Los vinos rosados parecen haber recuperado algo del esplendor de otras épocas. En un mundo en el que los tintos ganan por goleada en lo referente a consumo per cápita y donde los blancos se han ligado al «copeo» y al acompañamiento con productos del mar, los rosados siguen teniendo un consumo casi residual, y algunas bodegas renuncian a su producción ante la escasa rotación de los mercados. Pero algo parece haber cambiado en las últimas campañas, al menos en el ámbito de la Comunitat Valenciana, donde algunas bodegas de prestigio se han decantado por poner en el mercado nuevos rosados de corte más personal, con innegable similitudes, al menos en su fase visual, a los rosados de estilo afrancesado, con un color mucho más pálido de lo habitual, normalmente similar a la piel de cebolla o la carne del salmón.

Vaya por delante que la tonalidad de los rosados no depende tanto de la técnica de elaboración como del tiempo que el mosto permanece en contacto (macerando) con sus hollejos (la piel de la uva, donde se encuentra, en muchos varietales, la materia colorante), por lo que un rosado más o menos oscuro dependerá, en la mayoría de los casos, del tiempo que haya estado macerando el mosto. Algunas variedades tintas (entre ellas la Bobal, la Cabernet Sauvignon, la Garnacha, la Merlot o la Pinot Noir) cuentan con una pulpa casi incolora, de manera que si abrimos una baya por la mitad, su carne se presenta blanca, lo que permite al enólogo jugar más con el color, ya que partirá de un mosto con poco color y lo podrá ir aumentando gradualmente en función del tiempo de maceración.

Mientras que algunos productores valencianos siguen defendiendo la tonalidad rosa «tradicional» „como el caso de Coviñas, que ha convertido a su Enterizo de Bobal como uno de los grandes superventas en los lineales valencianos y a su Al Vent (también de Bobal) como uno de los vinos perfectos para acompañar la gastronomía tradicional mediterránea„, otros han optado por lanzar al mercado rosados de tonos más pálidos, más al estilo de los vinos producidos en algunas regiones francesas.

Uno de los primeros en alinearse a esa tendencia fue el alicantino Cesilia, de la bodega Heretat de Cesilia, aunque en este caso tuvo mucho que ver el origen francés de su enólogo, Sebastien Boudon. Poco después apareció en el mercado Pasión de Bobal, el primer rosado de esta variedad en mostrar un color mucho más pálido que los típicos de la zona. La apuesta tuvo buena acogida, y Sierra Norte logró un punto diferenciador que le permitió posicionarse en el mercado.

En las dos últimas añadas han aparecido nuevas propuestas, siempre con un elemento diferenciador basado en su tonalidad. Caprasia, hecho con uvas de Merlot en Vegalfaro, se desmarca de los varietales autóctonos y se acerca a estilos de otras latitudes. Algo similar sucede con el Impromptu Rosé de Hispano+Suizas, un rosado de Pinot Noir con excelente acidez al que Pablo Ossorio, enólogo de la bodega, augura un largo recorrido de guarda.

La última bodega en sumarse a la incipiente moda de los rosados es Vegamar, que ha irrumpido con un vino inusualmente pálido, con un atractivo tono asalmonado y elegantes aromas frutales. Está hecho exclusivamente con uvas de Merlot y desde su lanzamiento se ha convertido en uno de los grandes reclamos de la bodega.

El tiempo dirá si finalmente se imponen las nuevas tendencias o se mantienen los tonos más clásicos, pero hay algo que resulta innegable dada la variedad de rosados valencianos, la gran capacidad de nuestros bodegueros y enólogos para innovar en materia vinícola.