Para encontrar el origen del Mercado del Cabanyal hay que remontarse hasta el siglo XIX. Fue entonces cuando el primer proyecto sobre el mismo empezó a cobrar vigencia en el que entonces se conocía como El Poble Nou de la Mar. Precisamente, uno de los primeros objetivos del nuevo consistorio fue crear un mercado que sirviera para aglutinar la oferta de todo tipo de productos y que tuviera también una función social de dinamización y relación entre sus vecinos. De hecho, antes de construirse un edificio como tal para el mercado, ya existían diversos puestos repartidos por la zona y entre los que destacaban los vendedores de cuatro tipo de productos: carnes, vino, vinagre y aguardientes; aceite y jabón y el de nieve, cuyos vendedores se conocían como «nevateros».

El primer proyecto de construcción, que luego sufriría diversas modificaciones, data del año 1867, aunque la idea de contar con esta infraestructura se venía fraguando desde 1855 por medio del ayuntamiento y de la Diputación Provincial. La propuesta fue encargada a un arquitecto de gran renombre en la época como era Joaquín M.ª Calvo, quien ejercía, además, como arquitecto oficial de Pueblo Nuevo del Mar.

No obstante, su detallada propuesta, cuyos planos todavía perduran en el archivo municipal de València, excedía el presupuesto del ayuntamiento, por lo que se recurrió a otro proyecto a cargo de Vicente Bochons, quien ya había construido el chalet de Blasco Ibáñez en la Malva-rosa, que actualmente es su casa-museo. Aunque finalmente ni siquiera él se encargó del mismo, sino que la obra final recayó en manos de Pedro Vidal, un ingeniero mecánico, que acabaría ejecutando una construcción mucho más sobria, en 1870.

Durante 78 años, que se dice pronto, este recinto fue, como se había previsto, el centro neurálgico de toda la zona. Allí, vendedores y vendedoras de todo tipo de productos como el pescado, que todavía hoy da fama a este mercado, vendían, conversaban, llamaban a sus clientes y, en definitiva, pasaban sus vidas allí. Entre los puestos había fregidores, que confeccionaban y vendían bocadillos, puestos de zapatos, que creaban las famosas alpargatas, así como carnes, aves, verduras y mucho más. Pero si había algo que destacaba, y destaca todavía hoy, en el Mercado del Cabanyal, eran los puestos, situados en su exterior, donde los agricultores de l’Horta vendían, y venden, directamente sus productos a los clientes. Es la conocida como «tira de comptar» que hoy se está volviendo a poner en valor dentro de la apuesta por el consumo de kilómetro cero y por el apoyo a los pequeños y medianos productores. De este modo, actualmente se pueden adquirir estos productos de en las mañanas de jueves a sábado, siendo el único mercado municipal, junto al de Mosén Sorell, en que esta tradicional forma de venta continúa vigente.

Ayer, sin ir más lejos, los vendedores mostraban y defendían sus productos a pie de calle. Uno de ellos, Juan José Requena, indicaba que «aquí la relación es más directa y la gente sabe que su dinero no va a parar a una gran compañía, sino al productor original». Por su parte, el concejal de Comercio, Carlos Galiana, aseveraba que es «fundamental» que la gente conozca la fruta, verdura o pescado de temporada y lo consuma de una forma próxima como esta».

Ampliación y estado actual

El mercado original contaba con 52 puestos de venta, en forma de casetas, distribuidos a lo largo y ancho de sus 1.800 metros cuadrados. No obstante, el paso de los años, el crecimiento de la población y la fama cada vez mayor de este mercado llevó a que, a finales de los años 40, se quedara pequeño. Así, en 1948, en plena postguerra, se procedió a demoler parcialmente esta instalación para convertirla en el edificio de 3.550 metros cuadrados, y con más de 400 puestos, que podemos visitar actualmente y que el próximo 2 de julio cumplirá 60 años.

Como se indica en el libro «Los Poblados Marítimos», de Inmaculada Aguilar y Amadeo Serra, el edificio «se adecuó a las exigencias higienistas del momento y adscribió su lenguaje ornamental de sus fachadas a las corrientes más afines al régimen franquista».

Los autores explican que «la ausencia de decoración en gran parte del edificio también es sintomática de la autarquía del franquismo y de los años de penuria económica sufridos en España desde el final de la Guerra Civil hasta los años cincuenta». Para otro autor como es David Sánchez, «Arquitectura en la ciudad de Valencia desde final de la Guerra Civil hasta los primeros años 50» este mercado sería un ejemplo de la «arquitectura de subsistencia», cuya construcción «debía ser rápida» y prestaba más atención a la funcionalidad «por encima de otros aspectos como la ornamentación. Y orientada a satisfacer las necesidades de zonas destruidas ampliamente en la Guerra Civil como eran las barriadas marineras valencianas».

Hoy este mercado resiste al paso del tiempo y, desde su sobriedad y modestia ofrece cada día lo mejor de la agricultura, la pesca, la ganadería y mucho más de cercanía para que la gente consuma de una forma responsable.