Esta casa es un bombón: un palacete del siglo XIX con doce balcones que dan la calle (lo que significa mucha luz, en un barrio de calles angostas), situado en una de las calles nobles del Gòtic barcelonés y, lo que lo hace casi único: conserva los suelos de mosaico, la carpintería y las policromías y yeserías originales. Esa singularidad, explica el promotor inmobiliario e interiorista Ángel Aragunde, ha hecho posible que se haya vendido el mismo día que se puso a la venta. Y el precio no es precisamente barato: 1.690.000 euros. Los compradores, un matrimonio italiano, no regatearon, porque hay pocas viviendas como esta.

Aragunde, que compra fincas antiguas y las restaura para compradores de alto poder adquisitivo, las presenta siempre amuebladas y con todos los complementos decorativos, como si estuvieran habitadas, porque "la gente que tiene mucho dinero lo que no tiene es tiempo. Por eso los productos acabados se venden rápido. Alguien que paga esta millonada no quiere las casas a medias". Advierte, sin embargo, que no todos los compradores de viviendas de lujo deben considerarse multimillonarios, "quienes gastan uno o dos millones de euros vienen con dinero en metálico, pero porque muchos han pedido hipotecas en su país. Y otras veces, operaciones como esta suelen ser cadenas de venta, es decir, que venden una propiedad para comprar otra".

La finca, de 326 m2, disfruta de una situación privilegiada, en la esquina de una de las calles más antiguas de Barcelona -donde hubo unas termas en tiempos de los romanos-, que discurre desde la plaza Sant Jaume, a lo largo de la fachada lateral del Ayuntamiento, hasta el paseo de Colom. Su estilo hace honor a los antiguos palacetes situados en las plantas principales, las más grandes y mejor acabadas de la finca, donde solían vivir los dueños de los inmuebles -en este caso, la familia de Juan Buxareu, que era el propietario del gran solar que en el siglo XIX dio lugar a la finca-.

La vivienda tiene planta cuadrada con un patio interior en el centro, y todas sus estancias exteriores -que son la mayoría, excepto los dormitorios- están conectadas por puertas dobles y un amplio pasillo que da la vuelta al patio central. Para la restauración, en la que sólo se tiraron tres tabiques, se optó por una estrategia conservadora. Al haber estado ocupado por unas dependencias municipales, muchos de los elementos originales quedaron escondidos -y protegidos- tras paneles de yeso y falsos techos. Destacan las pinturas del techo del salón principal, con flores y alegorías de los cuatro continentes; las columnas de madera policromada, que ahora forman parte del salón del dormitorio principal, y los pavimentos con teselas de tipo romano y baldosas hidráulicas. Trazos del siglo XIX rescatados para el XXI.