Lleva más de cinco décadas trabajando en los medios de comunicación, primero en la radio (empezó a los 15 años) y después en la televisión. María Teresa Campos (Tetuán, 1941) regresó hace cuatro años al plantel de Tele 5, presenta el programa 'Qué tiempo tan feliz'Qué tiempo tan feliz y, una vez a la semana, ejerce de defensora de la audiencia en 'Sálvame'. La que fue reina de las mañanas, con dos premios Ondas en su haber, habla de las contradicciones que acostumbran a surgir en las relaciones y de la dureza de la televisión hacia las mujeres que trabajan en ella.

María Teresa Campos asegura que ha trabajado sin problemas rodeada de hombres. Las complicaciones llegaron, sin embargo, muchos años después de sus inicios profesionales en Málaga, cuando sufrió la presión de la televisión –"un medio donde priman la imagen, la apariencia y la juventud", dice–. Estos factores, se queja, pesan sobre todo en la carrera de las mujeres que aparecen en la pequeña pantalla. "La llegada de las televisiones privadas me benefició mucho porque, cuando la audiencia empezó a contar, ya no me pudieron quitar. Si no, me habrían cambiado por una más alta y más joven", explica.

"No tienes más que poner la televisión y ver los mismos informativos. No quiero decir que las mujeres que salen no sean profesionalmente estupendas –que lo son–, pero entre una profesionalmente estupenda guapísima y una profesionalmente estupenda fea, ya te digo que cogen a la primera. Y la exigencia en cuanto a buena imagen no es igual para ellos que para ellas".

Campos cree que en otros ámbitos la situación es aún más complicada para las mujeres que toman decisiones. "Todavía lo vemos en la política. ¿O es que las críticas que se lanzaron contra Carme Chacón, por ejemplo, se las habrían hecho a un hombre? Pues no. Que si lleva puesto o deja de llevar puesto…".

En cuanto a las relaciones sentimentales, admite que se ha topado con dificultades. "A veces se convierten en una lucha de poder. Y creo que no es por culpa mía: cuando me enamoro, en lo último que pienso es en ir a la guerra o ganar las elecciones". Así surgen los gestos, los equívocos y las interpretaciones de cada comportamiento, en función de roles estereotipados. "Para evitar que crean que tú quieres dominarlos –reflexiona–, te tienes que convertir en una persona que no es la que tú eres. Se enamoran de ti porque eres una persona con fuerza, sobre todo en la defensa de aquello en lo que crees, así que luego no puedes buscar una persona sumisa que aparentemente necesita protección", señala.

La periodista considera que, al menos quienes tienen su edad, arrastran un "defecto educacional": "No se nos educó como personas, sino como hombre y como mujer. Tuvimos una educación muy distinta y luego hemos tenido que convivir. Al hombre se le ha educado para ser el fuerte, el valiente, el que mata los bichos y, a veces, el pobre, tiene más miedo que tú".

Aunque lentamente, asegura que hay aspectos que van cambiando y apuntan hacia una igualdad entre hombres y mujeres. Pese a ello, se muestra convencida de que ese cambio no será completo hasta que "a la inmensa mayoría de las mujeres les dé exactamente igual que la casa esté manga por hombro, como le pasa a casi todos los hombres, porque no es una obligación suya sino de toda la familia".

Espera que su nieta, que ahora tiene 18 años, disfrute al fin de la relación igualitaria entre hombres y mujeres. Para su generación, ya es imposible. "A mí me generó problemas de conciencia seguir trabajando después de casarme. Yo me sentía diferente y obligada a que todo en mi casa y con mis hijas fuera perfecto para que nadie dijera: ´Pobrecita, claro, como su madre trabaja´".

En todo caso, cuando conoce a un hombre que le puede interesar, confiesa que lo primero que sopesa es "si tengo algo que ver con él y si me va a aburrir". "Ah, y luego me fijo en la boca –añade–, porque hay personas de las que tú te planteas: ´¿Yo le daría un beso a este señor?´. Pues no. Y podría poner muchos ejemplos, en el mundo de la política sin ir más lejos, pero no lo voy a hacer".