En los albores de la era de la información se percibe en el mundo un extraordinario sentimiento de desazón con el actual proceso de cambio fundado en la tecnología, que amenaza con provocar una reacción generalizada en su contra".

Ése era el temor que Manuel Castells (Albacete, 1942), analista y teórico de la sociedad de la información, dejaba patente hace once años en La galaxia internet, una visión amplia y clara del nuevo mundo que se estaba construyendo en torno a la gran red. Con los primeros compases del siglo surgían las resistencias a la globalización. En 2001 estaba todavía reciente la crisis de las "puntocom", el crujido económico que siguió a la especulación con las empresas de internet y que quedó reducido a un episodio menor por la magnitud de lo que sobrevendría más tarde.

Pero el mismo medio nuevo que entonces mostraba oportunidades inéditas al tiempo que alimentaba temores sociales se ha convertido ahora, a los ojos de Castells, en una fuente de esperanza. El catedrático de Tecnología de Comunicación y Sociedad de la Universidad del Sur de California publica Redes de indignación y esperanza, centrado en el análisis de "los movimientos sociales en la era de internet" y dedicado a su padre intelectual, el premio "Príncipe de Asturias" Alain Tourain. Castells realiza una descripción detallada y una búsqueda de puntos comunes entre la "primavera árabe", los "indignados" españoles , "Occupy Wall Street" o las caceroladas islandesas.

Es un recorrido muy ceñido a unos acontecimientos que presentan una serie de rasgos comunes: "Están conectados en red de numerosas formas... se convierten en movimiento al ocupar el espacio urbano", lo que configura lo que el autor denomina "espacio de la autonomía", son locales y globales a un tiempo, "altamente autorreflexivos..., raramente son movimientos programáticos" y "la transición de la indignación a la esperanza se consigue mediante la deliberación en el espacio de la autonomía".

Los lugares en los que se visualiza esa movilización social, en los que queda constancia de su alcance y dimensión real más allá de la redes, actúan, así, a ojos de Castells, como escenario de una gran terapia colectiva que transforma la energía original en un entendimiento consolador.

Y con escasa capacidad de transformación, cabría añadir a la vista del recorrido que han tenido estos movimientos, aunque, en el caso español, en su búsqueda de cauces de acción pública, ha encontrado el hueco, que la insensibilidad de los partidos clásicos ha dejado libre, en la lucha contra una auténtica emergencia social como los desahucios.

La comprensión del papel de internet en estos movimientos "se ha visto oscurecida por un debate sin sentido en los medios de comunicación y en los círculos académicos que niegan que las tecnologías de la comunicación estén en la raíz"de estos procesos, se lamenta Castells. Internet sólo sirve de cauce a un malestar social, pero las redes sociales que sobre ella se construyen "son herramientas decisivas para movilizar".

Internet no es, sin embargo, un mero instrumento: propicia unas condiciones nuevas que permiten sobrevivir a movimientos sin liderazgos definidos, a cobijo de la represión del poder. Hay una identificación entre las características del medio y sus usuarios, que dotan a la red de un gran potencial de liberación social. Sin llegar al ciberutopismo, Castells alienta, en el tramo final de su libro, una visión idealizada de este conector universal alejada de lo que constatamos.

Creciente control de la Red

No se trata ya de que las actividades dominantes en ese medio sean bastante más pedestres que el empeño en transformar el mundo, sino que esa república abierta, en la que se desenvuelve la nueva vanguardia social, está sometida a un creciente control de los estados -como denuncia, entre otros, Vinton Cerf, uno de los padres del invento- y de las empresas, que explotan lagunas de esas redes de apariencia tan liberadora. Para suplir los espacios vacíos que se abren tras las conclusiones de Redes de indignación y esperanza, los interesados pueden echar mano de Internet y el futuro de la democracia, un conjunto de reflexiones compiladas por Serge Champeau y Daniel Innerarity.

Este último empieza donde termina Castells e invita a distinguir "la función crítica y desestabilizadora" que desarrollan los activistas de la red"de la capacidad de construcción democrática". Innerarity reconoce que internet modifica de forma profunda la política, pero advierte contra la "beatería digital" que se empeña en ignorar los peligros del nuevo medio.

El conjunto de reflexiones que integran Internet y el futuro de la democracia coinciden en que esa gran red configura un nuevo espacio social con normas propias que va a subvertir -ya lo está haciendo- los usos y comportamientos en el gobierno de lo público. Pero en ese proceso de cambio no debemos perder de vista lo que, en ese mismo libro, nos dice el filósofo Paul Mathias sobre los efectos de esa amplificación del entorno al que nos aboca la tecnología digital: "Al pluralizarse, nuestra mirada sobre las cosas y las comunidades se diluye.

Al diluirse, nuestra mirada se debilita y pierde la agudeza del juicio crítico. Al enturbiarse, nuestra mirada se convierte en una actitud: consumo, no creación, proximidad confusa y fusional, más que democracia".