Hotel Los Ángeles es un ejemplo de lo mucho y bien que ha evolucionado la restauración media valenciana. El gran boom de la cocina de

vanguardia ha dejado una buena escuela de cocineros. Chicos que adquirieron en sus stages en las grandes cocinas un apego por la calidad que se han llevado tras de sí a sus nuevos destinos. Por otro lado, la apuesta por la formación empieza a dar resultado

y los profesionales han multiplicado sus aspiraciones personales. El beneficiado es un cliente que encuentra una oferta mejor.

Los Ángeles es un hotel de descanso volcado a la playa de Les Marines. Un pequeño resort donde la clientela disfruta del sol y playa de calidad con los servicios incluidos. La llegada de Federico Guajardo ha dado un impulso firme a la cocina. Conocí a este chef en Sal de Mar, cuando Vicente Patiño dejaba la cocina en sus manos. Se trata de un cocinero con muy buenas bases técnicas, que sigue las tendencias y que siempre ha planteado propuestas muy sensatas. Sin enarbolar un talento creativo fuera de lo normal, Federico es capaz de plantear recetas actuales con buenos resultados gustativos.

Guajardo ha actualizado la oferta del hotel en dos planos. Por un lado, ha elevado la calidad de los platos tradicionales (arroces, pescados?); por otro, tímidamente, introduce platos de corte más actual que, sin llegar a ser creativos, sí ofrecen una visión de la cocina más moderna. Nadie se sorprenderá ante el bacalao con puerros confitados y salsa de cava, pero todos apreciarán la calidad del lomo y la sedosidad de la salsa. Su pulpo a la brasa con pisto de tomate y migas de almendra no ganará un concurso gastronómico, pero sí el agradecimiento de un cliente satisfecho.

Federico parece empeñarse en decirle al cliente que aquí va a comer de verdad. Por eso le calza una buena paletilla de cordero o un buen trozo de pescado. Eso sí, en los aperitivos se quita la espinita y, sin hacer grandes piruetas, propone cosas más divertidas. Plantea, por ejemplo, una coca de dacsa con vieira y salsa de chimichurri que ganaría mucho si no se adornara con unos trozos de corteza de cerdo que,

aunque pequeños, se apoderan del plato. Esa falta de equilibrio también se evidencia en el ravioli de rúcula, donde una salsa demasiado subida de mantequilla acaba quitando lucidez a la receta. Pequeños peros que no encontramos en la ventresca con encurtidos (muy bien maridada) ni en la empanadilla de espinacas (una receta típica de La Marina).

La bodega es buena pero muy corta. Una casa de esta envergadura podría invertir un poquito más en ella. Para quienes van a lo seguro, el hotel ofrece un menú de arroz por 28 euros, con tres entrantes y postre incluidos, que no está nada mal. Eso sí, hay que ir acompañado, porque se exigen dos comensales.