El triunfo y la decadencia en un cuadro con múltiples matices. Eso es el retrato de Rita Barberá, con el que se topará Joan Ribó todas las mañanas en el pasillo de alcaldía, y que ayer entregó el pintor Luis Massoni (reconoció que con casi un año de retraso). Un retrato grande (de 1,4 x 1,1 metros) que no se parece en nada a la serie que ocupa las paredes del ayuntamiento, en el que se pasa de modelos muy estándar en los de épocas anteriores a una mayor libertad de estilos en los últimos casos.

Si el de Clementina Ródenas, su antecesora y ahora vecina de pared, no es más que una reproducción del cartel que utilizó como propaganda electoral de cara a las elecciones municipales de 1991, el de la anterior alcaldesa es un acertijo en sí mismo. Una obra con multitud de matices que requiere un largo rato de contemplación.

Y no: no es un retrato al uso. Es la imagen congelada de un teórico estudio de Massoni, en el que hay pegado con teóricas chinchetas el retrato sobre un teórico caballete que incluye numerosos elementos: el Gernika de Picasso(su fuente de inspiración), un autorretrato de joven del propio artista, con un «bocadillo», como si de un cómic se tratara, advieriendo del encargo que tiene que hacer, un post-it con un encargo para sus colaboradores de comunicación, manchas de pintura... y los elementos, en versión contemporánea, de un retrato de «Vanitas». Un estilo en el que el retratado ya ha fallecido y que está rodeado de las alegorías de sus momentos de esplendor, poder y riqueza, demostrando que en la vida todo pasa cuando llega la muerte. Que todo lo que hay en vida es efímero e inútil.

¿Qué elementos se ven de ese estilo? Casi siempre hay una calavera, pero aquí aparece muy escondida para no herir susceptibilidades; un modelo de cuadro del Siglo XVII, parcialmente tapado por el retrato, monedas de curso legal desde Alfonso XIII al euro; la Guía Bayarri de València de 1991 (el año en el que alcanzó la alcaldía) con un compás de arquitecto en alusión al crecimiento de la ciudad durante su mandato; unos naipes que simbolizan el azar de la vida, pero con un as de copas como sinónimo del poder que tuvo y sus alhajas más conocidas: el collar de perlas y las gargantillas. «Forman tan parte de ella que, cuando me las dejaron, todavía desprendían el olor al perfume que llevaba».

En el balcón... de la popularidad

¿Y el retrato propiamente dicho? Massoni reconoce que no le gustan nada los obtenidos como reproducción de una fotografía, por lo éste es una inspiración de varios. Es una alcaldesa joven, de los primeros años «asomada al balcón, no el del ayuntamiento, sino al de su popularidad. Es una imagen poderosa y triunfal». Sin color. Y como detalle, en una esquina, otro retrato suyo con la mirada «absorta, meditando, dando vueltas a los problemas que la acosaron al final».

Es el cuadro más grande de la colección y ha contado con el beneplácito de la familia. «Casi se echan a llorar cuando lo vieron. Me dijeron que a ella le habría gustado». Es, sin duda, un retrato inusual. Al autor le revienta la expresión «transgresor». «No quiero que se entienda como una voluntad de ruptura». Resume, pues, un mandato «que fue triunfante, pero que tuvo un final triste». De dinero no quiso hablar. «Igual me salió a dos euros la hora...» pero reconoce que la obra le interesaba por formar parte de la galería de retratos del ayuntamiento. Que quedarán para toda la vida.