Primero visitó "La fábrica de porcelana" para analizar la maquinaria que ha convertido la figura de Belén Esteban, "la princesa del pueblo", en una mujer de gran éxito popular y constatar así la sangría de crédito que sufre la palabra de las élites en la sociedad actual.

Ahora, Miguel Roig cambia de "princesa" para colarse entre las líneas de esas élites políticas y mediáticas siguiendo el rastro de Letizia Ortiz, antigua periodista de televisión y futura Reina de España. En "Las dudas de Hamlet", el autor muestra la transformación de la Monarquía española de la mano de una mujer que emprende "el camino inverso al de Diana Spencer, abandonando el estudio del telediario desde donde ejercía su profesión para instalarse en palacio".

De momento, advierte Roig, "es el amor el símbolo que alienta y da sentido a su historia, pero el amor es apenas el comienzo de la misma. Queda toda la lectura por delante y poco sabemos aún de su heroína. Hasta ahora sólo podemos vislumbrar que es el personaje de una novela moderna y lo que más nos interesa de la misma es lo que aún no está escrito".

Menciona el autor una escena que hizo correr ríos de tinta en su momento: cuando Letizia pidió a su entonces novio, el Príncipe Felipe, que le dejara terminar una frase: "Es curioso que se haya escrito y hablado tanto sobre este hecho y no se haya reparado en que fue el único momento del acto en el que, paradójicamente, Letizia Ortiz asume su profesión y surge su voz como periodista para dar cuenta de su futuro al público que hasta entonces la había seguido como presentadora de los informativos. Es en ese preciso instante cuando abandona el tono coloquial y cercano que mantiene con su novio y con los ex compañeros de profesión, cuando el Príncipe Felipe la interrumpe".

Apunta Roig: "La imagen del amor que nos llega desde el palacio de la Zarzuela es como un "free sample", una muestra gratis que viene adherida a la portada de una revista. ¿Quién no está dispuesto a consumir esa clase de amor? El problema es que no se vende". El amor, en una economía de mercado, "se ha convertido en una mercancía más y su posesión nos genera cierta seguridad transitoria". Cuando la pareja comparece ante los medios para anunciar su relación, el novio deja claro "lo enamorado que estoy de Letizia". Si el Príncipe Felipe "lo considera un valor público equiparable al compromiso con las instituciones, es, sin duda, porque desde el cuerpo social se hace una lectura positiva de ese encuadre".

Letizia Ortiz fue durante años "una single"

Profesional eficiente, trabajó desde que terminó su carrera en distintos medios (...). Entre tanto, estuvo casada durante un año con el escritor Alonso Guerrero. Letizia Ortiz cumple a rajatabla con el estereotipo del single, una persona urbana de relativo éxito profesional, o cuando menos inmersa en una tarea vocacional que le proporciona los recursos mínimos para disponer de una independencia para enfrentar cada situación afectiva que se presenta".

Al igual que el crac financiero que ha roto con el sueño del acceso a la riqueza rápida y al crédito compulsivo, "el regreso de Letizia Ortiz", aventura Roig, "a su condición de single pondría en tela de juicio el mercado afectivo, confirmaría el carácter etéreo del amor".

Al casarse con el Príncipe, "Letizia Ortiz se exilia de sí misma y desaparece, siendo su voz el rasgo que más habla de esa ausencia. Como Wakefield, el personaje de Nathaniel Hawthorne que sale de casa una mañana sin avisar a su mujer y no regresa hasta dos décadas después, mudándose a unas pocas calles de su domicilio particular, Letizia Ortiz deja su piso de Valdebernardo para instalarse en el palacio de la Zarzuela, abandonando la realidad que no sólo habitaba, sino que relataba frente a una cámara".

El silencio de la Princesa "tiene varios niveles de significación. El primero es el que emana del discurso oficial y se materializa en los discursos que lee, de manera obligada por el protocolo, en los actos oficiales. Si bien este rol no le cuesta ningún esfuerzo, ya que se alimenta de la profesional que fue en el pasado, esconde a una persona que en la trastienda tiene una oralidad distinta".

En un segundo nivel surge una mujer "que emerge en situaciones espontáneas y esporádicas". Y, finalmente, está la Princesa "que calla y se comunica a través de la mirada". Una de las conversaciones que mantiene Letizia con el cuerpo social a través de su silencio.

"Se centra en la salud".

La Princesa lleva casada más de un lustro con el Heredero de la Corona "y, si se revisan sus imágenes en este lapso de tiempo, no existen muchos indicios de cambio. Una mirada ligera verá actitudes sociales y no cambios vitales (...). Cuando presentaba "Informe semanal" o el telediario de TVE tenía el mismo perfil somático que vemos hoy; la misma delgadez que luce en palacio. Nadie, entonces, hacía comentarios sobre el cuerpo de la presentadora, ya que los reportajes y las noticias se interponían entre ese cuerpo y la audiencia. Hoy está expuesta, con su silencio y su papel de próxima Reina de España, al miedo imperante, y, como si del retrato de Dorian Grey se tratara, se moldean en ella parte de los temores de quienes la observan".

Aconseja el autor a la Princesa que avance al "punto de encuentro entre la presentadora que hacía los micros de carácter didáctico sobre el euro y la periodista que cubre el desastre del "Prestige" en las costas gallegas. Entre la primera –cercana a la versión oficial de la Princesa de Asturias que se somete a un guión– y la segunda –que escribe el relato que cuenta– debería encontrar un punto de intersección para que el público vea una versión original de la Princesa, un "remake" definido con algún rasgo propio para actualizar el rol y no simplemente a su predecesora".

El rol de Letizia es, ante todo, "el de periodista". Narra la realidad, no la genera. La puede construir con su relato, es verdad, y de eso también se trata, pero debe hacer esa tarea desde los hechos producidos por la usina de la Casa Real y alimentando de sentido a la Corona ante el cuerpo social.

Letizia Ortiz no debería ser la correa de transmisión entre los ciudadanos y los altos cargos, tendría que serlo entre la Corona y los ciudadanos. Su drama, concluye Roig, "es haber abandonado la élite mediática, donde era sujeto menor de un gran relato, para encontrarse como protagonista de la élite monárquica de un autor que prometió escribirla en la Historia.

Pero hete aquí que el autor, el Príncipe de Asturias, de momento parece bloqueado y entregado a la duda, muy lejos de la acción que espera de él la Monarquía. Ése es el "drama" de Letizia Ortiz, que no es una autora capaz de sacar al Príncipe Felipe de su bloqueo, sino que, por el contrario, como en una comedia de Pirandello, sólo busca un autor y su problema es tener quien le escriba para representar su rol".

En una apostilla a su libro, Roig recuerda que la Princesa, en la Pascua Militar, "se presentó con un vestido que ya había utilizado en una recepción oficial el año anterior, un hecho al que no se le quitó foco y que emite un mensaje de austeridad al unísono con la invocación del Monarca" en el discurso navideño a la "justicia igual para todos". Y es que "Iñaki Urdangarin, el duque de Palma, ha modificado el relato de la Casa Real".

Si "la Monarquía se explica con los hechos y sugiere con el silencio", la Princesa ha hablado. Alto y claro.