Masía Romaní ha sido durante décadas el mejor lugar para comer en familia. Un restaurante de fin de semana donde los adultos

comíamos de maravilla mientras los críos jugaban a sus anchas en el jardín. Ahora, ese mismo espacio se transforma los días laborables en el Faro de Masía Romaní, un restaurante más funcional y de precio más cómodo. El espacio es el mismo, pero llegado el lunes, sufre un cambio de attrezzo que lo transforma en un ambiente más informal. Unos cuadros nuevos, un cambio de esculturas y decoración, junto con la retirada de manteles son suficientes para dar al comedor un aspecto diferente.

Esta idea de convertir Masía Romaní en un nuevo restaurante entre semana esconde una gran honestidad. Con ese gesto (que supone un

esfuerzo cada lunes) quieren advertirnos de que la oferta no es la misma. Parece obvio, pero conviene aclararlo. Aclarar que en un menú de

quince euros no caben la lubina salvaje ni la paletilla de cordero que comemos aquí los fines de semana. Que los rituales del servicio (cambio de cubiertos, mantelería, etc...) no pueden ser los mismos. Me parece muy acertado. Muchas veces he criticado a los bistrós de nuevo cuño diciendo que en un mismo espacio no pueden coincidir un cliente que come un menú de mediodía de dos platos apurados con el que se calza el menú degustación de 60 euros. El primero entiende la falta de mantel y ciertos desmanes en el servicio, pero el que apuesta fuerte por comer con gusto, echa de menos la delicadeza del restaurante. Desde ese punto de vista, esta forma de diferenciar las dos propuestas es un acierto.

Masía Romaní (el restaurante del fin de semana) sigue siendo el lugar ideal para comer en familia. Sus propietarios , Zulema Duato y

Luis Carlos Angulo, son dos personajes alejados del estereotipo de restaurador al uso. Educados, afables y extraordinariamente cultos

han hecho de Masía Romaní un espacio diferente. Luis Carlos administra los espacios de convivencia y logra que todos (familias, niños y

hasta alguna pareja de novios) estén a gusto.

En cocina, Zulema lo supedita todo a la calidad. Perfeccionista hasta decir basta, nada sale de esa cocina si ella no está absolutamente

convencida. Gracias a eso los platos rozan la perfección: ni un punto de cocción inadecuado, ni un aliño desequilibrado. Todo en su punto siempre. Pero esa forma de entender la cocina, alejada de los procedimientos y los trucos de la restauración moderna, conlleva un precio:

los tiempos de espera. Con frecuencia el tiempo entre platos da para una conversación, algo que no parece importarle a una clientela que viene aquí sin ninguna prisa.

Zulema nos propone una colección de recetas de aquí y de allá que ha ido coleccionando de sus viajes por medio mundo. Son siempre

recetas tradicionales, sin ningún tipo de innovación ni fusión. Con esa pulcritud que le caracteriza, Zulema intenta reproducir fielmente

el sabor original del plato. Su kefta de cordero es genuinamente magrebí, su guacamole fiel al estilo mexicano y su roast beef pasaría

por local en un brunch británico. Una buen parte de la carta, y más aún de las sugerencias fuera de ella, se encarama al recetario nacional.

Es famosa su paletilla de cordero al horno y muy jugosas sus croquetas de jamón. En temporada suele tener un buen gazpacho de rebollones y siempre pescados frescos y salvajes.

En el Faro (el restaurante de los días laborables) Zulema y su socia (Silvia Llopis) conservan el espíritu de Masía Romaní pero adaptado

a las posibilidades de un menú funcional que cuesta sólo quince euros (diez en su fórmula exprés). Conservan el aire de la casa madre,

pero supeditado al precio. Se percibe ese gusto por el guiso y esos fondos trabajados con cariño que tanto me gustan. Hay por ejemplo, una buenísima carrillada con quesadilla, unas judías con faisán y una menestra que nos recuerda a los mejores platos de cuchara

de Masía Romaní.