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Patrimonio

Los secretos del Palacio de Ayora

Una investigación revela nuevos detalles de la historia de este singular edificio y de sus promotores, los adinerados hermanos José y Dolores Ayora - El libro indaga en el origen de la fortuna de los Ayora, amigos del contrabadista y luego financiero Juan March

Los secretos del Palacio de Ayora

Un estudio monográfico presentado esta semana sobre el palacete de Ayora, el que fue el chalé de veraneo de una notable familia burguesa, desvela los secretos de este singular edificio de arquitectura eclecticista del barrio Algirós, de sus propietarios y el origen de su fortuna, de los usos que ha tenido (fue discoteca y escuela infantil) hasta convertirse, tras su reciente rehabilitacion, en espacio cultural y sede de la Universidad Popular.

La publicacion, editada por el Ayuntamiento de València, recupera la memoria histórica de este singular palacete con jardín, originalmente bautizado como Villa Vergel. Los promotores del palacio fueron los hermanos José y Dolores Olcina, cuya vida analiza el libro, que también indaga en el origen de la fortuna familiar e incluso en los afaires extramaritales y posibles herederos ilegítimos. El legado que la familia dejó y los cambios de propiedad, así como la decadencia y deterioro del palacio y de su vuelta a la vida son otras de las cuestiones que detalla la publicación coordinada por el arquitecto David Estal y en la que han colaborado expertos como la historiadora del Arte Elena de las Eras.

Los adinerados y bien relacionados hermanos José y Dolores Ayora Olcina, que no se casaron ni tuvieron descendencia, establecieron su residencia en València en el chalé de Ayora, una villa con jardín amueblada y decorada con «extraordinaria fortuna». Ambos pasaban también temporadas en sus residencias de París y Génova. José y Dolores eran hijos de un comerciante de la ciudad, José Ayora Millán, oriundo de un pequeño pueblo de Teruel. «Llanterner» de profesión, José Ayora amasó fortuna con el comercio de petróleo y derivados y se ganó posición entre la pujante burguesía valenciana de la segunda mitad del siglo XIX. Este emprendedor valenciano pionero en la importanción de hidrocarburos no dudó en incorporar a su negocio todos los avances tecnológicos, entre ellos, los primeros teléfonos Bell.

A su muerte prematura, con 55 años, dejó cuatro hijos, el mayor de los cuales, José Ayora Olcina, cogió las riendas de un negocio familiar que prosperaba al socaire de la creciente demanda de hidrocarburos de principios del siglo XX tras la aparición del automóvil.

En 1899 José Ayora Olcina encarga la construcción del palacio de Ayora al afamado maestro de obras Peregrín Mustieles. En 1900 finalizó la construcción de esta lujosa villa de recreo de los Ayora, que se convirtió en el hogar habitual de José y su hermana pequeña Dolores. De cuidada formación y caracter cosmopolita, Dolores y José se distanciaron de sus otros dos hermanos, que según apunta el libro podrían haber sido fruto de una relación extramarital o de un matrimonio en segundas nupcias de José Olcina Millán. Dolores y José Ayora nunca se casaron ni tuvieron descendencia. Sus otros hermanos y herederos siguen vinculados al negocio de los hidrocarburos a través de empresas filiales de Campsa, durante años monopolio estatal de hidrocarburos.

La publicación coordinada por David Estal repasa la trayectoria empresarial de José Ayora Olcina, amigo personal del «contrabandista» y luego financiero Juan March, con quien fundó en 1917 la compañía Transmediterránea.

José Ayora Olcina no tuvo una vida larga. Falleció enfermo de tuberculosis en París a los 59 años de edad, en su residencia de los Campos Eliseos y está enterrado en el cementerio del Père-Lachaise de la capital parisina. Tras su muerte en 1927, su hermana Dolores heredó el negocio y la propiedad del chalé y el jardín en el que vivieron los dos durante años. Las personas del servicio que trabajaron en el palacete rememoran en el libro que Dolores mantuvo intacta la sala de billar y la butaca en la que solía sentarse su hermano.

Dolores optó por vender el negocio de hidrocarburos, un acierto porque al final acabaría bajo control y monopolio estatal con la creación de Cepsa.

Durante la Guerra Civil, las amistades con la familia March, que apoyó financieramente el alzamiento contra el gobierno republicano, obligaron a Dolores Ayora a salir de España y refugiarse en su villa genovesa. El chalé de Ayora se convirtió entonces en hospital. Como anécdota, el libro destaca que en su jardín se encontraron enterradas bombas y munición, un pequeño arsenal posiblemente vinculado al alzamiento.

