Llega el frío y con él también los catarros y las gripes. Y, cómo no, también la fiebre, la respuesta que nuestro organismo da frente, en la mayoría de las ocasiones, a las infecciones provocadas por virus o bacterias. Los humanos somos homeotermos, es decir, que disponemos de mecanismos internos que utilizan la energía guardada en el cuerpo para mantener constante nuestra temperatura, aunque en el exterior ésta varíe. Esta capacidad es la que permite a los seres humanos mantener estable la temperatura del cuerpo alrededor de los 36,7 grados.

¿Cómo lo consigue? En nuestro cerebro existe una especie de termostato que es capaz de poner en marcha mecanismos para no perder calor en caso de que la temperatura exterior descienda. Por ejemplo, disminuyendo la cantidad de sangre que circula por la piel y generando calor quemando grasa del cuerpo. En el caso de que la temperatura exterior aumente, el organismo favorece la pérdida de calor incrementando la circulación sanguínea de la piel y la sudoración. En el caso de que haya fiebre, este termostato sigue funcionando, pero a un nivel más elevado, provocando la elevación de la temperatura.

Aunque en la mayoría de los casos la fiebre es debida a infecciones provocadas por microorganismos -sean bacterias, virus u hongos-, en otros casos ciertas enfermedades con inflamación e incluso ciertos medicamentos pueden provocar alteraciones en nuestro termostato y dar lugar a la fiebre. Sin embargo, hay que tener claro que se trata de un mecanismo de defensa natural que dificulta la proliferación de virus y bacterias y mejora la respuesta de nuestro sistema inmunológico.

Sobre la percepción de la fiebre, ésta es muy variable. Mientras algunas personas prácticamente ni notan la elevación de la temperatura de su cuerpo, en otros casos la sensibilidad es mucho mayor. Con la elevación de la temperatura provocada por la fiebre, el cuerpo nos avisa de que algo no va bien. Es por eso que es importante conocer la causa que motiva este cambio en la temperatura de nuestro organismo y ponerle remedio con un tratamiento que anule la causa. En caso de que no sea posible, lo prioritario es buscar el bienestar del enfermo mientras se siguen buscando las causas.

Cómo bajar la fiebre

Aunque la fiebre suele ser causa de alarma, hay que diferenciar entre las décimas (febrícula) y la fiebre elevada. En este sentido, aunque las calenturas requieren cuidados, no puede considerarse como algo grave a menos que la temperatura se eleve de forma muy importante y vaya acompañada de síntomas de riesgo como diarreas, convulsiones o dificultad para respirar. En muchos casos, basta con guardar reposo y tomar abundantes líquidos para evitar una deshidratación.

También es conveniente mantenerse con una temperatura ambiente de entre 21 y 22 grados, evitar el exceso de abrigo en la cama y usar ropas ligeras para facilitar la pérdida de calor. Una dieta blanda también nos ayudará a rebajar la temperatura, así como mantener la piel y las mucosas húmedas y limpias. También son buenos los baños con agua tibia o templada. No es recomendable, en cambio, recurrir a baños de agua fría, ya que la vasoconstricción que ocasionan impide la pérdida de calor.

En cuanto a los fármacos que pueden ayudar a combatir la fiebre, usaremos medicación sintomática para que la temperatura baje y aliviar las molestias que ocasiona. Se usan los llamados anti-inflamatorios no esteroideos, que también son antitérmicos: el ácido acetilsalicílico o el paracetamol son los más recomendados. El primero, además de la acción antipirética, posee acciones analgésicas y antiinflamatorias. En el caso del paracetamol, a su acción antipirética se une la analgésica. Sin embargo, su acción antinflamatoria es casi nula. En cambio, posee menos efectos adversos que el ácido acetilsalicílico.

Otros antiinflamatorios no esteroideos a los que se puede recurrir son el ibuprofeno, muy recomendable en los niños. Este fármaco produce un descenso más pronunciado de la temperatura y mantiene el efecto antitérmico más tiempo (6-8 horas). Además, tiene acción antipirética, analgésica y antiinflamatoria. Se recomienda su empleo en niños.