La aerofobia deja en tierra a casi un veinte por ciento de la población española, que considera una auténtica tortura viajar en avión. Los cursos que mezclan psicología e información técnica se imponen como la solución más efectiva.

Daniel forma parte del veinte por ciento de españoles que sufren aerofobia o miedo a volar, un problema que no entiende de edad o sexo y cuyos primeros síntomas se reflejan en una actitud exagerada de alerta, como afirma Luisa Martín, psicóloga y terapeuta de cabecera del curso Perder el miedo a volar, organizado por Iberia y Wolters Kluwer.

"Estar pendiente de los ruidos y de cualquier movimiento que hace el avión, sufrir sudoración, palpitaciones o mareos y sentir una sensación de desconfianza hacia los pilotos o la tripulación demuestran que el pasajero sufre aerofobia. Y esta puede desembocar en una crisis de ansiedad en pleno vuelo", confirma la experta. Muchas veces, quienes la padecen se ponen excusas a sí mismos y a los que les rodean para evitar enfrentarse al viaje en avión. "Yo prefiero ir en AVE, que es más puntual" o "para qué conocer el Caribe, si todavía nos queda mucho por descubrir en España" son algunos de los argumentos que suelen emplearse.

El perfil de persona que sufre aerofobia es muy determinado. Como comenta Luisa Martín: "Tiene una gran imaginación, que le lleva a pensar siempre en negativo. Son personas creativas y, sobre todo, muy controladoras. Necesitan dominar todas las situaciones, y claro, en el avión no pueden hacerlo. Tienen que confiar en el piloto". El miedo les lleva además a analizar los sucesos que les rodean (una turbulencia, un sonido) de forma negativa, y eso les ayuda a reafirmar su creencia de que volar es peligroso, cuando la realidad es que el avión está considerado el medio de transporte más seguro.

Entre las causas que favorecen la aparición de la aerofobia no suele encontrarse el haber sufrido un mal vuelo, como dicta la creencia. La psicóloga Luisa Martín confirma que, normalmente, no es una reacción causa-efecto la que provoca el miedo. "Suele haber un cúmulo de circunstancias -comenta-, como situaciones vitales estresantes, tanto malas como buenas. Por ejemplo, tras el nacimiento de un hijo se tiene una mayor sensación de vulnerabilidad. Sientes que si te pasa algo, vas a dejar a tu pequeño solo".

En cuanto a las posibles soluciones, la ingesta de alcohol, los inductores del sueño o los relajantes musculares, recursos utilizados por muchos viajeros, "no funcionan", asegura Martín. "El alcohol es excitante, por lo que no ayuda a tranquilizar. Te da un cierto estado de euforia que al final te provoca más ansiedad. Los ansiolíticos sí pueden ir bien, pero siempre con supervisión médica y como parte de un proceso terapéutico para avanzar", concluye. Así, los cursos de ayuda que combinan el apoyo psicológico con información técnica sobre el avión se imponen como una de las soluciones más efectivas para luchar contra esta fobia.