Uno no puede contener las lágrimas al ver la tragedia que ha sacudido a Turquía y a Siria y donde las víctimas no paran de crecer y ya suman más de 24.000 muertos, aunque la cifra podría ser mucho mayor.

Hemos visto imágenes de niños que eran rescatados de debajo de los escombros, incluso la imagen de un recién nacido que ha podido salvar la vida ante tanta desgracia. Edificios que se derrumbaban como si estuvieran hechos de plástico. Gente enterrada bajo las piedras. Gritos de desesperación entre los heridos.

Los desaparecidos se cuentan por miles al igual que los heridos. Aún no se tienen cifras exactas de la magnitud de la tragedia. Las imágenes son desgarradoras. Sigue habiendo muchas víctimas debajo de los escombros.

En el caso de Siria que lleva doce años en guerra, la tragedia es doble al no poder acceder la ayuda internacional ni los equipos de rescate. A penas llegan noticias de Siria porque no hay equipos informativos desplazados a la zona.

He escuchado decir estos días que los terremotos no matan, lo que mata es la pobreza. Si este mismo terremoto se hubiera producido en Japón, a pesar de la intensidad, seguramente no hubiera dejado ninguna víctima. Japón cuenta con edificios bien construidos, y resistentes a prueba de seísmos, no así Turquía que cuenta con construcciones muy endebles.

Todos los países se han volcado desde el primer momento con Turquía, enviando ayuda humanitaria y material médico, como ha sido el caso de España.

La solidaridad y la ayuda internacional son muy importantes en estos momentos donde muchas familias lo han perdido absolutamente todo.

Cuando se produce una desgracia de esta naturaleza nos debería hacer reflexionar a todos sobre lo afortunados que somos y lo rápido que te puede cambiar la vida en cuestión de segundos.