Andaba yo por París al final de los setenta aprendiendo el oficio de moderna, y mi amiga afrofrancesa, que era la mejor estilista funky, me invitó a ir con ella a Le Palace, la enorme boîte recién inaugurada por Grace Jones. Había una fiesta en honor a los Sex Pistols y mi amiga me calzó unas Doc Martens, una camiseta desgarrada y muchos imperdibles remendando los sietes que se abrían aquí y allá. Con dos copas de más me acerqué al cantante, Johnny Rotten, así, en plan colega: me miró y escupió sobre mis botas. Había pillado la impostura con sólo oler mi perfume.