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Conventos

Solo seis de los 30 conventos que se desamortizaron en el s. XIX siguen en pie

Cinco de ellos, Santo Domingo, el Temple, San Pío V, el Carmen y el actual colegio Luis Vives, están en manos del Estado y uno, Santa Mónica, volvió a la Iglesia

Solo seis de los 30 conventos que se desamortizaron en el s. XIX siguen en pie

En una ciudad que artistas y cronistas llegaron a calificar de las «mil torres» por su altísima presencia de conventos, solo seis de los que en el siglo XIX fueron afectados por la desamortización de los gobiernos liberales sobre los bienes de la Iglesia siguen en pie.

Se trata del convento de Santo Domingo, antigua Capitanía General; el Palacio del Temple, hoy delegación del Gobierno; el del Carmen, que fue Academia de Bellas Artes; el museo San Pío V y el actual colegio Luis Vives, que fue convento de San Pablo y antiguo colegio de Jesuitas. También sigue en pie el convento de Santa Mónica, asilo de las hermanas de los ancianos desamparados.

La desamortización impulsada por Mendizábal, que comenzó en 1836, supuso una auténtica revolución en el cambio de propiedad de los principales espacios dentro de las murallas de la ciudad. Antes de aquel proceso, la Iglesia tenía prácticamente la sexta parte de la superficie de la ciudad.

Pero la enajenación de bienes, justificada en la necesidad de acabar con la deuda del Estado supuso el mayor trasvase de bienes inmuebles en la ciudad desde seis siglos antes con la llegada de Jaime I, según recogen en Historia de València editada por Levante-EMV Juan Vicent García y Javier Martí en una obra coordinada por Antoni Furió. Una treintena de conventos fueron desamortizados. El mayor impacto artístico y urbanístico se produjo dentro del recinto amurallado. El destino y el uso dado a los conventos fue tan variado que algunos se reutilizaron como cuarteles o edificios administrativos y otros, en cambio, derribados o en manos de especuladores. La desamortización estuvo lejos de resultar un éxito. Pero de los seis conservados, cinco fueron a parar y en la actualidad siguen en manos del Estado.

El convento de Santo Domingo, antiguamente de Predicadores, que esta semana ha saltado al primer plano de la actualidad se convirtió en cuartel de artillería. Es uno de los mejores ejemplos de cómo el patrimonio histórico ha llegado a nuestros días en buenas condiciones porque fue el Estado quien se encargó de su mantenimiento. Antigua sede de Capitanía General y hoy Cuartel de Alta Disponibilidad su uso siempre fue militar. Trabajan unos 250 militares, según fuentes oficiales.

También ha lllegado a nuestros días San Pío V. Conservó la iglesia abierta al culto muchos años y fue hospital militar hasta su reconversión en museo después de la guerra civil, en 1942.

Otro caso de inmueble religioso asumido por el Estado que ha llegado a nuestros días es el del Palacio del Temple. El gobierno civil de la provincia se trasladó a ese lugar en 1865 según el libro Ciutat de Valencia de Sanchis Guarner. Hoy, el edificio, muy reformado, lo ocupa la Delegación del Gobierno, nombre moderno.

Derruidos para calles o plazas

Por contra, el de San Francisco, en pleno centro de la ciudad, acabó derribado para dejar sitio a la actual plaza del Ayuntamiento de València. Algunos sirvieron para abrir plazas, avenidas o bloques de viviendas. En algunos casos en poder de especuladores. «De la ciudad eclesial que fue València apenas queda nada», explica Esther Alba exdecana de Historia del Arte. Especialmente lamentable, opina, fue la pérdida de los conventos de Santa María Magdalena (demolido en 1838) y la Merced, este último en la plaza del mismo nombre.

Hay conventos que se transformaron para usos administrativos como el de San Agustín (junto a la iglesia del mismo nombre) que acabó como sede de Hacienda o la conocida como Casa del Chavo, tesorería de la Seguridad Social, que antes fue convento de Santa Clara. El convento Corona de Cristo (en la calle Corona) es la hoy la Beneficencia. También cerca del convento de San Juan de Ribera, que se ubicó donde después se levantó la estación de Aragón existe un cuartel del mismo nombre. Y el convento de San Gregorio es hoy la finca con el teatro Olimpia en su planta baja. El convento de Jerusalén o el de Belén también dejaron paso a casas.

El origen de la calle de la Paz

El de San Cristóbal, en la calle del Mar fue derribado en 1868. Se propuso la construcción de un mercado, pero el proyecto no llegó a materializarse. Aún así, su derribo consiguió iniciar el trazado de la calle de la Paz que pronto se convertiría en arteria fundamental de la Valencia de finales del XIX y un nuevo acceso al centro comercial que gravitaba en torno a la plaza de la Reina.

También se ocuparon otros de menor entidad. El convento junto a la actual iglesia de Santo Tomás sirvió como cuartel hasta 1854 cuando fue demolido y derribado para construir viviendas. También albergó tropas o provisiones el de San Fulgencio, en el actual paseo de Ruzafa. Muchos de los conventos demolidos acabaron en bloques de viviendas como el del Remedio (hoy viviendas en la plaza de América) o el de Nuestra Señora de la Soledad, junto al Palacio del Temple. Igual que el de Santa Ana, cuyo muro exterior recaía a la calle Muro de Santa Ana. Con todo, en la creación de nuevo suelo residencial es el caso del convento de la Puridad, en la calle Quart, el que merece un comentario más pormenorizado por las circunstancias «escandalosas» que rodearon su venta, según recoge el libro que coordinó el profesor Antoni Furió. Aquella fue probablemente la primera operación a gran escala de alquiler. El convento fue adquirido por empresarios de Madrid con el compromiso de instalar una industria a cambio determinados beneficios fiscales pero nunca vio la luz. Con el tiempo se procedió a la parcelación y venta de los solares resultantes creando nuevas calles (Conquista, Moro y Rey don Jaime) para conseguir mayor edificabilidad. Con esta operación se aumentaba la congestión y se hacía negocio, pero se perdía una vez más la posibilidad de crear espacios.

Demolido para casas

El de San Felipe, frente a las torres de Quart, entre esta calle y la de Lepanto, fue demolido para edificar casas de renta en su solar. Fue parcelado en 1879 y de él saldrían ocho manzanas nuevas. El convento de San Sebastián sirvió para albergar una fábrica de fundición de hierro y unos almacenes. Fue finalmente demolido para construir nuevas viviendas y también la iglesia estuvo a punto de ser derribada pero un informe del ayuntamiento que calificaba el edificio como «grandioso y de construcción esmerada» y el apoyo decidido de la Academia de San Carlos evitaron finalmente su desaparición.

En el exterior del recinto amurallado, el convento de Sant Miquel del Reis una de las joyas de arquitectura renacentista estuvo a punto de ser demolido por su nuevo dueño en 1843. En 1852, está escrito que estaba abandonado y ocupado por familias menesterosas. Se pretendió establecer una fábrica de tabacos pero finalmente en 1856 se decidió utilizarlo como cárcel, función que desarrollaría hasta la segunda mitad del siglo XX y bien entrada la postguerra.

Una política de salvaguarda

Pasados unos años, las pérdidas irreparables del legado artístico generaron una política de salvaguarda que se inició con timidez en 1844 con la creación de la comisión central de Monumentos y la aprobación de diversas medidas legales de protección que tenían buena intención pero poca efectividad. Solo en contadas ocasiones lograron su objetivo. En lo urbanístico la desamortización fue una oportunidad perdida.

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