Una de las marcas más populares de olla exprés, Seb Magefesa, entró en concurso de acreedores en su fábrica de Derio, explotada en régimen de cooperativa. Fue en 2008, cuando se manifestó, sin paños calientes gubernamentales, la crisis económica. La olla Magefesa alivió el duro trabajo de las amas de casa a finales de los años cincuenta y a partir de entonces. No todos los hogares podían comprar una Magefesa. Sólo a partir de la década de los años sesenta del siglo XX, con la paulatina y lenta desaparición de la autarquía y la consolidación de una clase media, la Magefesa se expandió, particularmente en las urbes.

La olla a presión se vendía con un detallado manual de instrucciones, pero, en un país rural, y en el que todavía existía la carnera (fresquera) para conservar ciertos alimentos al aire libre y a resguardo de los dípteros (la moscarda verdosa era insaciable), aquel artefacto imponía respeto.

Fue uno de los primeros electrodomésticos de alta tecnología en un país atrasado y supersticioso.

Puede que ahora dé risa, pero cuando llegó a las casas, su mecanismo producía pavor. Era como si en una tribu antropófaga, la caldera donde los nativos guisaban al hombre blanco, hubiera sido sustituida por una gigantesca olla exprés.

Las dudas y los temores eran, básicamente, éstos: ¿Y si explota? ¿Y si cuando la abrimos no están cocidos los ingredientes? ¿Y si no hemos puesto agua o líquido suficiente? O, ¿y si al quitar la válvula de seguridad el vapor nos quema el rostro? En este sentido, se produjo algún accidente.

El momento de suspense mayor (toda la familia se alejaba de la olla, a una distancia de seguridad) sucedía cuando la válvula comenzaba a pitar y a dar vueltas sobre sí misma.

El agudo pitido no anunciaba nada tranquilizador. Téngase en cuenta que, a la sazón, vivíamos en la era de la Guerra Fría, los platillos volantes ya eran motivo de conversaciones (en la radio, Alejandro García Planas aseguraba que viajaban marcianos), la energía nuclear horrorizaba (el sabio atómico de Calabuch, de Berlanga) y los recientes calentadores a gas explotaban de vez en cuando.

El mal uso que en ocasiones se daba a la olla o las deficiencias técnicas de éstas contribuyeron a la decoración hogareña hiperrealista, cuando el hueso de ternera, las lentejas, el cocido o las judías verdes, salían despedidos de la olla, y el suelo y las paredes de la cocina se transformaban en una galería de arte.

Algunas de las primeras ollas a presión fueron Arín («el secreto de mis mejores guisos») y Seb-Magefesa. Y comenzaron a publicar recetarios adecuados para las amas de casa. En Valencia, el cocinero Pedrón de Monteagudo, que tenía un programa en Radio Valencia («El cocinero en casa»), escribió un recetario patrocinado por la empresa Arín.

Por su parte, Magefesa, cuya primera olla puso a la venta en el año1948, editó el «Libro Olla Exprés Seb Magefesa» diecisiete años después. Firmaba las recetas Françoise Bernard, no por casualidad, pues la patente de esta marca era propiedad francesa, de la Societé d´Emboutissage de Bourgogne (SEB).

El libro estaba dividido en los siguientes capítulos: Sopas, Pescados, Carnes, Aves, Cordero, Cerdo y Legumbres. Las ollas a presión fueron uno de los primeros signos de modernización del país y casi un elemento de distinción y estatus económico.

La empresa Magefesa (Derio, Vizcaya) entró en concurso de acreedores el 2 de julio de 2008 y fue aceptado por un juzgado el 30 de julio. Ignoramos cómo ha termino el contencioso. Pero Magefesa permanece en la memoria sentimental de España junto con el mocho o fregona, un invento del riojano Manuel Jalón patentado en el año 1964.