El cambio climático plantea un nuevo escenario para la vitivinicultura, ya que la vid depende de su entorno mucho más que otros cultivos, y el clima es uno de los factores que determina la calidad y el estilo de un vino. La Administración Estadounidense de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) y la Administración Estadounidense del Clima (NOAA) nos sorprendían hace un par de semanas con que el pasado mes de julio ha registrado el promedio de temperaturas más altas del planeta en los últimos 137 años. Los expertos en el tema llevan tiempo advirtiendo de los efectos que ya está produciendo el aumento de la temperatura a nivel global. Las fechas del envero se han ido adelantando de igual manera que las vendimias, ha aumentado el alcohol y ha disminuido la acidez. Y hay quien augura que se perderá color, que será menos estable y cambiará la maduración de las semillas. Todo esto supondrá, sin duda, un problema económico de gran envergadura, pero no hay que olvidar que su origen surge de un dilema ecológico. El efecto invernadero es un fenómeno natural, siempre ha estado presente, lo que ocurre es que el ser humano lo ha incrementado de manera notable.

Jesús Romero regresó a sus raíces turolenses para iniciar hace una década la plantación de un viñedo que ahora tiene en producción algo menos de 3 hectáreas en el paraje del Pago Alto, en el término de la población de Rubielos de Mora, comarca de Gúdar-Javalembre. En un clima continental de montaña a una altitud que ronda los 1.000 metros sobre el nivel del mar el peligro son las heladas tardías, ha cubierto las viñas con unas mallas para paliar los efectos de los pedriscos, que también disuaden a los estorninos y éstos sólo devoran los racimos que asoman por los extremos y tiene instalado un sistema de detonaciones para mantener a raya a los jabalíes. Aquí el envero se produce a mediados de agosto, por lo que la fruta comienza a almacenar azúcares cuando las temperaturas están en retroceso, la maduración es más pausada y la vendimia tiene lugar entre octubre y noviembre, según el ciclo de cada varietal. La añada 2015 fue algo atípica para la zona, con un final de verano seco. El Quercus Rubus, con cinco meses de crianza en barricas de roble francés, contiene mayor proporción de Garnacha que otras añadas y una pequeña parte de Syrah. En el aroma destaca la presencia de frutos rojos maduros, cerezas, guindas en licor, con recuerdos balsámicos, a plantas aromáticas y a violetas, sobre un suave fondo de especias y tostados. De cuerpo medio, amables taninos, sabroso y persistente, se muestra equilibrado con la acidez que aporta la altitud.