Dolores Ayora era una mujer instruida, de educación cuidada, acorde a su estatus social, independiente y de carácter decidido. Tenía una leve cojera, consecuencia de la poliomelitis que sufrió de niña lo que quizás constribuyó, apunta el libro, al carácter arisco que se les atribuye. Terminada la guerra, Dolores regresó a València. A su muerte, a los 83 años, legó el palacio de Ayora y su huerta a la institución benéfica del Cottolengo del Padre Alegre. Sus restos descansan en el Cementerio General de València en un nicho común con una austera lápida de mármol gris.

El palacio y su exuberante jardín

El arquitecto Peregrín Mustieles, autor de otros notables edificios de la modernista calle de la Paz, proyectó para los Ayora un edificio sobreelevado sobre una terraza en altura cerrada por una balaustrada y salvando el desnivel mediante una escalinata. El edificio, rodeado de un magnífico huerto-jardín de 17.000 metros cuadrados, era de planta cuadrada y tenía una torre-miramar central, esquinas achaflanadas y cúpula ochavada cubierta por azulejos de reflejo metálico en forma de escamas. El interior de este eclécticista palacio se decoró con todo lujo de detalles, con artesonados de madera y pinturas en los techos, frescos obra de Luis Beut, reconocido pintor costumbrista valenciano que reflejó escenas mitológicas y alegóricas en relieves y vidrieras. Desafortunadamente, las pinturas han desaparecido así como los artesonados de madera. Estos elementos ya no estaban cuando el ayuntamiento adquirió la propiedad del edificio en 1977.

La institución benéficia del Cottolengo vendió el legado de Dolores Ayora en 1971 a los hermanos Bañó Rubio, constructores, que adquirieron el inmueble y sus propiedades con la intención de construir viviendas de protección oficial. El Cottolengo obtuvo por la finca 3,8 millones de pesetas.

Los Bañó alquilaron el inmueble a un conocido empresario de la noche valenciana, Manuel Otero, que lo transformó en sala de fiestas al estilo de las que había en Madrid y Barcelona. Entre 1972 y 1976 el palacete se convirtió en Le Paradis, una discoteca, punto de encuentro de artistas, modelos, estudiantes y bohemios, que acogió diversos eventos como desfiles de moda del famoso modisto valenciano Francis Montesinos, pionero de los desfiles-espectáculo en València.

El palacete estaba afectado por las expropiaciones para la apertura de la calle Santos Justo y Pastor. El ayuntamietno lo adquirió en 1977 en paralelo con las protestas vecinales que reclamaban la recuperación del inmueble para uso público. El palacio había entrado en un proceso de deterioro grave con episodios como el desplome de la cúpula en 1984 o el incendio de 1982.

Las imágenes que han llegado de aquella época dan cuenta del abandono en que se encontraba el edificio y su jardín, donde la broza ocultaba los bancos y el palmeral sucumbió.

El jardín, que posiblemente diseñó el propio Mustieles, tenía un trazado irregular, con sinuosos caminos de tierra y una gran variedad de especies vegetales con numerosos ejemplares autóctonos y exóticos que le daban cierto aire de jardín botánico. Acacias, eucaliptos, pinos, palmeras, jacarandas, cinamomos, grevilleas, limoneros, magnolios, pitas, adelfas, mimosas buganvillas y rosales formaban parte del huerto. Una fuente ornamental de hierro colado coronada por un figura femenina de bronce de Talleres de Fundición Averly presidía el jardín.

En la restauración del edificio impulsada por el ayuntamiento se respetaron elementos como la señorial escalera de peldaños de mármol blanco y balaustrada de madera maciza de ébano. Uno de los usos más recordados del palacio, declarado Bien de Relevancia Local (BRL), fue el de escuela infantil. El libro sobre el palacete incluye testimonios de las educadoras que impulsaron la puesta en marcha de este servicio, que gestionaba una cooperativa vecinal, hasta que en 1991 se integró en la red de «escoletes» municipal. El edificio continuó hasta 2009 vinculado a la educación infantil. Con la privatización de las escuelas infantiles, el palacio fue cerrado definitivamente en 2010. El nuevo Govern de la Nau ha reabierto el edificio reconvertido en centro cultural al servicio otra vez del ciudadano, explica la concejala responsable de la Universidad Popular, Isabel Lozano.

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