Enganchado al éxito y al riesgo, el músico afincado en España inicia a partir de mañana una gira de 18 conciertos por toda España hasta final de año los que interpretará a Bach, Jimi Hendrix, Paganini y David Bowie.

¿Qué siente estos días cuando mira el Mediterráneo?

Frustración, tristeza... Pero también mucha esperanza. Quizás nos demos cuenta en Occidente de que estas personas que hoy intentan venir a Europa están en las mismas condiciones que nosotros hace 60 años, y fuimos bien recibidos. Hay que ayudarles. No es una cuestión política, sino humanitaria. Cuando ves morir a alguien, hay que ayudar como sea. Ni preguntándose el cómo, simplemente haciéndolo.

¿Qué opinión le merecen las acciones del nuevo gobierno español al respecto?

En política hay mucho truco y a veces parece que se ayuda cuando en realidad no se hace nada. Hay que concienciar a la opinión pública de que estos refugiados, estos desplazados, no son una amenaza para nuestro futuro y nuestra sociedad; al revés, huyen de fuera y son una riqueza para cualquier país.

¿Qué sentimientos aflorarán entre el público que acuda a sus conciertos?

Se centrarán en La increíble historia del violín, un proyecto con el que llevamos girando por todo el mundo desde hace dos años. Con él cuento la historia de mi violín, que no es valioso, no es un Stradivarius, es normal y corriente, pero perteneció a mi abuelo y tuvo un recorrido muy peculiar, que desvelo en el espectáculo. Se podrán escuchar temas de mi último álbum, todo composiciones propias. Pero también música clásica, de Bach, Mozart y Paganini, y otras de artistas más contemporáneos como Hendrix, Led Zeppelin, Radiohead o Bowie.

¿Cómo hay que acercarse a la música de Ara Malikian?

No hay una manera de acercarse o entender la música. Uno la disfruta, y punto. En mis conciertos hay que dejarse llevar, no intentar entender lo que uno está oyendo, o analizarlo. Cuando estoy en el escenario mi único esfuerzo está dirigido a emocionar al público, a hacerle feliz. A eso me entrego con todo.

¿Sin perfección también se puede emocionar?

Se puede. La perfección se trabaja en casa, pero una vez que estás en el escenario ya no piensas más en ella. Pero claro, el rigor es indispensable en esta profesión y sin técnica no consigues la interpretación que deseas.

¿Cuál es el mayor regalo que le ha dado su violín?

La felicidad. Tengo la vida que tengo gracias al violín. Nací en el Líbano y he vivido momentos difíciles. Todo lo que tengo me lo ha dado el violín, gracias a él pude salir de mi país, a diferencia de algunos compañeros míos. Gracias al violín pude estudiar, trabajar, viajar y vivir como vivo.

Su padre fue determinante en su formación. ¿Con qué lección suya se queda?

Todo lo que tengo es gracias al empeño de mi padre, porque él decidió por mí que tenía que ser violinista. Se puso hasta pesado. Me hacía estudiar el violín todo el día, a veces lo odiaba. Lo que yo quería era ir a jugar con mis amigos. Le estoy eternamente agradecido a mi padre, pero dudo de que esa sea la forma con la que hay que tratar a los niños.

Y usted tiene un niño de cuatro años. ¿Cómo le enseña?

Para mí es imposible hacer lo que hizo mi padre conmigo. Quiero que mi hijo juegue y disfrute de la vida. En su día intenté que tocara pero me tiró el violín a la cabeza.

¿Su relación con el violín es solo de amor, o también tiene momentos en los que lo tiraría por los aires?

Es de amor, de agradecimiento. Amo la música, el arte, y creo que con la cultura inculcamos el respeto, y así mejoramos el mundo. Lo que hacemos los artistas es mucho más importante de lo que creemos.

Los demás, ¿le damos a la música la importancia que se merece?

Frente a una crisis, los músicos son los primeros perjudicados. No solo en España, también en otros sitios. Pero a pesar de las dificultades, la música, el arte, la cultura siempre seguirán. Apena que en los colegios ya no se enseñe música, pero los niños que quieren estudiarla lo hacen de otras maneras.

Pasados los 40, ¿uno también puede entregarse a la música?

Sin duda. La música no tiene edad para empezar ni para disfrutar de ella. Yo me muero de amor cuando alguien de 60 ó 70 años empieza a cumplir el sueño de su vida y se entrega a un instrumento. Me identifico con esa gente amateur, que no sabe tocar pero lo goza, y no con una orquesta sinfónica, que a veces es tan rutinaria que da tristeza.

Trabajó siete años como concertino en la Sinfónica de Madrid. ¿Qué aprendió de aquella experiencia?

Fueron unos años maravillosos. Aprendí muchísimo sobre música, pero me quedo con otra cosa: con que la vida de un músico no ha de ser como la de un oficinista. Para un artista, la vida de bohemio y su inseguridad es necesaria para crear. Me sentí en la necesidad de dejar la orquesta y arriesgar. Ha sido la decisión más acertada de mi vida.

¿Viajar es otra de esas necesidades?

Absolutamente. Viajando se aprende que las diferencias que tenemos todos los seres humanos es algo maravilloso. No hay que molestarse por eso. Todos los países me conquistan y todos los viajes me enriquecen.

Ha interpretado todas las piezas posibles, desde Bach hasta Radiohead. ¿Le queda algo nuevo por probar?

Muchísimo. A diario descubro músicas nuevas que me encantan. Me gustaría que mis conciertos duraran 25 horas para tocar todo lo que me gusta.

En su repertorio entra también Paco de Lucía. ¿Qué huella le dejó el maestro?

Para mí, Paco de Lucía es uno de los cinco grandes genios de los últimos 300 años. Mucho más grande de lo que creemos. Un músico al nivel de Bach, Beethoven y Stravinski.

¿Cómo surgió su idilio con el flamenco?

Por casualidad. Lo descubrí al llegar aquí, antes no lo conocía. Conocí cómo ser flamenco realmente, y cómo vivirlo. Empecé a trabajar acompañando a cantaores, bailaores, me metí en grupos, y lo viví desde dentro.