Cuando vivían mis padres comer en casa era un auténtico lujo. Ahora que llevo un tiempo viviendo solo y echando mano de comidas precocinadas, botes y cremas de sobre, echo en falta la comida casera. Siempre he sido de salir fuera a comer, pero ahora con el confinamiento y los bares y restaurantes cerrados, no me queda otra que organizarme en casa. Sobrevivo como puedo. Es verdad que ahora hay un montón de comida preparada, cada vez mejor, que solo hay que calentar, hecha ex profeso para los inútiles culinarios como yo, que no sabemos freír un huevo frito.

Aunque mi madre cocinaba muy bien, en casa siempre hemos tenido cocinera. Primero estuvo con nosotros Carmen, que además de cocinera era una más de la familia y como mi segunda madre. Estuvo con nosotros muchos años hasta que se jubiló. Era de Aielo de Malferit. Allí la conocían por Carmen la alguacila. Por su complexión y físico me recordaba mucho a Rafaela Aparicio. Fue una persona magnífica. Después de irse de casa iba a verla a Aielo,  a una preciosa casa de pueblo que tenía  en la calle Santos de la Piedra. Allí vivió un tiempo con su hermana.

Después de Carmen vino Trini, que también estuvo mucho tiempo con nosotros hasta que murió mi madre.

En casa éramos mucho de entrantes. Fuentes de quesos: curados, semicurados y de bola, el queso aquel de color amarillo de corteza de cera, que también había en raciones pequeñas,  empanadillas de tomate y espinacas, ibéricos y salazones. A mi padre le encantaba la hueva de atún, también de maruca, la mojama y el bacalao. Era muy sibarita y le gustaba la buena mesa.  Era un espectáculo ver la mesa puesta. Si hubiéramos tenido entonces móviles, a mí que me gusta fotografiarlo todo, no hubiera parado de subir fotos a las redes sociales como hago ahora.

Entonces Vela estaba en la calle Juan de Austria. Era un local pequeño, con mucho encanto. La selección de charcutería era de lo mejorcito de Valencia y sigue siéndolo porque todavía continúa, reconvertido ahora también en restaurante. Entonces había varios establecimientos de este tipo, lo que ahora se conocen como tiendas gourmet. Poco a poco han ido despareciendo casi todas, como mantequerías Vicente Castillo. Un clásico. Acercarse por allí y ver el escaparate valía la pena. Entrar y comprar ya ni te cuento. Tenía también una magnifica selección de vinos. Otro clásico que pasó a mejor vida fue Las Añadas de España, la que fue sin duda la mejor tienda gourmet de Valencia, que también organizaba catas.

En casa de mis abuelos de Alcoy, también existía la costumbre de sacar unos buenos entrantes antes de servir la comida. Anita preparaba un caldo con pelota exquisito y unos canutillos de crema para chuparse los dedos. Cuando íbamos a los pinarets, la finca de mis abuelos en Banyeres de Mariola, los sábados por la mañana hacia buñuelos de calabaza. ¡Qué época tan buena aquella ¡¡Cuánto la echo de menos ¡