encontrar casi de todo, aunque son los puestos de textil los más habituales.
Pero el enorme gentío que acude a los mercados extraordinarios también tiene consecuencias negativas. Cada día, cuando acaban su jornada y los vendedores recogen sus puestos, dejan una estela impresionante de suciedad en las calles. Bolsas, cajas, papeles o botellas se convierten en un horrible tapiz que se afana a limpiar un importante dispositivo del ayuntamiento. Quizá, con un esfuerzo de todos, clientes y comerciantes, la imagen sería mucho mejor.
