El clima de crispación que se vive en los últimos días en el Congreso de los Diputados es absolutamente irrespirable, con continúas llamadas al orden por parte de la presidenta Meritxell  Batet que tiene que enfrentarse a situaciones  más propias de un patio de colegio que del lugar donde está representada la soberanía nacional.

Muchos lo achacan a la proximidad de las elecciones autonómicas y municipales, y conviene subir el tono, habiendo partidos que se sienten muy cómodos con la bronca continúa, yo lo achaco a la falta de educación y de proyectos políticos de sus señorías, que lejos de hacer su trabajo, por cierto muy bien remunerado, se dedican al insulto y a la descalificación personal.

Ejemplos hay en las dos bancadas, tanto en el lado de la derecha, como en el de la izquierda más radical, socios del actual Gobierno.

La crispación y la violencia política, van de la mano y no es nueva. Unidas Podemos ya hizo campañas feroces contra políticos y periodistas. Todos recordamos los escraches contra Cristina Cifuentes, Ana Botella, Esperanza Aguirre, Begoña Villacís, Rosa Díez, Soraya Saénz de Santamaría o Rita Barbera.

Vox ha hecho del insulto y la bronca política su argumentario político. Como lo hacen todos los populismos. Y mucho me temo que van a seguir por esa línea.

La política es confrontar ideas con argumentos, respetando siempre las opiniones del otro. Esto es de primero de democracia.

Reconforta saber que dentro de este gran lodazal en que algunos han convertido la política, hay excepciones, como la que se ha vivido estos días en el Congreso de los Diputados, tras la marcha de la política de Adolfo Suárez Illana y las palabras de reconocimiento que tuvo Meritxell Batet hacia el diputado del PP, que demuestran que se puede hacer política respetando al adversario, aunque tengamos y defendamos ideas diferentes.