Triunfa el vino con aditivos. Dulce, ácido, sin origen y teñido de azul. Sólo faltan unos «snacs» para «dipear» en «petazetas». No estoy dando ideas. Y es un logro, porque vender así, nada más salir al mercado, 90.000 botellas de una sola marca de vino en unos meses no está mal para empezar, ya les gustaría a algunas bodegas. Claro, que hay un numeroso sector de consumidores que no quiere vino, sino que busca sensaciones, de manera parecida a lo que ocurre con las propuestas de algunos presuntos «chefs», que ponen en el plato sucedáneos de productos gastronómicos, en lugar de gastronomía.

De todas formas, si los derivados del vino sirven para acercar a un consumidor joven que más tarde se puede llegar a interesar por lo que tiene en la copa, bien venido sea. La cuestión de los platos exóticos maltratados, de la cocina molecular industrial y de los gastrobares en cadena es harina de otro costal. El tema del vino azul surgió cuando un grupo de amigos se planteó la «Blue Ocean Strategy», una teoría empresarial argumentada en 1990 por W. Chan Kim y Renee Mauborgne basada en la ampliación del mercado a través de la innovación, no en la competitividad entre empresas. En esta conjetura se describe una situación con salidas comerciales tan limitadas por la oferta que unos metafóricos tiburones acaban devorándose entre ellos tiñendo de rojo el océano. Fue entonces cuando un grupo de cinco amigos decidió convertir en azul el vino y ganaron un concurso de creación de empresa de la Universidad del País Vasco. Empezaron a principios de 2015 con 300 botellas y en lo que llevan de año han colocado en el mercado nacional e internacional algo más de 90.000 unidades. Ahora están preparando la siguiente partida, que no será exactamente igual a las anteriores, porque las uvas proceden de diferentes lugares y elaboran en varias bodegas, «eso no importa», además tendrá un paladar adecuado según el país de destino porque no todos los gustos son iguales. Este grupo de veinteañeros no procede del mundo del vino, sino que tienen formación de ingeniería, diseño, márquetin y comunicación.

En la elaboración se parte de uvas blancas y negras, que fermentan juntas. En ese momento se añade antocianina extraída de las uvas negras y otro pigmento más, el azul índigo (indigotina), con lo que se consigue su intenso color azul eléctrico. No tiene azúcares añadidos, pero se incorpora edulcorante alimentario «para no subirlo de calorías, como si fuese un refresco, una bebida dirigida a todo tipo de consumidores, pero principalmente a un público adulto joven», nos comenta Aritz López, uno de los socios. Gïk Live, que es como se llama este vino, es una bebida afrutada, refrescante, dulce y divertida, con 11,5 grados. Pero hay algo que no nos ha quedado claro. Este vino azul ¿es para carne o para pescado?