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La historia de un retablo

La vanidad que va y viene

La densa, profunda e interesante doctrina de san Vicente Ferrer se conoce a través de sus obras, sermones y enseñanzas

La vanidad que va y viene

En la fachada de la Iglesia de santa Mónica, hay un precioso panel cerámico, obra de Gimeno de Manises, que colocó la Agrupación Vicentina en los años 50 del pasado siglo, en el que aparece estampado un recibimiento triunfal que se le hizo a san Vicente Ferrer en su ciudad. Una leyenda en su parte inferior explica: «El Mestre franciscá, Fra Francesc Eiximenis, diu: Pare Vicent, ¿com va la vanitat? San Vicent, contesta: Va i ve, pero no es deté».

Entretenidos no pocas veces en lo anecdótico, en las pequeñas historias, olvidamos profundizar en la densa, profunda e interesante historia y doctrina de san Vicente Ferrer, cuyo pensamiento podemos conocer a través de sus obras filosóficas, teológicas y de las reportaciones de sus sermones escritas por quienes le siguieron en buena parte de su actividad apostólica predicadora por buena parte de las hoy España y Europa. Poco sabemos, en general, de la densidad, profundidad y belleza de sus enseñanzas, de lo que tantas veces dijo y predicó.

Un hecho que siempre he admirado es que desde hace muchos años el Altar de san Vicente Ferrer del Tossal conserva y cuidad con esmero una importante bibliografía, acrecentándola periódicamente, sobre san Vicente Ferrer y sus obras, entre las que hay numerosos testimonios de sus sermones y estudios analíticos.

Solía predicar el santo en muchas ocasiones al hilo de la festividad del calendario litúrgico de la Iglesia, principalmente en los días dedicados a apóstoles, mártires o santos renombrados, como, por ejemplo, el día de san Bartolomé mártir, -Sermo in festo sancti Bartholomei, III, p. 408 n. 13- en el que señalaba que el camino para entrar en el Paraíso cruzaba a través de cuatro «tormentos»: hemos de ser apaleados, crucificados, despellejados y decapitados.

Refería en esta ocasión el dominico la frase de san Pablo (2 Tim 3,12) que dice: «Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones». Indudablemente, se refería a todo tipo de persecuciones que el justo, el que vive firmemente según el Señor, de acuerdo con el Evangelio, en todo momento, siguiendo los caminos de Dios muchas veces tan distintos a los que nos trazamos.

Para ello, se hace imprescindible, según san Vicente Ferrer, abajarse de aquellas realidades de nuestra particular manera de ser para dejarse entrar por el Espíritu de Dios, permitir que anide en nosotros, dejarle hueco, para ser personalmente más Él que nosotros. Vaciarnos de aquello que dificulta que Dios, Jesús y el Espíritu se enseñoreen de nosotros al igual que se enseñorean del pan en la Eucaristía.

San Vicente Ferrer baja siempre a lo concreto, a lo tangible, al ser humano y sus circunstancias en todos sus sermones. No se queda en lo abstracto, ni en lo teórico. Es contundente, enérgico, claro, preciso. «Si tienes piel de león (soberbia y vanidad), humíllate€ La cabeza de donde viene todo mal es la soberbia, y presunción, cuando el hombre presume de vanidad€ luego hay que someterse a la decapitación». El término decapitación aquí es metafórico, simbólico, moral o espiritual. Hay que eliminar de uno mismo aquello que nos mundaniza en exceso, que hace del barro del ser humano no una vasija de acogimiento de Dios, sino algo inservible e impropio a sus planes.

Llama a la perfección, a la purificación, a la superación, a la mejora. En su «Tratado de la vida espiritual», san Vicente Ferrer afirma que la purificación de una persona le lleva a la humildad, que es la madre de todas las virtudes, situación ésta en la que brotará necesariamente la chispa de la caridad, del amor, que llenará todo el corazón de la persona, sin peligro de vanagloria, de vanidad, la que no tendrá cabida en el corazón ocupado totalmente por Dios, el amor, la caridad.

«De aquí -explica el santo en el cap.5º del Tratado- empieza a arder en su alma una perfecta caridad, que como en poderoso fuego consume toda la escoria del hombre interior. Y si así ocupa la caridad y posee toda el alma, no dejará puerta en ella y resquicio abierto por donde entre la vanidad». El texto del Tratado, escrito en latín, expresa esta idea de la siguiente forma: «Neque enim, ut iam dixi, potest aliqua vanitas subintrare, ubi caritas totum occupavit». La vanidad no entrará allá donde todo está ocupado por el amor, por la caridad.

En el capítulo 16 de este Tratado argumenta el santo varias razones que deben conducir a los humanos al camino de la perfección, y en la duodécima insiste en vencer lo que entiende son grandes imperfecciones del ser humano: presunción y vanagloria, grandes peligros que hacen resbalar en la andadura, en el camino, males de los que hay que librarse para ascender a más perfecta vida, «altam vitam inceperis».

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