Levante de Alacant, Dénia

En lo alto de la Lloma del Castanyar, en pleno corazón del Montgó, habita un fantasma. Es un fantasma de hormigón; ahora dormido, pero hace 30 años rugiente y poderoso. Un fantasma que, mientras no se borre por completo su rastro, seguirá mirando, desafiante, al Montgó y enseñándole los dientes del urbanismo salvaje.

La urbanización fantasma de El Greco es ahora noticia porque la conselleria de Medio Ambiente ya ha terminado el proyecto de demolición y le ha pasado la pelota al Ayuntamiento de Dénia. El consistorio, que hace más de 30 años dio licencia para construir aquí 600 chalés y luego, tras la declaración del Montgó como parque natural, la revocó, debe echar abajo las 111 casas adosadas que llegaron a construirse. El problema es el dinero. La demolición se presume muy costosa, y el ayuntamiento, por si solo, no puede asumirla.

Mientras tanto, la urbanización ilegal es, tras 30 años de abandono, una ruina en la que el viento, al colarse por puertas, paredes sin terminar y grietas, produce un sonido extraño y fantasmal. La naturaleza, que ya ha tapado prácticamente los caminos que se abrieron hace años y destrozaron la montaña, no puede con las ruinas. El hormigón es un mal enemigo.

Entre los chalés, cimentados en plena roca del Montgó, hay algunos cuya estructura está totalmente acabada, con los tejados todavía intactos. En el interior, a pesar del evidente deterioro, aún se pueden observar las dependencias y, en las paredes, hasta azulejos.

De hecho, estas casas han estado habitadas de manera ilegal durante algunos periodos de tiempo. En las paredes, se observan signos de las constantes visitas como los graffitis.

Desde la urbanización fantasma, la vista sobrecoge. Los chalés se alzan en la dorsal de la montaña, rodeados a ambos lados de profundos barrancos. La montaña del Montgó, el mar, la Torre del Gerro, el litoral de DéniaÉese es el paisaje que se divisa desde lo alto de la Lloma del Castanyar, desde esta ciudad silenciosa y fantasmal que es la urbanización de El Greco. Solo el graznido de las gaviotas o el canto de los pájaros rompen el silencio.

Cuando se pasea por la urbanización fantasma, aún parece que en cualquier momento se va a oir una máquina, el runrún del trabajo. Pero no. El silencio y la soledad estremecen. Además, el laberinto de casas y habitaciones parece una trampa de la que luego no se podrá escapar. Cuando el urbanismo salvaje con el paso del tiempo deviene ruina, el resultado es inquietante: una urbanización fantasma y deshabitada; casas en ruina y muertas.