Vivimos en una sociedad de consumo. Desde que abrimos los ojos y hasta que los cerramos. Suena el despertador, un café con leche para desayunar, la blusa blanca perfectamente abrochada, un momento para el aseo personal y ya estamos listos para empezar el día. Apenas ha transcurrido una hora pero ya han intervenido muchos elementos de consumo. Y es que no paramos de consumir. Hoy se celebra en València el Día Internacional del Comercio Justo con diversas actividades. Sin embargo, hay mitos en el imaginario colectivo fruto del «desconocimiento general» de un movimiento que lucha como David contra Goliat.

Sin embargo, ante cualquier producto de comercio justo la pregunta se repite: ¿El precio? Y la respuesta es inmediata: el mismo. Y es que el responsable de todas las tiendas de Oxfam Intermón en España, Juan José Martínez, asegura que el usuario final encontrará el producto a un precio similar y asequible porque lo que cambia en el comercio justo no es el final, sino el principio. «De origen el producto sale más caro. De eso se trata. De pagarle a los agricultores lo que es justo y no aprovecharse de su situación precaria. El campesino ingresa tres veces más si le vende el producto a una cooperativa de comercio justo que si lo hace a un intermediario local. Pero luego ya no hay intermediarios. Nosotros le compramos a la cooperativa y le vendemos al consumidor. Hay menos costos y somos entidades sin ánimo de lucro. Así un café de comercio justo cuesta 2,69 euros, mientras que el precio medio del producto se sitúa en 2,50 euros. Un precio muy similar con una diferencia de calidad increíble. De calidad técnica del producto, pero también de calidad social y medioambiental», explica Martínez.

Ahora bien si comparamos los productos de Comercio Justo con los de una gama media o baja, los de Comercio Justo pueden resultar más caros. La diferencia es, pues, cualitativa y no cuantitativa siempre que comparemos productos de la misma gama.

Si se trata de comercio justo, el imaginario colectivo viaja a la otra parte del mundo e identifica el comercio justo como algo que nada tiene que ver con su lugar de residencia. «Trabajamos con cooperativas a largo plazo para fomentar la estabilidad y las inversiones. Pero en muchos otros casos compramos la materia prima pero necesitamos su producción bajo criterios de comercio justo y eso, por ejemplo, lo hacemos en la Comunitat Valenciana con el té y la cosmética. De hecho, los productos cosméticos que se realizan en un laboratorio valenciano se exportan a Hong Kong y Australia», explican desde Oxfam Intermón.

Otra de las ideas que se repiten es la dificultad para encontrar establecimientos con estos productos. En este sentido muchas organizaciones, además de las tiendas físicas, han abierto tiendas online para facilitar a los consumidores su acceso a los productos. Además, cada vez hay más establecimientos convencionales, desde herbolarios hasta las grandes superficies, que incluyen en sus estanterías productos de comercio justo.

Como los irreductibles galos

Ahora bien, las tiendas físicas de comercio justo son grandes supervivientes ya que a la «invisibilidad» de sus productos y del movimiento se añaden los problemas del pequeño comercio, que no son pocos. Sin embargo, hay una tienda que resiste, como pueblo galo en pleno imperio romano: «La tenda de tot el món». Y están de celebración. Acaban de cumplir 20 años.

«Necesitamos un marco de compra pública ética ahora que se acaba de aprobar la ley de Contratación del sector pública nivel estatal», explica Rebeca, voluntaria de la tienda. Y es que estos negocios funcionan gracias al voluntariado. Las entidades asociadas al movimiento de Comercio Justo reivindican sí o sí, campañas de divulgación para acabar con los «falsos mitos» que envuelven un movimiento que sí cobra fuerza en otros países.