Hasta hace cuatro días las uvas de Bobal y Monastrell eran consideradas como inapropiadas para la crianza de vinos por ser entendidas como extremadamente oxidativas. Afortunadamente ya son numerosos los ejemplos de magníficos vinos hechos con estas varietales tradicionales de zonas vinícolas diferentes. El enólogo Pedro Olivares realiza con ellas un interesante ejercicio de enología al ensamblar sus vinos en uno de los múltiples proyectos que dirige. Se trata de la serie «Cuvée Mediterráneo», en la que la idea parte de elaborar dos varietales mediterráneas con independencia de su procedencia. Olivares entiende estas castas de uva como perfectamente complementarias, no hace falta acudir a coupages con uvas foráneas, que se apoderan del carácter de los vinos y los hacen demasiado parecidos entre sí. También resulta curioso que percibe a la variedad Bobal como de carácter masculino, como si se tratase de un adolescente expresivo e impetuoso. «Pruebas un racimo „dice„ y no tiene nada que ver una baya de los hombros con una del extremo inferior». Mientras que la Monastrell la ve femenina, con muchos matices delicados, aunque también necesita tiempo para madurar. El Bobal procede del término municipal de Venta del Moro, a una altitud de casi 950 metros en la comarca valenciana de La Plana de Requena y Utiel; mientras que la Monastrell es de la zona murciana de Bullas, donde llega a realizar cuatro vendimias para conseguir el vino. Con la primera obtiene la acidez, con otra fruta, con la tercera la maduración fenólica y con la última, cuya parcela está a 1.000 metros, consigue matices de gran complejidad con cierta sobremaduración. En ambas ubicaciones trabaja con cepas centenarias en pequeñas parcelas con una composición de suelo similar, con fondo de margas calizas. Con esta filosofía hace dos vinos. Uno es el «Bobastrell», con cuatro meses en barricas de roble francés de 500 litros. El otro es el «Súper Bobastrell», hecho también a partes iguales con las dos uvas, con levaduras autóctonas, sin aditivos, sin filtrar ni estabilizar por frío para eliminar bitartratos y ha tenido veinte meses de envejecimiento en barricas de roble francés de 500 litros de las mejores tonelerías. Vertido en la copa se abre de manera pausada y tiene aroma potente a fruta negra madura (ciruelas, moras, arándanos), a guindas en licor, frutos secos (algarrobas, higos), especias, cacao y notas ahumadas, balsámicas y de grafito. En la boca es potente, cálido, con taninos maduros, tiene volumen y una frescura que lo hace largo y persistente. Un vino que apetece en el preámbulo del otoño para acompañar una carne guisada o un conejo al chocolate.