¿Quién no ha padecido alguna vez dolor? Todos los individuos, en algún momento de la vida, incluso en muchos, han sufrido esa sensación molesta y aflictiva de alguna parte del cuerpo que puede ser aguda y manifestarse durante un corto período de tiempo, o crónica, que se alarga y llega a provocar ansiedad, depresión, pérdida de sueño y también alteraciones nutricionales.

Pero no todas las personas perciben por el igual el dolor. Según la psicóloga Marisol Delgado Artime, "es una experiencia subjetiva que tiene que ver con la personalidad de cada uno, el estilo de funcionamiento habitual, las estrategias personales y las experiencias propias de la vida o del entorno más próximo".

A la hora de desgranar los distintos comportamientos ante el dolor, esta profesional que imparte talleres organizados por la Liga Reumatológica Asturiana destaca cómo hay quien a lo largo de los días sólo focaliza la atención sobre el dolor, consiguiendo, así, su intensificación. "Esto no significa que nos duela más, sino que lo amplificamos y se llega a generar una ansiedad que hace que todavía se perciba más. Alcanzado este punto, se entra en un círculo vicioso del que resulta difícil salir", dice.

Por el contrario, resalta la psicóloga, "para quienes disponen de técnicas personales, propias o aprendidas, y derivan la atención hacia otros estímulos, la percepción del dolor es mucho más llevadera; es decir, es conveniente aprender a dirigir la atención hacia otras cosas". Además, hace hincapié en que una actitud poco derrotista y en cierta medida optimista, aunque no reduce la intensidad del dolor sí ayuda a soportarlo mejor.

Para Marisol Delgado, "el dolor tiene un componente emocional importante", y señala la ansiedad y la depresión como las consecuencias del crónico, "ya que el dolor agudo no desgasta tanto y la forma de afrontarlo es diferente".

Para evitar llegar a estos estados emocionales, aconseja contar con estrategias que ayuden a soportar el malestar. "Si abundan los pensamientos derrotistas, lo más probable es que se caiga en una depresión y, tras ella, los problemas del sueño llegan de la mano", dice.

Uno de los objetivos de las terapias que se desarrollan para aprender a afrontar el dolor es disminuir los niveles de estrés, tensión que califica de "veneno". Para ello, dice, hay que trabajar tres ámbitos: fisiológico, cognitivo y conductual. El primero se centra en el aspecto físico del cuerpo (relajación, meditación, respiración...); el segundo, en la percepción, y el tercero, en los cambios de conducta necesarios para afrontar el dolor, como fomentar el ocio, potenciar los ´hobbies´, salir o pedir ayuda cuando se necesita. De estos tres frentes, Marisol Delgado reconoce que el cognitivo es el más difícil de afrontar. "Es complicado cambiar la forma de pensar y de interpretar las situaciones, y los grupos son buenos espacios de aprendizaje", señala.