Probablemente la trayectoria de Celler del Roure no habría sido la misma sin la figura de Paco, el progenitor de Pablo Calatayud, enólogo y gerente de la compañía... o sí, porque Pablo ha tenido muy bien definida desde su origen la meta que perseguía al poner en marcha esta bodega de Moixent adscrita a la DOP Valencia. Pero lo cierto es que Paco ha sido la «voz en off» de la historia de una compañía que se ha refugiado en el respeto por las tradiciones y la autenticidad para liderar un proyecto envuelto en uvas autóctonas y viejas prácticas recuperadas que se ha ganado el respeto de consumidores y profesionales del sector en los cinco continentes.

Celler del Roure fue la primera bodega que «dignificó» la tinta más valenciana y, hasta aquel momento, olvidada, la Mandó. Con Maduresa abrió un camino que han seguido otros muchos productores, apostando por vinos serios y potentes pero con todo el carácter que el clima mediterráneo aporta al viñedo.

Pero todo cambió con la recuperación de la «bodega fonda», una galería subterránea datada a principios del siglo XVII donde aparecieron decenas de tinajas de barro soterradas en las que, en otras épocas, ya se producía vino. Pablo, espíritu inquieto, se empeñó en recuperar aquellos vinos de antaño, y fue entonces cuando la figura paterna ganó protagonismo. Paco mantenía en su memoria organoléptica los aromas y sabores de aquellos vinos antiguos, y de la mano de su hijo y del equipo de enólogos de la bodega se pusieron a trabajar en la creación de una línea de vinos que respetase los matices de las uvas autóctonas recurriendo a un modelo de crianza que no enmascarase las propiedades varietales de la materia prima.

Después de varias campañas perfilando sus nuevos vinos y redefiniendo sus etiquetas más reconocidas, Celler del Roure cuenta en la actualidad con dos líneas de trabajo perfectamente diferenciadas. Por una parte se encuentra la gama de vinos «clásicos», elaborados según criterios vitivinícolas del siglo XX (crianza en barrica de roble y uvas bien maduras de varietales autóctonos y foráneos) y que incluye tres referencias: un vino pensado para el consumo «a diario» (Setze Gallets), otro más expresivo (Les Alcusses) y el buque insignia de esta línea de producción, Maduresa.

Por otra parte, la colección de vinos «antiguos» comprende cuatro referencias, todas con el denominador común de haber sido criados en las tinajas de barro soterradas en la «bodega fonda» y compuesta por un blanco (Cullerot) y tres tintos (Parotet, Vermell y Safrá).

Pero para entender toda esta filosofía resulta casi imprescindible visitar la bodega y pasear con Paco por las instalaciones. Pese a su edad, sus ojos brillan como los de un niño. Define como nadie todo lo que evocan los vinos que elabora su hijo, y su perspectiva de la vida imprime una nueva visión de lo que cuenta cada botella.

Mientras su padre reflexiona sobre las cosas buenas de una vida que consume a sorbos de vino de Moixent, Pablo sigue indagando sobre lo que hacían nuestros antepasados y ahora trabaja con medios de vinificación típicos de principios del siglo XX. De momento ha recuperado viejos «cups» -antiguos lagares de piedra en los que se depositaba la uva para su maceración y fermentación- sobre los que ya ha desarrollado su último vino, Safrá, y con los que planea nuevas vinificaciones que permitan seguir creando vinos capaces de, como dijo hace unos meses el influyente prescriptor Robert Parker sobre los vinos de Celler del Roure, «mostrar al desnudo el carácter de la región sin ningún tipo de maquillaje, con un poco de rusticidad, Mediterráneo pero manteniendo una buena frescura».