Viendo la etiqueta del nuevo Cerrogallina Pinot Noir que acaba de salir al mercado ya apreciamos al compararla con la de su homólogo hecho con Bobal que los colores rojo y negro están invertidos. Y es que una varietal es la antítesis de la otra. Si la Bobal es dura, resistente a las inclemencias del tiempo, con gran intensidad de color y muy rica en polifenoles, la Pinot Noir es extremadamente sensible a los cambios meteorológicos, da vinos ligeros, con poca intensidad de color. Pero ésta es una de las grandes uvas de la viticultura mundial, muchos la admiran y desean por los majestuosos vinos que es capaz de dar en su zona originaria, Borgoña, perfumados, de cuerpo medio, con sedosa estructura y que evolucionan bien a lo largo del tiempo.

El bodeguero Santiago Vernia tuvo el acierto de no arrancar las centenarias cepas de Bobal de la finca que adquirió en 2006 en las proximidades de la población de Campo Arcís, en la partida de Las Quinchas del Hoyo, en el término municipal de Requena. Y eso que, en ese momento, los viticultores del lugar le aconsejaban la reestructuración de la viña, que se olvidase de la Bobal y que plantase «variedades mejorantes». Y es verdad que las foráneas van bien, porque después de analizar clones, terreno y de la inversión hecha no hay más remedio que trabajarlas como debe ser, con lo que se consiguen buenos resultados, pero demostrado está que lo mismo ocurre con la Bobal cuando se le presta la debida atención y se trata con respeto. Aun así, Vernia no se pudo resistir a la Pinot Noir, de la que tiene plantada una hectárea con un clon adecuado a esta latitud, al pie del Cerro Gallina, en un terreno fresco, calcáreo con arcillas. El sistema de plantación también es adaptado, en espaldera alta, con bastantes yemas, aunque después haya que descargar algo de uva, y no deshojan, buscan mucha superficie foliar para alargar la maduración y que los pámpanos protejan con su sombra a los racimos.

«Difícil de cultivar, difícil de elaborar», insiste el enólogo José Hidalgo, es una varietal muy particular, con una pepita desproporcionadamente grande que, si no está madura, puede provocar un desastre con sus verdores y desagradable astringencia. Inicia la fermentación en depósito con pie de cuba de sus propias levaduras salvajes, realiza la maloláctica en barricas usadas de roble francés, en las que permanece un total de ocho meses. El Cerrogallina 2016 tiene un vivo color rojo cereza, abierto de capa, con buena intensidad aromática, con sugerentes recuerdos a fruta roja fresca, frutillos silvestres (fresas, grosellas), evocadores recuerdos florales y a suaves especias, con ligeros toques ahumados típicos de la varietal. En el paladar es fresco y frutal, entra solo, es amable y sin astringencias. Apetece repetir el trago.