El dictador ruso Vladimir Putin ha vuelto a atacar objetivos civiles. Lo ha hecho lanzando misiles contra un centro comercial en Kremenchuk que estaba repleto de gente en ese momento. De momento se han contabilizado una veintena de cadáveres y hay cerca de sesenta heridos, pero no se descarta que haya muchos más entre los escombros. El olor a muerte y desolación recorre esta ciudad de Ucrania, que hasta ahora no había sido objetivo de Putin.

Ha sido un acto premeditado y con la intención de causar el mayor daño posible para doblegar al ejército ucranio que se mantiene firme y valiente, luchando contra el invasor.

Cuatro meses de guerra y los objetivos contra la población civil van en aumento ante la impotencia rusa, incapaz de vencer en el frente debido a la resistencia ucrania. Un doble acto de cobardía.

No sé si algún día los tribunales de justicia internacionales juzgarán a Putin y a sus responsables como criminales de guerra, pero la esperanza de que ese día llegue no la pierdo.

Las muertes de esta guerra que nunca debió comenzar, que ya se cuentan por miles son la demostración palpable de la crueldad de un hombre como Vladimir Putin que es capaz de cualquier cosa para saciar sus ansias expansionistas.

Rusia ya ha entrado en suspensión de pagos como consecuencia de las sanciones económicas impuestas por la UE. Europa debe seguir defendiendo a Ucrania mediante el envío de armas y ampliando las sanciones económicas, un país que solo aspiraba a decidir libremente su destino y que ha visto cómo una aspiración tan digna ha sido truncada por los delirios de un tirano.